Los errores de Obama devuelven a Rusia protagonismo en la escena mundial
«No más cagadas» (No more stupid shit). Con escatológica concisión, el propio presidente Obama resumía de forma categórica su política exterior en una entrevista publicada la pasada primavera por la revista «The Atlantic». Se puede decir que en esencia el ocupante de la Casa Blanca hasta el próximo 20 de enero quiere ser recordado por todo aquello que no ha hecho en política internacional, frente a la nociva hiperactividad (fundamentalmente, la desastrosa invasión de Irak en 2003) desarrollada por su predecesor, George W. Bush, a partir del 11-S.
En sus ocho años de presidencia, Obama ha venido a confirmar una vez más la dinámica pendular que puede acumular la política (exterior o doméstica) de una superpotencia como EE.UU. Ya que de un desbordante superávit de intervencionismo se ha pasado a una diplomacia que prefiere esforzarse solo en partes del mundo proclives al lucimiento y limitar la exposición de EE.UU en zonas donde el éxito resulta elusivo.
De las grandes filosofías que inspiran las relaciones internacionales, la doctrina Obama representa una apuesta por el realismo. Es decir, una pesimista estrategia que de forma consistente intenta maximizar el interés propio, lo que en la práctica se traduce en reluctancia tanto hacia el uso de la fuerza militar como a buscar panaceas idealistas. Por supuesto, este liderazgo exterior «low cost» resulta bastante popular -o por lo menos cómodo- para la opinión pública americana. Aunque, estas mínimas expectativas también han supuesto un alto coste para la reputación de EE.UU como «nación indispensable» en un mundo con más caos y menos orden.
Nueva prioridad. Pivotar hacia la región Asia-Pacífico
En otoño de 2011, la entonces responsable diplomática Hillary Clinton con ayuda de un ensayo en la revista «Foreign Policy» identificó Asia como la nueva gran prioridad americana. Según el argumento asumido por la Administración Obama, ha llegado la hora de «pivotar» una diplomacia históricamente centrada en Europa y Oriente Medio y concentrarse en la región Asia-Pacífico. Una zona del mundo que, según la Casa Blanca, lleva cada vez más la voz cantante en la economía globalizada y que concita el interés estratégico de EE.UU., sin olvidar el reto planteado por un gigante como China cuyo rearme y reclamaciones territoriales conllevan una serie de inquietantes tensiones entre sus vecinos.
Adiós Irak. El coste de una prematura retirada
Si la invasión de Irak se considera ahora como una «guerra opcional» por parte de la Administración Bush, la retirada consumada por el presidente Obama también es percibida como una prematura decisión que solamente ha servido para agravar los problemas iniciados en 2003. Con la ausencia de EE.UU., el conflicto sectario entre chiíes y suníes no ha hecho más que multiplicarse, al igual que la fuerza de Daesh.
Según Fred Kaplan, Obama es un realista con una idea tan estrecha del interés nacional no registrada en Washington desde los tiempos de Eisenhower. Y a pesar del considerable argumento de que EE.UU tenía el deber moral de ayudar a limpiar el desastre que había generado en un primer lugar, Obama ha insistido en que la guerra de Irak no justificaba ningún sacrificio adicional.
Putin, Putin. Una oportunidad para el Kremlin
La pasividad de la Administración Obama ha sido aprovechada por Vladimir Putin para convertir a Rusia en un actor internacional que no puede ser ignorado. El principal reproche para la Casa Blanca y sus aliados es la incapacidad colectiva demostrada para prevenir la desestabilización de Ucrania. Sin plantar cara a la insegura obsesión del Kremlin por recrear esferas de influencia, enclaves, y colchones estratégicos en los territorios de la antigua URSS. Ante este desafío, la política exterior de EE.UU. se ha limitado a responder con limitadas sanciones económicas y complicar un poco la vida del líder ruso y sus colegas. Y a pesar de que Obama fuera confundido al principio de su mandato como un creyente del idealismo intervencionista, solo ha consentido unos mínimos refuerzos militares de la OTAN.
La tragedia de Siria. Un inútil trazado de líneas rojas
Sin ningún deseo de implicarse en la guerra civil de Siria, Obama trazó una línea roja para provocar una respuesta militar americana: el uso de armas químicas por parte del régimen de Damasco. Y a pesar que las fuerzas de Assad han acumulado un terrible historial en el uso de armas no convencionales, la Casa Blanca nunca llegó a cumplir sus advertencias. Justo cuando el presidente solicitó autorización al Congreso para intervenir, Putin salió a la palestra con un plan para salvar la cara a su cliente sirio que implicaba la destrucción de armas químicas bajo supervisión internacional. Moscú no ha dejado de utilizar Siria como una plataforma para redefinir sus ambiciones de superpotencia en el siglo XXI.
«Cubama». Normalización a cambio de nada
La apertura de Cuba formaría parte del capítulo de contradicciones creativas que acumula la política exterior de EE.UU. bajo la Administración Obama. Por un lado, el presidente se ha ganado una reputación casi merkeliana a favor de la prudencia. Por otro, no ha tenido reparos en cuestionar algunos de los dogmas tradicionales de la diplomacia estadounidense. Hasta el punto de replantearse abiertamente porqué los enemigos de EE.UU. son enemigos y porqué algunos amigos de EE.UU. son amigos. En ese contexto, se enmarca la voluntad de Obama de acabar con el consenso bipartidista que durante medio siglo ha gobernado las relaciones con La Habana. Según ha reconocido el presidente, la normalización de relaciones (salvo el embargo comercial que depende del Congreso) forma parte de un intento de recuperar la influencia menguante de Washington en el hemisferio americano, eliminando un problema que en la práctica aislaba más a EE.UU. que a Cuba.
Irán. Más negociar y menos bombardear
El acuerdo nuclear con Irán ha sido presentado por la Administración Obama como parte de su vocación por encontrar soluciones diplomáticas a los grandes problemas internacionales y recurrir menos a la confrontación. Y frente a la indecisión demostrada en otros frentes, la Casa Blanca ha invertido un considerable capital político en hacer realidad este acuerdo, con una limitada efectividad pero que tantos recelos ha generado entre aliados tradicionales de EE.UU. como Arabia Saudí o Israel. Con este pacto, acompañado del fin de un estricto régimen de sanciones económicas, Irán ha accedido a miles de millones de dólares hasta ahora congelados. Sin que la República Islámica haya dejado de impulsar sus ambiciones hegemónicas en la región.