Gasolina y fuego
C. Herrera.- El madrileño despacho de abogados Cremades y Calvo Sotelo sirvió ayer de escenario para reclamar la liberación del preso político venezolano Leopoldo López, encarcelado ahora hace tres años por el régimen chavista que está desgraciando hasta la agonía al malhadado país caribeño, rico de cuna y consecutivamente empobrecido por sus distintos regímenes políticos, incapaces ellos de generar elementales plataformas de estabilidad y crecimiento, y llevado hasta la ruina y la miseria por estos nuevos profetas del socialismo real. Los expresidentes Aznar y González –acompañados de Gallardón y Rivera, entre otros– han reclamado la unidad de los demócratas frente a lo que han calificado acertadamente como “régimen tiránico”. Junto al padre del encarcelado López –cuya esposa visitaba ayer la Casa Blanca–, han elevado su voz ante el silencio cómplice y vergonzoso de los colaboradores y asalariados españoles moradores de la extrema izquierda, huestes de Iglesias, Garzón o Monedero, reaccionarios individuos que han llegado a justificar el encarcelamiento y que, ayer mismo, en boca del líder bronquista de la formación neocomunista, llegaron a culpar a los convocantes del acto de “apagar incendios con gasolina”. ¿Desde cuándo reclamar la libertad de un encarcelado político es echar gasolina al fuego?
El populismo hispano, ese movimiento liberticida que cautiva a votantes españoles en cantidad suficiente como para que en España no nos consideremos excepción a los movimientos sísmicos que se producen en la política mundial, no esconde, aunque sí quiera disimular, su querencia por los obsesivos regímenes socialistas que están asolando Hispanoamérica. Su desprecio por la libertad individual, su insistencia en culpar siempre a otros de los males que les aquejan a ellos y a aquellos países, su infantil reducción de culpas al “neoliberalismo” imperante, su obcecación en el igualitarismo, su creación de dos bandos irreconciliables tildados de “pueblo” y “casta”, su obstinación en cultivar debidamente el odio, su amor por las burocracias gigantescas, la simpleza de los análisis que elaboran y que les llevan a creer que la riqueza de unos está motivada por la pobreza de otros, son algunos de los elementos que retratan y explican su comportamiento miserable ante las diversas manifestaciones que se producen en pos de la libertad de Leopoldo López y el resto de presos políticos venezolanos.
Esta selecta colección de macarras políticos necesita ser filmada a diario. Su éxito está, según creen, en permanecer en primera fila de la actualidad aunque sea mediante gestos tabernarios, cursis o violentos, y en virtud de ello actúan y desarrollan una panoplia de ademanes y voces, todos extemporáneos e histriónicos, con los que epatar a los desafectos y emocionar a los propios. Ayer gozaron de una oportunidad espléndida para dar una sorpresa a esos propios y extraños y desligarse del régimen criminal que está convirtiendo Venezuela en una dictadura de corrupción desbocada y absoluta falta de libertades esenciales. No lo hicieron porque ello significaría morder la mano de quienes les han dado de comer. Pero no lo hacen solo por estrategia: lo hacen porque creen que el modelo a desarrollar así pudieran ocupar el poder es exactamente el mismo: encarcelar opositores, cortar señal de canales televisivos no afectos, crear un Estado sobredimensionado e inútil y diluir las libertades individuales en el pringoso mar de las libertades sociales. Estos redentores de los sufrientes que creen que las libertades del pueblo las amputan las empresas que cotizan en Bolsa apoyaron ayer la vergonzosa prisión –no pedir la excarcelación es aprobar el encarcelamiento– a la que está sometido un político que fue asimismo sometido a una caricatura de juicio denunciado por el propio fiscal que le acusó, hoy huido de Venezuela.
Piden la libertad de Bódalo o Alfon, esos sí, especialistas ambos en gasolina. Mientras, el incendio que propaga el fuego irracional del populismo izquierdista sigue creciendo.
La culpa de todo, la tiene el “heteropatriarcado”
Todos ellos en un gulag, serían un buen comienzo. Podrían disfrutar de las bondades de lo que predican.