Escuadrón hacia la muerte
L. Herrero.- Que no habrá referéndum el 1 de octubre es un pronóstico compartido por sus promotores y sus detractores. Ni los unos son tan fuertes como para ganarle el pulso al Estado ni los otros son tan estúpidos como para permitir que suceda. Aceptada esa premisa, algunos independentistas han comenzado a preguntarse, en un alarde de pragmatismo fenicio, qué sentido tiene arriesgar su libertad, su capacidad operativa, y sobre todo su hacienda, en una batalla que saben perdida. A Jordi Baiget se le ocurrió formular esa pregunta en voz alta y se armó la marimorena. En la Generalitat se llevaron las manos a la cabeza y en La Moncloa aplaudieron con las orejas.
Puigdemont convirtió la cabeza del tibio en el badajo de la campana de Huesca con la esperanza de que bastaría ese hachazo ejemplar para acabar con el conato de estampida. Pero no bastó. El runrún de que cada vez eran más los adalides del prusés que escarbaban en la tierra, síntoma de mansedumbre, se fue abriendo camino a marchas forzadas por el coso de la independencia. Reino dividido, reino desolado, gritaban eufóricas las huestes monclovitas. Con un poco de suerte no haría falta desenvainar la espada de la ley. El adversario estaba a punto de enseñar la bandera blanca.
En Ferraz pensaron lo mismo y se apresuraron a modificar su calendario. Sánchez tenía previsto presentar en septiembre su oferta de diálogo al Gobierno catalán, para desmarcarse del inmovilismo de Rajoy y capitalizar en beneficio propio el cisma soberanista ofreciendo una salida airosa a los arrepentidos, pero en vista de que el tinglado del referéndum daba síntomas de venirse abajo a marchas forzadas decidió tender ese puente sin demora. De ahí la reunión de ayer con el PSC.
Las promesas de devolverle al estatut de 2006 las partes podadas por el TC, de acordar un nuevo sistema de financiación autonómica o de reforzar el reconocimiento de la lengua, la cultura y los símbolos de Cataluña, todo ello en el contexto de una reforma constitucional dispuesta a reconocer las aspiraciones nacionales catalanas, eran los señuelos con que pretendía atraer a los secesionistas a un nuevo escenario de diálogo y negociación que sustituyera al del choque de trenes determinado por la vía de la acción unilateral.
Pero la jugada no le ha salido bien. Puigdemont, espoleado por Junqueras y Mas, decidió tapar las fisuras originadas por el «síndrome Baiget» y rodearse de un equipo granítico que estuviera dispuesto a cruzar el Rubicón de la Ley del Referéndum sin miedo a las consecuencias. Ni a las penales ni a las patrimoniales. Uno a uno recibió a sus consellers y les preguntó hasta dónde estaban dispuestos a llegar en el desafío al Estado. Luego vomitó a los tibios de su boca y puso en su lugar a los adeptos a la causa. Ahora ya no hay duda de que al frente del prusés hay una verdadera escuadra hacia la muerte.
En esas condiciones, ahora sí, Junqueras ha aceptado el reto de convertirse en el conseller del referéndum. Desde ayer es el nuevo responsable de los procesos electorales. Compartirá con el resto de los miembros del Govern la suerte que le depare la machada, aunque eso le suponga tener que renunciar al sueño de convertirse en el próximo presidente de la Generalitat en unas eventuales elecciones autonómicas. Las encuestas lo daban por seguro, pero la inhabilitación que le aguarda a la vuelta de la esquina lo hace imposible.
¿Alguien cree que, así las cosas, la oferta de diálogo de los socialistas, contrarios a reconocer el derecho de autodeterminación, puede ser recibida con los brazos abiertos en el Palau de la Generalitat? Rajoy ya se ofreció a negociar 45 de las 46 reivindicaciones que Puigdemont le planteó por carta en abril de 2016 -todas menos el referéndum- y la respuesta fue un portazo en las narices. Pincho de tortilla y caña a que ahora la nariz aplastada será la de Sánchez. Nadie cruza el Rubicón para envainar la espada. La suerte está echada.