“En Francia había un pueblo, ahora hay dos”
Claudia Peiró.- Se trata, dice Renaud Camus, del “fenómeno histórico más importante y más dramático que le haya sucedido a nuestro país y a nuestro pueblo en el curso de su historia”, es decir, “a lo largo de unos quince siglos”. Lo describe como un “cambio de pueblo”, acompañado del “cambio de civilización que implica necesariamente”.
“¿Qué es el Gran Reemplazo? -pregunta, y responde-: es el simple hecho de que sobre un territorio dado había un pueblo, un pueblo simple, bien mezclado por los siglos, bien unido por su sentimiento de pertenencia, su cultura, su arte de vivir y su larga historia compartida; y que en una generación apenas sobre el mismo territorio hay dos pueblos, si no más, que comparten (ese territorio) más o menos armoniosamente; más bien menos que más”.
Como es lógico, este escritor y ensayista francés fue inmediatamente tildado de islamófobo por muchos intelectuales que lo acusan, entre otras cosas, de haberse convertido en “el principal propagandista de la nueva ideología racista”. Así lo califica, por ejemplo, Edwy Plenel, ex director del diario Le Monde.
Pero, llamativamente, acaba de publicarse un libro-entrevista con Renaud Camus, 2017, dernière chance avant le Grand Remplacement? (2017, ¿última chance antes del Gran Reemplazo?) cuyo autor es Philippe Karsenty, judío sefaradí, alcalde adjunto del elegante distrito de Neuilly (en las afueras de París), que se dijo convencido de la necesidad de dar a conocer la obra de Camus a gente que, con frecuencia, sólo había oído hablar de él a través de las polémicas que suscita. Karsenty es candidato a diputado en esta elección por la derecha tradicional -los franceses dicen centroderecha- cuyo referente es François Fillon.
Que un político así se interese por el pensamiento de Camus no debe sorprender: es síntoma del malestar de una Francia a la que, frente a los problemas que plantea una inmigración mal integrada, en un contexto además de crisis económica y elevado desempleo, sus políticos no le dan respuesta, ignoran el problema o apelan a ideologías que los dividen todavía más. Un malestar que explica el relativo empate “técnico” que hoy se produce entre los dos extremos del arco ideológico: la ultra derecha del Frente Nacional y la ultra izquierda del socialista rebelde Jean-Luc Mélenchon. Dos versiones del populismo, si se quiere. Dicho sea de paso, sus programas se parecen (tal vez por eso de que los extremos se tocan): ambos son anti Unión Europea, culpan a la globalización por los males de Francia y sostienen un discurso populista (el pueblo contra la elite o el pueblo contra la oligarquía).
El periplo ideológico de Renaud Camus es torcido, pero muy habitual, especialmente en la Francia de las últimas tres largas décadas. Autor de novelas de tipo intimista e introspectivo y de ensayos de muy amplia temática -de las artes a la política-, Renaud Camus (70 años) fue miembro del Partido Socialista en los años 1970-80, para convertirse en el último tramo de su vida en un personaje influyente en la corriente de extrema derecha llegando incluso en ocasiones a apoyar electoralmente al Frente Nacional de los Le Pen.
Planteos como el de Camus, o el crecimiento de las opciones antisistema, no son causas sino consecuencias, síntomas de una nación -una Europa incluso- que hace tiempo parece no tener rumbo. Ni hablar de los liderazgos. La última camada de líderes a la altura de la circunstancia y los desafíos históricos -los Kohl, los Felipe González, los Mitterrand- está muy lejana en el tiempo.
En el año 2015, el escritor francés Michel Houellebecq escandalizaba con una novela -“Sumisión”- en la cual imaginaba -en un futuro para nada lejano- una Francia musulmana. Era la parábola de una Europa que, de tanto renegar de su pasado y de sus valores tradicionales –recordemos el debate por la no mención de las raíces cristianas de Europa en su Constitución-, acababa sometida a una nueva creencia. Una Europa cansada que, incapaz de responder a las tensiones sociales y políticas que la atraviesan e incluso la fragmentan, se “entregaba” a una corriente de pensamiento unos siglos más “nueva” y ciertamente más dinámica: el islamismo.
Houellebecq, como Renaud Camus pero en otro registro, como ensayo futurista, no como programa, encaraba temas que atraviesan a la sociedad francesa, pero que no siempre son abordados abiertamente –a veces ni siquiera enunciados, en aras de la corrección política.
Esto, que pudo ser recibido como una provocación -una más- de este escritor, podía ser también una oportunidad para hablar de lo que hay que hablar. Como dice Karsenty a propósito de Camus y su “Gran Reemplazo”, “algunos quieren censurar antes de pensar”.
Según el análisis de Renaud Camus, pueden distinguirse actualmente en Francia cuatro categorías de protagonistas del “cambio” que él percibe:
“-los reemplazados recalcitrantes, es decir los aborígenes que, como yo, no desean para nada ser objeto de una colonización;
– los reemplazados anuentes, que no ven dónde está el problema;
– los reemplacistas, que organizan o dejan hacer el cambio de pueblo y que están aún en el poder. [N.de la R.: Renaud culpa esencialmente al socialismo y al comunismo, a la izquierda tradicional, de fomentar este “reemplazo”]
– y por último los reemplazantes, los nuevos o futuros dueños, también llamados, según los sub-períodos, una oportunidad para Francia o ‘sensibles’ (porque viven y animan los ‘barrios sensibles’)”.
Camus señala luego la incongruencia de muchos, sobre todo de los más jóvenes, que a la vez que alardean de ser reemplazantes, no son para nada reemplacistas. “Por el contrario -sostiene-, son feroces identitarios: están orgullosos de su herencia étnica y cultural, de sus tradiciones, de su religión, de su visión del mundo. Nuestros identitarios y ellos se enfrentan, pero al menos se comprenden perfectamente. Comparten la misma idea de pertenencia, que por otra parte fue por largo tiempo la única vigente, para todo el mundo”.
Nótese que toma distancia en este párrafo del nacionalismo que se reconoce en el partido de Marine Le Pen. En una entrevista sostiene incluso que se puede ser francés por herencia o por deseo, pero esto implica conocer y amar su cultura. “Dos elementos crean franceses y pueden seguir creándolos: la herencia (el nacimiento, la etnia, la raza, los ancestros, la pertenencia hereditaria) y el deseo (la voluntad, la elección particular, el amor por una cultura, una civilización, una lengua, una literatura, costumbres y paisajes)”, dijo en una entrevista reciente.
Su crítica va dirigida a la ausencia de una política de integración y a la fragmentación o “guetoízación” que, al amparo de la desidia oficial o bien en nombre de una tolerancia mal entendida, se va produciendo en muchas zonas, especialmente suburbanas.
Una preocupación que también es compartida por algunos notorios intelectuales de izquierda, como Alain Badiou, muy crítico del “proceso de fragmentación en identidades cerradas, y la ideología culturalista y relativista que acompaña esta fragmentación”. El filósofo denuncia una “lógica identitaria o minoritaria”que lleva a planteos tales como que “sólo un homosexual puede entender lo que es un homosexual, un árabe lo que es un árabe”, etcétera.
En consecuencia, también Badiou comparte la preocupación ante lo que llama “abigarramientos comunitaristas”. Y cabe aclarar aquí que cuando hablan de comunitarismo, los europeos se refieren a la tendencia actual de llevar el respeto a la diversidad al extremo de subdividir a la sociedad en categorías tabicadas entre sí, algo que en definitiva contraría la idea de igualdad. Y, al revés de lo que proclama, pone en peligro la convivencia y, en consecuencia, la tolerancia.
Si se piensa que, en París y alrededores, existen hoy barrios convertidos en verdaderos guetos -que el eufemismo llama “sensibles”-, que los “blancos” no pueden pisar sin ser agredidos”, es más fácil entender el crecimiento de las posiciones extremistas que se expanden en el vacío de ideales y de liderazgo que hace tiempo padece la sociedad francesa.
Un joven dirigente francés, Mohamed Chirani, musulmán e hijo de inmigrantes argelinos, denunciaba, ya en 2015, que no se estaba “haciendo gran cosa desde el Estado para instalar un discurso que pueda frenar al otro, al del extremismo”. “El Gobierno -decía Chirani por aquel entonces, en diálogo con Infobae– recién tomó conciencia en enero de 2015 [matanza en el semanario Charlie Hebdo] y hubo un principio de asunción de esto que llamamos contra discurso radical, pero no está aún suficientemente desarrollado, entre otras cosas porque tenemos 10 años de retraso”.
Chirani sabe de lo que habla ya que de 2009 a 2013 fue delegado departamental para los barrios sensibles en el distrito de Seine-Saint-Denis, uno de los más problemáticos.
“El problema es que tenemos que vérnosla con una ideología radical, salafista, yihadista, que ha prosperado en el terreno, en los barrios que llamamos ‘sensibles’, habitados mayoritariamente por inmigrantes. Y enfrente tenemos al islam de Francia, tradicional, un islam antiguo, sobrepasado, que es el de nuestros padres, y que ya no tiene influencia o control sobre esos jóvenes. Jóvenes que, para escapar de sus padres, del Estado, del control social o de la religión tradicional que ya no los contiene, han caído en las redes de las ideas más radicales, de la ideología del odio extremo. De hecho hay un vacío y ese vacío es ocupado por ellos”, decía Chirani.
Su temor era que Francia tuviera que llegar a un punto crítico antes de decidirse a tomar iniciativas fuertes, como sucedió durante la guerra de Argelia. “Hoy, 60 años después de Argelia, nos encontramos ante otra crisis que nos pone frente al desafío de saber si nuestra sociedad tiene la suficiente resiliencia para superarla y salir adelante”. Esto lo decía Chirani hace un año y medio.
El panorama electoral demuestra que no se han tomado esas “iniciativas fuertes” para cerrar las muchas grietas que fragmentan a la sociedad francesa hoy. Resta saber si los resultados de estos comicios serán ese punto crítico que puede darle a Francia el impulso para superar sus desafíos.
El problema es que las élites (condes don julianes) nos han traicionado deliberadamente, y discretamente. Y esto no es populismo, es la Verdad cruda y sobradamente documentada desde, por lo menos, los tiempos de Papus a Rockefeller.
No ha sido incompetencia, ha sido maldad.Y hay que hacer justicia.
Espero que las élites lo acaben pagando con el pescuezo.