Censura contra el PSOE
I. Camacho.- Ruido, ruido, ruido. Sin nada que gestionar -cuando lo tienen no saben, como demuestran los ayuntamientos bajo su mando-, la única estrategia de Podemos consiste en el agit-prop político y mediático. Su escueto perfil discursivo no soporta el tedio parlamentario; necesitan reclamar continua atención mediante debates efectistas que los sitúen en el eje del espectáculo. Para combatir la rutina, su gran adversario, viven en la perpetua excitación de un tenso esfuerzo dramático. Toda su actividad está centrada en el aspaviento, en la gestualidad, en el mero activismo publicitario.
La moción de censura, anunciada con la acostumbrada solemnidad coral de estilo bolivariano, responde también a esa necesidad de protagonismo permanente, de ocupación del espacio. Su olfato para la señalización simbólica ha encontrado un leit motiv con el que conmemorar la próxima efeméride de su movimiento fundacional e inspirador, el del 15 de mayo. El autobús de la «trama» no funcionó; tenía escaso poder de agitación para constituir un impacto. La máquina de novedades requería otro combustible para superar ese gatillazo. Los escándalos de corrupción son la chispa, el pretexto para una movilización con la que volver a cohesionar a su electorado.
En términos estrictamente políticos, la moción contra Rajoy se dirige en realidad hacia otro objetivo. Apunta directamente al Partido Socialista, al que Iglesias pretende sin tapujos suplantar en el liderazgo de la oposición contra el marianismo. Es una intromisión directa en las primarias, cuyo debate interfiere con una maniobra envolvente de discordia y de desequilibrio. Con el sentido táctico de un puro leninista trata de afilar las contradicciones del PSOE hasta provocarle un conflicto con su propio instinto. Se trata de una maniobra de oportunismo descarnado que da la razón a los socialistas que consideran a Podemos como su principal enemigo.
Iglesias sabe además que, como a muchos militantes y votantes de izquierda, a Pedro Sánchez le gusta esa música tanto como perturba a Susana Díaz. De hecho es la que el propio candidato intentaba tocar cuando fue derrocado: una alianza Frankestein contra la investidura marianista. Le sigue sonando bien aunque ahora esté obligado a rechazarla de boquilla. El líder de Podemos la interpreta desde fuera para ponerle a la campaña del PSOE la más inoportuna de las sintonías; una melodía de Hamelin que le arrebata la iniciativa, atrae votos radicales y espesa aún más la incómoda atmósfera de cisma.
Eso sí: si presenta la propuesta a trámite gastará la bala de plata para toda la legislatura. Quizá en su natural impaciencia cuente con que va a ser corta, lo que ante Rajoy nunca dejará de ser una apuesta aleatoria; a los socialistas los puede dañar pero si algo tiene demostrado el presidente es que en una batalla de desgaste nunca será el primero que se aburra.