Terror, policía y corrección política
H. Tertsch.- «Hay que evitar a toda costa el ser sospechoso». Esta frase no es un lema para terroristas yihadistas ni para jóvenes musulmanes radicalizados deseando serlo. Estos se mueven con enorme naturalidad y aplomo en una sociedad abierta como la alemana, con una población generosa y deseosa de hacer todo el bien posible para compensar un tremendo mal histórico perpetrado o tolerado por sus abuelos. Los que tienen que evitar a toda costa ser sospechosos son los policías. Y especialmente sus jefes, en contacto y dependencia directa con el poder político de las ciudades y los Estados federados. Los jefes de policía deben aplicar el máximo garantismo legal para los delincuentes. Tiene que hacer además gala de una actitud política libre de la mínima sospecha de prejuicios sociales, culturales, sexuales y, sobre todo, claro, raciales. Y demostrar ser militante en la actitud favorable a la integración de la inmigración y a las bondades de la multiculturalidad. Así las cosas, es obvio que ninguno de los jefes de la muy fragmentada policía alemana quiere tener fama de duro. Prefieren que se les escabullan sospechosos a tener cualquier conflicto evitable. Las organizaciones de apoyo a refugiados e inmigrantes ilegales conocen bien esta debilidad. Manejadas por grupos ideológicos, étnicos o mafiosos saben que con extender la fama de racista o ultraderechista de un mando policial acaban con él.
La necesidad de no caer jamas en la sospecha de racismo y el miedo a ser tachados de nazis es lo que más ha politizado la policía desde los años setenta. Solo en total corrección política hay posibilidad de promoción. Por lo que hay tanta corrección como disposición a ocultar, ignorar o tergiversar todo lo que la contradiga. Solo algunos grupos en los sindicatos denuncian la situación de inferioridad y peligro real dado el desbordamiento desde 2015 que ha hecho ilusorio todo intento de controlar movimientos y resolver las expulsiones. Ni hay control ni hay medios para restablecerlo y todos los recién llegados lo saben. Los mismos motivos de no ser acusados de parecerse a la Gestapo ni a la Stasi hacen imposible colocar cámaras en las calles. La policía carece por ello con el instrumento más eficaz de vigilancia que por ejemplo en ciudades británicas es exhaustiva. No hay imágenes porque los políticos alemanes que en su día quisieron adaptarse a otros países fueron tachados por la prensa, por la izquierda y por los liberales de partidarios del estado policial. Alemania es el país más firmemente anclado en unos dogmas y certezas del Estado liberal de la segunda mitad del Siglo XX que hoy maniatan dramáticamente la capacidad de autodefensa de la sociedad.
En todos los países europeos es difícil asumir cambios racionales por unos miedos lógicos y ante todo por la sentimentalización del mensaje de nuevas generaciones infantilizadas, ignorantes y sin percepción del riesgo. En Alemania pesa además el pasado y son fuertes esas corrientes partidarias de la destrucción de las sociedades abiertas que hay en toda Europa. El autoodio, la obsesión con acabar con la propia nación que hay en sectores de la izquierda en Alemania, solo se encuentra en España. Con todos nuestros problemas, en momentos tan duros como el actual queda muy clara nuestra inmensa suerte con dos cuerpos de seguridad, Guardia Civil y Policía, de un nivel de eficacia soberbio. Cuerpos que algunos intentan expulsar de partes de nuestra geografía o destruir. La única esperanza para la seguridad de Europa está en que las masivas y múltiples amenazas que se ciernen sobre nosotros nos hagan recuperar parte de la racionalidad y del amor a la verdad que el bienestar de las pasadas décadas ha destruido.
La solución vendrá, no del sistema,sino de los que no tienen nada que perder. Contra esos, el sistema no tiene armas de coerción.