Europa, cuestión central
H. Tertsch.- Han sido los dos favoritos los que han superado la primera vuelta y pugnarán el 7 de mayo en las urnas por ser el próximo presidente de la República de Francia. Emmanuel Macron y Marine Le Pen dejan descolgados al ultraizquierdista Mélenchon y al conservador François Fillon, ambos en torno al 19%. Luchan por tanto por la jefatura del Estado dos candidatos ajenos a los grandes partidos nacionales presentes en la Asamblea Nacional. Macron no tiene partido en absoluto. Se presentó como un francotirador después de salirse del Gobierno socialista en el que fue ministro de Economía, Finanzas e Industria y se ha beneficiado tanto del naufragio total del candidato socialista Benoît Hamon como del revés de Fillon, arrollado por una catarata de escándalos. Le Pen sufre en el parlamento de esa crisis total de representatividad del sistema francés y con una fuerza electoral firme superior al 20% no tiene con dos diputados ni el 0,5% de la Asamblea.
De cara a las próximas elecciones legislativas habrán de producirse realineamientos que den a Macron, previsible presidente, una mayoría. Habrá que ver cómo de sólida, estable y duradera. Porque lo cierto es que Francia vuelve a la situación vieja en que el 7 de mayo va a ganar previsiblemente un candidato solo por ser quien se enfrenta al Frente Nacional. Y lo hará sin partido que imponga en la futura Asamblea Nacional unas reformas duras e impopulares. Le Pen buscará movilizar todo el recelo contra la UE con el mensaje de que Macron es un mero delegado más de diktat europeo y de la prolongación de la agonía de la República de los pasados veinte años. El mundo empresarial y financiero reacciona con alivio y la clase política del consenso europeísta y Bruselas con entusiasmo ante un futuro presidente que aleja sus temidos fantasmas. Aunque parte del voto de Fillon pueda alinearse al final con Le Pen, es difícil imaginar que salvo un vuelco espectacular por algún acontecimiento imprevisible, la candidata pueda imponerse. Será Macron quien tenga que demostrar que estas elecciones no son otra rutina más en la peligrosa parálisis de la segunda potencia europea.