La derecha de Castella en un mar de orejas en Huesca
La tarde estuvo marcada por la tremenda generosidad de la presidenta, que en los tres primeros toros ya había soltado el pañuelo de las orejas en cinco ocasiones. Alguien debió advertirle a la usía que una abundancia de trofeos solo es eso, un triunfalismo sin medida que empalaga más que alimenta la afición del público.
Por eso, mientras los alegres peñistas se llevaban a hombros a Padilla y Castella, entre ese aluvión de orejas, en ese mar de dadivosidad, quedaba el toreo a derechas del diestro francés. En sus dos buenos toros de La Palmosilla, Castella manejó a muleta con decisión, con mando. Si a su primero lo cuajó con muletazos en los que convenció plenamente a la sombra y a la bullanga del sol, ante el quinto volvió a demostrar firmeza y poder toreando por el pitón derecho. No faltó pinturería, alardes de valor y acierto con la espada para hacerse con tres orejas.
Dos se llevó Padilla del que abrió plaza, tan terciadito como bueno y colaborador con todo lo que le hizo el Ciclón. Largas de rodillas, esplendor banderillero y muchas ganas con la muleta, ora de hinojos, ora erguido. Todos a favor de un Padilla que con el quinto lo volvió a intentar, aunque ahí el toro le salió más díscolo y, pese a sus buenas embestidas, le pudo el instinto de la huida.
Se llevó solo un trofeo López Simón, que también anduvo decidido y con buen aire en algunos pasajes manejando la mano izquierda ante el tercero. Lo tenía todo a favor, presidenta incluida, para que las orejas hubieran sido dos del bravo tercero, pero tardó en caer y el pañuelo fácil únicamente fue uno.
Plaza en la que la cuarta parte acuden a la plaza borrachos y otra cuarta parte a emborracharse y a molestar a los aficionados de sombra además de lanzar objetos a los toreros durante la faena.
Los antitaurinos entran a la plaza a poner en peligro la vida de los toreros fingiendo ser aficionados del tendido de sol.