La soledad de Juan Carlos
Dicen, que no es verdad, que Juan Carlos, el ex-rey de España, ha caído en un estado de depresión desde que dejó la jefatura del estado. Lo que ocurre, vamos a ser claros, es que de un día para otro cientos de cortesanos, empresarios de postín, que antes no paraban de llamarle para invitarle a saraos varios, parece que se han olvidado del número de móvil del anciano. Y con la lenta recuperación de sus achaques no está en disposición de subirse a la moto y perderse a casa de alguna señora, o de conducir uno de sus deportivos y hacer una escapada. Ahora depende de otros. Y como bien dijo su amada princesa Corinna Sayn-Wittgenstein, ella no estaba para empujar la silla de ruedas del inválido monarca.
Porque esos cortesanos que antes reían las gracietas del borbón han desaparecido. Ahora intentan pegarse, como lapas, al nuevo Rey, a Felipe, a ver si este les recomienda y hacen negocio, como lo han estado haciendo durante casi cuarenta años. Pagando su comisión, claro, como Dios manda.
Pues Juan Carlos no está depre. Nada de depre. Está más cabreado que una mona. Está viendo como esas inquebrantables amistades, las que aún no han acabado en la cárcel, como Díaz Ferrán, como Mario Conde, como Javier de la Rosa, como Diego Prado, como Ruiz Mateos… pues esas amistades parece que han hecho mutis por el foro. Porque esos cortesanos, que se quejaban en privado de los sablazos de la Zarzuela, estaban sólo para las maduras, sólo para que les relacionara con políticos que daban concesiones, con instituciones a las que había que recomendar. Y ahora Juan Carlos no puede recomendar porque nadie se deja recomendar por un anciano tocado del ala.
Como vengo diciendo desde hace meses, quizá años, Juan Carlos espera recuperarse físicamente para irse con su último amor al palacete de Mónaco, y disfrutar de la inmensa fortuna que ha acumulado durante estos casi cuarenta años de comisiones, vergonzosas comisiones y mordidas, y regalos, vergonzosos regalos. Pero los cortesanos, sus cortesanos, esos que decían que Juan Carlos era un egoísta que sólo se preocupaba de él, sólo para él, y que pasaba de todo, pues esos cortesanos han desaparecido.
A todo cerdo, le llega su San Martín.
Mi teniente Coronel: !Síentese a la puerta de su tienda, y verá pasar el cadáver de su enemigo! Ud. no morirá hasta que lo vea destruido y despreciado.
que le den.