Rajoy y la Cataluña que resbala
S. Sostres.- La Semana Santa pasada, Quico Homs, el que decía que cualquier partido que quisiera sus votos tendría que comprometerse a celebrar o dejar celebrar a los catalanes un referendo sobre su independencia, convocó a toda su familia a pasar aquellas vacaciones en Madrid porque esperaba que Pedro Sánchez le llamara, y tenía pensado ofrecérselo gratis, a cambio de echar a Rajoy y de que le concedieran un cierto protagonismo político y mediático.
Junqueras no pasó la Semana Santa en Madrid, y su posición era que «no nos venderemos antes de que nos compren, como últimamente hace Convergència», pero estaba perfectamente dispuesto a no exigir el referendo a cambio de evitar que Rajoy continuara, y a cambio, también, de un ministro de Hacienda «catalan friendly».
En la obsesión de los partidos soberanistas por deshacerse del presidente Rajoy estaba la constatación de que no sólo no habían podido contra él, sino que la estrategia del silencio y del desgaste les resultaba desquiciante, como lo prueba las horas bajas en las que se encuentra el «procés», con todas las encuestas sugiriendo que dejarán de tener mayoría absoluta en el Parlament.
Ni Piqué ni Birulés
Una vez estuvo claro que habría continuidad en La Moncloa, tanto lo que queda de Convergència como Esquerra empezaron a especular, en público y en privado, sobre quién sería el «ministro catalán» del segundo gobierno Rajoy, para sustituir a Jorge Fernández Díaz, y ellos mismo filtraron los nombres de Josep Piqué o Anna Birulés –ministros con Aznar– por ver si lograban tener una interlocución más fluida y fructífera con el Gobierno.
La respuesta del presidente a tales expectativas no ha podido ser más seca y previsible. Seca porque ha puesto a una persona tan de su máxima confianza como Soraya Sáenz de Santamaría al frente de la relación con las autonomías, y porque ha mantenido en su crucial cargo de ministro de Hacienda a Cristóbal Montoro, a quien los independentistas consideran su bestia negra. Y es igualmente una respuesta previsible porque aunque la oposición y los medios se empeñan en esperar de Rajoy cosas que es evidente que ni dirá ni hará, el presidente del Gobierno no se ha movido ni un milímetro de la que ha sido su estrategia frente al independentismo desde que llegó al cargo: firmeza, respeto a la Ley y bajo perfil para evitar broncas innecesarias. Le ha funcionado tan bien que hasta se ha permitido la ironía de elegir a Dolors Montserrat como «ministra catalana» para una cartera, la de Sanidad, que poco o nada tiene que ver con las tensiones entre el Estado y la Generalitat.
El presidente Rajoy ha sido repetidamente acusado de no hacer nada para resolver el desafío independentista. Pero mientras él sigue siendo presidente del Gobierno, Artur Mas vio cómo la CUP le cortaba la cabeza y prácticamente le retiraba de la política. Mientras un PP unido y fuerte ha podido superar sus problemas, y ha sido capaz de ganar no una sino dos elecciones, y las segundas con más escaños, Convergència ya no existe y sus restos son un naufragio a los que las encuestas no conceden más de 17 diputados (tenía 62 en 2010, cuando Mas llegó a la Generalitat). Y mientras el PP ha sabido encontrar los apoyos centrados y razonables de Ciudadanos y PSOE para atar la investidura de Rajoy, Esquerra y Convergència están en manos de la CUP, sin presupuestos y enredadas en absurdas guerras de banderas como la protagonizada por la alcaldesa antisistema de Berga: y así el movimiento independentista resbala por lo marginal cuando no hace ni tres años pretendía presentar sus credenciales ante las más altas instituciones europeas con la aspiración de ser tomado en serio.
Cuando Rajoy llegó al Gobierno el independentismo tenía en Mas a un líder formalmente exportable y unas expectativas electorales que no paraban de crecer; y en frente a un Estado debilitado por la crisis, por los escándalos de corrupción y casi partido por la mitad, entre una izquierda relativista que todo lo quería transaccionar y una derechona histérica que exigía que los tanques volvieran a entrar por la Diagonal. Ahora el independentismo se conformaría con cualquier limosna y pese a que se ofrecieron envueltos con papel de regalo a Podemos y a Pedro Sánchez, Rajoy es de nuevo presidente, y Montoro continúa siendo el ministro de Hacienda.
El falso referendo
El mejor resumen de cómo están las cosas entre Cataluña y Rajoy es que aquel falso referendo del 9 de noviembre de 2014 acabará con la vieja cúpula de Convergència inhabilitada –Mas y Homs incluidos– porque los Estados suelen llevar bastante mal que cuatro aldeanos con ínfulas jueguen a vacilarles; a la vez que los independentistas no han tenido más remedio que aceptar que aquello no fue más que una pachanga, hasta el punto de que el año que viene quieren celebrar otra, que otra vez dará lugar a otras «elecciones plebiscitarias», que volverán a ser «las últimas elecciones autonómicas» gracias al «voto de tu vida».
No es que Rajoy no haga nada. Es que le basta con asegurar el perímetro con Montoro y Soraya y sentarse a ver el espectáculo.
Los supuestos méritos de Rajoy que le han dado nuevamente la presidencia np existen, yo se deben más atribuyo más bien al sentido común de los españoles, que no han tenido mas opción que apoyar al señor, pese a las continuas traiciones y faltas a la palabra dada en las campañas. Lo único que ha hecho es mantenerse por encima de la línea de flotación esperando que los demas se hundieran.