“Escrito para la Historia”: Blas Piñar, director del Instituto de Cultura Hispánica (Capítulo I)
Por su interés y valor histórico (agrandado con el tiempo) reproducimos la serie de artículos escritos por el político, notario, escritor y fundador de Fuerza Nueva, Blas Piñar (1918-2014), bajo el título “Escrito para la Historia” y que fueron publicados en AD a partir del año 2012. Considerado unánimemente el mejor orador parlamentario de la transición, Blas Piñar puso a disposición de los lectores de este medio, del que era fiel colaborador, algunos de los hechos más relevantes y notorios de la vida española en los últimas décadas y que lo tuvieron a él como testigo directo. Comenzamos esta serie de artículos con su etapa al frente del Instituto de Cultura Hispánica:
Blas Piñar.- Mi vocación por la tarea hispánica venía de lejos. Dos libros me impresionaron profundamente. Los leí siendo casi un niño: La emoción de España, de Manuel Siurot, y Defensa de la Hispanidad, de Ramiro de Maeztu.
La Providencia quiso que esa vocación se encauzase. Las causas segundas son evidentes, y en este caso lo fue mi amistad con Alfredo Sánchez Bella. Esta amistad nació en Valencia, no mucho después de terminar la Cruzada. Yo era un estudiante de Derecho. Hacía la carrera por libre, de modo que cuando mi padre, teniente coronel entonces, fue destinado a Valencia, yo me examinaba en Madrid. Antes de abandonar Toledo, don Hernán Cortés y Pastor, muy vinculado a la Juventud de Acción Católica, me dió una tarjeta de presentación para Alfredo Sánchez Bella, quien antes de la guerra había sido presidente diocesano de la misma, y que ahora estaba al frente de la emisora que Unión Radio tenía en Valencia.
Al cabo del tiempo, Alfredo Sánchez Bella se hizo cargo de la Dirección del Instituto de Cultura Hispánica, y yo desempeñaba, desde octubre de 1949, la Notaría de Madrid. Tuve contacto frecuente con el director, que quiso integrarme en el Instituto. A tal fin, me hizo miembro titular del mismo y, con fecha 22 de noviembre de 1951, me nombró vocal de su Junta de Gobierno.
En el año 1956, Alfredo Sánchez Bella, que había realizado una gran tarea, fue designado embajador en la República Dominicana. Habló con el ministro de Asuntos Exteriores sobre la persona que había de ocupar el puesto de director del Instituto, y dio mi nombre para sustituirle.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando recibí una comunicación firmada por Alberto Martín Artajo, como presidente del Patronato del Instituto de Cultura Hispánica -cargo unido a la titularidad del Ministerio – en la que se me notificaba el nombramiento de subdirector, que no era lo convenido. La comunicación está fechada el 8 de noviembre de 1956.
Ignoro las razones del cambio de postura, aunque presumo fuese la de darme un periodo de prueba antes de conferirme la plena responsabilidad de la dirección. Mientras, Alfredo Sánchez Bella la conservaría, no obstante su desplazamiento a Santo Domingo.
No acepté este cambio. Consulté a unos buenos amigos, bien dotados, por ciencia y experiencia, para aconsejar. Vi al ministro, que hizo suyos mis argumentos. Me pidió que aceptara la dirección, que yo era su candidato y que estaba agobiadísimo por las presiones de que venía siendo objeto por parte de varios pretendientes. Confieso que hasta el fin de año no tomé la decisión de aceptar. Por una parte, la vocación me invitaba a ello y, por otra, el temor a asumir responsabilidades de importancia, de perder una cierta comodidad, posiblemente egoísta, y de un posible fracaso, explican mi demora.
Me hice cargo de la dirección del Instituto el viernes 4 de enero de 1957. El acto fue solemnísimo. Tuvo lugar en el Salón de Embajadores. Me dió posesión Alberto Martín Artajo y estuvieron presentes, entre otros -lo que, naturalmente, me produjo una gran alegría – mis dos antecesores, Joaquín Ruíz Giménez y Alfredo Sánchez Bella y, con ellos, Fernando Martín-Sánchez Juliá, Alfredo López Martínez, Pedro Laín Entralgo, el decano de la Junta directiva del Colegio de Notarios de Madrid y el director General de los Registros y del Notariado.
Hubo discursos, el del ministro y el mío. Traté, con brevedad, de mi modo de entender la tarea que se me había encomendado. No fueron sólo palabras de cortesía y agradecimiento. Tuve, como es lógico en esos casos, felicitaciones. Pero destaco una porque, a veces, hay que respaldar, con palabras de quienes gozan de autoridad moral, las propias intervenciones, tranquilizando la conciencia y disipando las dudas.
Me refiero a la carta que recibí, con ese motivo, del cardenal Enrique Pla y Deniel, arzobispo de Toledo, de fecha 5 de enero de 1957. Va escrita de su puño y letra y reza así: “Felicito a Vd. muy cordialmente por haber sido nombrado director del Instituto de C.H., pidiendo al Señor sea muy fecunda su labor en dicho cargo, como así lo espero. Le felicito también por haber expresado muy rectamente las relaciones entre la Acción Católica, la política y los cargos de gobierno. Muy afectuosamente le bendice y e.s.m.”.
Un contratiempo nada agradable se produjo muy pronto. No sé, ni he querido saber, qué compañero de Madrid se puso en contacto con la Dirección General de los Registros y del Notariado para pedir se declarase incompatible con la dirección del Instituto el desempeño de la Notaría. La petición no se ajustaba a derecho, pero entendí que era procedente elevar un escrito a la mencionada Dirección, y solicitar un informe al respecto del Colegio Notarial de Madrid. El artículo 16 del Reglamento que disciplina nuestra profesión de fedatario no contempla ni establece esa incompatibilidad para el supuesto en que yo me encontraba. En cualquier caso, yo no quería que esa compatibilidad fuese una muestra de simpatía o tolerancia, sino resultado de una situación absolutamente correcta. Mis alegaciones fueron tenidas en cuenta, y tanto el informe del Colegio Notarial, como la respuesta de la Dirección General, me fueron favorables.
Durante los cinco años que ocupé la dirección del Instituto -al que yo califico de fundación de Derecho público-, la actividad fue muy intensa. Echando la mirada atrás, y considerándolo detenidamente, me asombra que con un presupuesto mínimo de dieciséis millones de pesetas anuales se pudieran hacer tantas cosas y fuésemos animadores o colaboradores, creo que eficaces, de tantas y tantas obras, en España y fuera de España. Para mí, es incontestable que ello se debió a la entrega generosa y desinteresada de quienes con verdadero entusiasmo y dedicación trabajaban en el Instituto. De todos ellos guardo un gratísimo recuerdo, y de ellos me ocupé hasta conseguirles la categoría de funcionarios públicos (era personal contratado) y de lograr que se crease y reconociese para ellos una Mutualidad.
Uno de los primeros problemas con que tuve que enfrentarme fue el de los flecos de la II Bienal Hispanoamericana de Arte, que se había celebrado en Madrid y clausurado poco antes de mi toma de posesión. Estaban pendientes de pago algunas facturas de cierta importancia y era preciso tramitar reclamaciones legítimas relacionadas con el retorno de cuadros a algún país de Hispanoamérica.
No fue fácil ni rápida la solución, tanto por la escasez presupuestaria, como por las dificultades que ofrecía la información no muy completa de quienes desde el punto de vista empresarial se habían encargado de los transportes. Todo llegó, afortunadamente, a buen fin, y he de recordar que en ciertos casos, y previa petición cortés de nuestra parte, los acreedores rebajaron parte de sus créditos.
Festivales y Congresos
Algo especialmente querido por mí fueron los festivales folklóricos hispanoamericanos. La música, la copla y el baile popular, por lo que tienen de espontáneo y vivo, me han enamorado desde siempre; por otro lado, el conocimiento de sus raíces acerca a los pueblos, y muy especialmente cuando, en gran parte, dichas raíces son comunes. La hermandad no es solo una relación colateral; tiene una dimensión ascendente, que yo intenté buscar e iluminar con la iniciativa de los festivales.
Pensé que se celebraran en Palma de Mallorca. No tuve éxito en mis gestiones. Me dirigí a Cáceres. Estaba de gobernador en la provincia mi gran amigo Licinio de La Fuente. La propuesta no pudo tener mejor acogida. Con su colaboración plena y la de las autoridades, José Murillo Iglesias, presidente de la Diputación, y Luis Ordóñez Claros, alcalde, comenzamos a movernos. El primer festival se celebró en la bellísima capital extremeña, en Tujillo y en Plasencia en junio de 1958. El éxito fue extraordinario. Fue entonces cuando, al entregar los premios, en un discurso, en el Ayuntamiento, el 5 de junio de 1958, afirmé que Cáceres era la Plaza Mayor de la Hispanidad. Este apelativo se acogió con verdadero entusiasmo.
Hubo más festivales en los tres años subsiguientes, es decir, hasta mi cese, como director del Instituto, el 8 de febrero de 1962 (BOE nº 41, de 16 de febrero, página 2355). Mis recuerdos son inolvidables. Vivimos un ambiente de fraternidad auténtica, de camaradería ilusionada, de fervor hispánico. Los trajes regionales de España se mezclaban en las calles cacereñas con los típicos de América y Filipinas. Surgieron amistades. Hubo cambio de impresiones e intercambios de obsequios, y el pueblo de la Alta Extremadura nos apoyó con su presencia multitudinaria en todos los lugares donde el espectáculo se ofrecía, como la Plaza de Toros, llena hasta rebosar, con un público expectante, que captó el por qué de aquellas exhibiciones, variopintas en la expresión, pero con una médula de unidad entrañable.
Recuerdo que, terminado el segundo de los festivales, fui al Palacio de El Pardo, el 17 de junio de 1959, a visitar al Caudillo, acompañando a la reina del festival, Sergia Durón Meza, hija del embajador de Honduras, y a una representación de los distintos grupos que habían participado en el mismo.
La reina del festival de 1960 fue María Isabel Fernández Errázuriz, hija del embajador de Chile, Sergio Fernández Larraín. Ya concluido el Festival, el 21 de junio, con la participación de los Coros y Danzas de la Sección Femenina, hubo un espectáculo sumamente concurrido y traspasado de emoción en el Palacio de Deportes de Madrid, para recaudar fondos con destino a las víctimas de los terremotos de Chile..
Del IV Festival, el de 1961, fue reina Isabel Ochoa Antich, hija del embajador de Venezuela Santiago Ochoa Briceño. Celebrado también en Cáceres se clausuró en Madrid, el 29 de junio. El 1 de julio, en el Teatro Español, el ballet Filipinescas ofreció sus danzas. Asistió la esposa del Caudillo, doña Carmen Polo.
En Cáceres, y en noviembre de 1958, se celebró un Congreso de Cooperación intelectual sobre Carlos I de España y V de Alemania. Tenía a mi cargo un discurso importante Lecciones permanentes de la política religiosa de Carlos V. Lo preparé con todo detenimiento. Acudían al mismo personalidades del mayor relieve, tanto españolas como extranjeras. Marché a Cáceres. Me puse enfermo. Tenía fiebre alta. Nunca agradecí bastante la visita que me hizo el doctor Manuel Llopis Iborra, obispo de la diócesis. Era un alcoyano simpatiquísimo y afable. Practicó una obra de misericordia viniendo a verme y a darme ánimos. Fui con fiebre al salón de actos. Era el 28 de abril de 1958. Me dominé y pude pronunciar mi discurso. Me presentó el gobernador civil, Licinio de la Fuente.
Pero lo que vale la pena recordar es el testimonio de gratitud, que me compesó con creces de las fatigas y dedicación que consagré a Cáceres. La Diputación Provincial me nombró el 22 de mayo de 1959 hijo adoptivo de la provincia, y el pergamino en que así consta me fue entregado con toda solemnidad por su presidente José Murillo Iglesias.
Pero hay más. Como si este gesto no fuera bastante, también me designaron hijo adoptivo de Cáceres, capital. La moción solicitándolo fue del teniente de alcalde Juan Pablos Abril, médico, trujillense de nacimiento y, más tarde, gobernador civil de Teruel y Tenerife. La solicitud fue respaldada unánimemente por la Corporación, el 23 de junio de 1961, y así me lo comunicó oficialmente el alcalde de la Ciudad, el día 27.
Por aquella época, en la que recibimos pruebas de afecto, tuve otra grata noticia, que también se relaciona con la filiación, aunque en este caso no fuera adoptiva, sino predilecta. El Ayuntamiento de Toledo, en sesión extraordinaria de 28 de octubre de 1959, acordó nombrarme hijo predilecto de la Ciudad Imperial. Me lo comunicaron con fecha 6 de noviembre del mismo año. Era alcalde de mi patria chica Luis Montemayor Mateo, procurador de los tribunales, dotado de bondad y cordialidad extraordinarias.
Mi paso por el Instituto de Cultura Hispánica me brindó la oportunidad de vincularme más estrechamente a Toledo. Antonio Cano de Santayana y Batres que fue uno de mis más entrañables y asíduos colaboradores en el Instituto -toledano como yo-, tuvo la idea, en 1958, de fundar el Capítulo Hispanoamericano de Caballeros del Corpus Christi. Respaldé e hice mía la idea. El cardenal Pla y Deniel aprobó el proyecto y nos erigió canónicamente el 18 de noviembre de 1958. En el Capítulo ingresaron prácticamente todos los embajadores y una parte del cuerpo diplomático y consular de Hispanoamérica y Filipinas. Ha ido creciendo, tiene un gran prestigio y desfila procesionalmente, el día del Corpus, delante de la Custodia de Arfe.
A esta participación eucarística hay que añadir la celebración de los juegos florales, dedicados a la Eucaristía, en el Teatro Rojas de Toledo. Fueron sucesivamente reinas de los juegos, en 1959, María de los Ángeles Chaverri, hija del embajador de Costa Rica, Virgilio Chaverri; en 1960, Amparo Casas Fonnegra, hija del encargado de negocios de Colombia, Efraín Casas; y en 1961, Josefina Estrada Marders, hija del ministro consejero de Filipinas José Estrada. Obtuvieron la flor natural los poetas Gerardo Diego, Eduardo Carranza y Victoriano Cramer, y actuaron como mantenedores, también sucesivamente, Luis Morales Oliver, Eugenio Montes y Sergio Fernández Larraín, cuyos discursos fueron admirables.
Los viajes
El contacto imprescindible con el continente americano y el archipiélago filipino aconsejaban el desplazamiento y el conocimiento in situ. De ahí, los viajes que tuve oportunidad de hacer durante el tiempo en que estuve al frente del Instituto. En 1958 y en 1961 estuve en Filipinas. A estos dos viajes se alude en otro lugar de este libro. A Hispanoamérica fui en 1957 y 1961, y a los Estados Unidos en 1959.
Ya había pisado tierra americana. Fui en 1956. Estuve y desarrollé una ponencia en el Congreso Internacional de Cultura Católica, que se celebró en la capital de la República Dominicana. Antes, estuve en Nueva York y, después, en Puerto Rico. El viaje de 1957, entre septiembre y octubre, fue más largo. Era urgente conocer en directo los Institutos de Cultura Hispánica, mantener entrevistas con las autoridades y personas representativas y dar conferencias para animar a quienes trabajaban en la tarea de acercamiento y consolidación del mundo hispánico. Estuve en Panamá, en los cinco países centroamericanos, y en Ecuador, Venezuela y Colombia. Creo que el viaje fue fructífero en todos los órdenes.
El de 1961 merece una atención especial. Aquel año se celebraba por la República Argentina el sexquicentenario (150 años) de su independencia. Se invitó a España con cariño especial. Por Decreto de 7 de abril de 1960 fue nombrada una Delegación, que presidiría el ministro de Marina almirante Felipe Abárzuza y Oliva. Yo formaba parte de la misma. Me puse enfermo y no pude incorporarme a ella. El disgusto tuvo una compensación grata e imprevista. El Gobierno argentino me envió algo así como un cheque en blanco para que pudiera desplazarme no sólo a Argentina, sino a cualquier país hispanoamericano, por su cuenta, y tan pronto como me encontrara repuesto. Por decreto número 3033 de 17 de abril de 1961 fui declarado huésped oficial.
Una invitación tan sumamente generosa tenía una explicación de la que me permito dar cuenta. El presidente de la República Argentina Arturo Frondizi había nombrado a un gran amigo suyo, personal y político, José Mazar Barnet, director general de Cultura, el que más tarde sería ministro de Obras Públicas y director del Banco de la Nación. José Mazar había creado las Universidades populares. Asistió en París a una reunión de la UNESCO. Vino a España. Quiso conocerme. La simpatía mutua fue inmediata y creciente. Fue él, sin duda, el que intervino para hacer posible el viaje, que lógicamente aproveché. Estuve en Brasil, Paraguay, Uruguay y Chile, aunque, como es lógico, a la Argentina dediqué el mayor número de días. Estuve, no sólo en Buenos Aires, sino en La Plata, Córdoba, Mendoza y San Juan. Di conferencias e hice amistades que aún perduran. En el Palacio Errazuriz, sede de las Academias y del Museo de Arte Decorativo, en un ambiente cultural del más alto nivel, y después de presentarme José Mazar, hablé de Mística y Política de la Hispanidad. Presidió el acto Luis R.Mac Kay, ministro de Justicia y Educación.
Conocí a la familia Aquino y la Asociación por ella impulsada, Cuarta Carabela, totalmente al servicio de la Hispanidad. Estuve en compañía de Héctor Blas González, director general, en casa de Enrique Larreta, que me invitó a merendar. El Colegio de Escribanos de Buenos Aires me ofreció una cena. El relato minucioso de los acontecimientos sería interminable pero no renuncio a recoger una entrevista que tuvo consecuencias importantes.
Con José Mazar Barnet, que se volcó, y José María Alfaro, embajador de España en Buenos Aires, fui a la Casa Rosada, es decir al Palacio presidencial. Nos había concedido audiencia el presidente. Yo tenía una asunto entre manos al que sólo Frondizi podía dar una respuesta afirmativa. Se trataba de la construcción, en la Ciudad Universitaria, del Colegio Mayor Argentino. Lo había en París, pero no en Madrid. Mi propuesta, luego de argumentarla, fue la siguiente: El protocolo Franco-Perón, relacionado con el envío de trigo a España cuando el bloqueo internacional después de la guerra, es decir, después de 1945, exigía que España compensara a la Argentina con la entrega de unos barcos de guerra que debían construirse en nuestros astilleros. España podía – así lo dije – hacer esta compensación, en parte, con barcos de guerra, tal y como estaba previsto y, en parte, edificando y poniendo a disposición del Gobierno argentino un Colegio Mayor. No hubo nada que discutir. A Frondizi le agradó mi propuesta. El Colegio Mayor Argentino funciona desde hace años en la Ciudad Universitaria de Madrid.
Y ya que hablamos de Colegios Mayores, y aunque sea como paréntesis, anudo, a la construcción del argentino, el del brasileño. Tuve una intervención, creo que decisiva, en este asunto. Yo había hecho amistad con dos grandes empresarios de aquel país, enamorados de España, de origen eslavo, que tenían puestos dirigentes en el Sindicato del Café. Convine con ellos en que harían una exportación importante a España, y que el producto de su venta se invertiría en la construcción de un Colegio Universitario, que se denominaría Casa do Brasil. La ubicación de la misma tuvo problemas que me obligaron a mantener casi airadamente mi postura en la Junta de Gobierno de la Ciudad Universitaria, ya que la parcela que solicité estaba concedida al Instituto Nacional de Industria, que aún no había edificado su propio Colegio. Hablé con Juan Antonio Suances, presidente de aquel Instituto, y el camino quedó despejado. Se puso la primera piedra el 23 de junio de 1950 por el ministro brasileño de Educación Clous Salgado Garra. La bendijo el sacerdote brasileño Antonio del Carmen. La Casa do Brasil se alza en el recinto universitario madrileño. Tiene a su entrada una efigie del Padre Anchieta, fundador de Sao Paulo. Una reproducción, más pequeña que el original, me fué regalada por los amigos brasileños
También, y en relación con los Colegios Mayores, puedo decir que el 20 de julio de 1951 se puso la primera piedra del Colegio Mayor colombiano Miguel Antonio Caro. El embajador, Jaramillo Sánchez, de otro campo ideológico, fue para mí un gran amigo. La negociación para construir el Colegio no tuvo dificultades. Asisteron al acto el arzobispo Juan Manuel González Arbelaez, que bendijo la primera piedra, y los ministros de Educación colombiano y español Alfonso Ocampo Londoño y Jesús Rubio y García Mina.
El viaje a los Estados Unidos tuvo lugar en 1959, del 1 de septiembre al 8 de octubre, a invitación del Departamento norteamericano de Estado. Aparte de las visitas turísticas obligadas, lo importante para mí era el conocimiento de la parte hispánica de aquel inmenso país. No puede olvidarse que su verdadera historia no comienza con el desembarco de los peregrinos protestantes que huyeron de Europa, sino en San Agustín, con su fortaleza marítima española. Hice el “costa a costa”, es decir, el recorrido de la orilla atlántica a la del mar Pacífico, y la hice utilizando todos los medios de locomoción. Contra lo que puede creerse, la presencia española en los Estados Unidos no se limitó a la zona fronteriza del sur. Penetró muy hondo. Desde Denver, capital del Colorado, tuve la oportunidad de trasladarme en unión de José Vigil, presidente del Instituto de Cultura Hispánica de aquel Estado, a Ouray (Wyoming) situado al norte en las Montañas Rocosas. Nos hospedamos en un pueblecito del interior, rodeado de montañas. En la piscina, de aguas volcánicas, por cierto, encontramos a unos niños indígenas. Nos hablaron en español, que es el idioma -nos dijeron- que usamos en casa. El Tratado de paz del gobierno norteamericano con las tribus de la región, pudimos saber, está escrito en castellano.
Estuve en Tejas -en San Antonio, donde se conserva vivo nuestro idioma-, en Nuevo Méjico y en Florida. Todo impresionante, por escasa que sea la sensibilidad del espectador. Pero lo que más vivo recuerdo me ha dejado de aquel viaje fue el recorrido de California, y no sólo la estancia en Los Ángeles y en San Francisco, con casi un millón de habitantes de habla española, de origen mejicano en su inmensa mayoría, sino la ruta de las misiones, que recorrió cojeando nuestro fray Junípero Serra. Traje a la memoria su ciudad natal, Petra, en Mallorca, y las imágenes y advocaciones de su templo parroquial que sirvieron para bautizar los pequeños edificios misionales.
En Nueva Orleans, Estado de Luisiana, tuvo lugar un acontecimiento insólito. El famoso Barrio Francés no es francés sino español. Era preciso aclararlo definitivamente. Yo había mantenido relaciones, para lograr esa aclaración y hacerla visible, con nuestro cónsul en aquella ciudad, José Luis Aparicio, hombre entusiasta, tenaz y patriota. Por cuenta del Instituto de Cultura Hispánica se enviaron a Nueva Orleans 2286 azulejos para conformar 125 placas con el nombre que en nuestro idioma habían tenido esas calles, entre 1762 y 1803, es decir, durante la época en que Luisiana había sido española. Los azulejos eran de cerámica toledana, de Ruiz de Luna. Hice entrega simbólicamente de algunas de aquellas placas al alcalde de la ciudad. Se colocaron. El texto, que se iluminó, reza así: “Cuando Nueva Orleans era la capital de la provincia española de Luisiana (1762-1803), esta calle llevaba el nombre de…”
Se cuenta que Charles De Gaulle, en su visita, poco más tarde, a Nueva Orleans, se quedó desagradablemente sorprendido al ver que el barrio francés, había sido obra de España.
Un serio disgusto me planteó una medida que estimé carecía de fundamento. Mi antecesor, Alfredo Sánchez Bella, con notable acierto, había puesto en marcha unos Estudios Hispánicos de Desarrollo Económico. Se integraron en la tarea personas del más alto prestigio y experiencia en todos los ramos de la Economía. Se trataba de elaborar unos planes de desarrollo conjunto de España e Hispanoamérica, con la pretensión de constituir un Mercado Común Iberoamericano. Los trabajos -numerosos y serios- se publicaron. La financiación se hizo con la ayuda anual de un millón de pesetas, que nos daba el Ministerio de Hacienda. El ministro, Mariano Navarro Rubio, nos retiró la subvención. Fui a verle con el propósito de que rectificara. Estuvo terco, no lo conseguí. Con el consejo directivo de Los Estudios fui a ver al Caudillo. Era el 7 de mayo de 1958. Le obsequiamos con un ejemplar de cada uno de los libros. Sin ayuda económica -francamente pequeña- fue imposible continuar. Pero como antecedente y aportación, ahí queda un trabajo, no sólo singular sino significativo ante la incorporación plena de España a lo que se llamó Mercado Común Europeo.
El mundo sefardita
De mucho tiempo atrás he entendido que el mundo hebreo no es un mundo monolítico, aunque las apariencias digan lo contrario. Es más, de algún modo, las divisiones que existían en tiempos de Cristo, entre herodianos, saduceos, fari-seos, zelotes y esenios, subsisten hoy; y hoy hay judíos sionistas y antisionistas, y hay judíos ateos y judíos profundamente religiosos, y hay, que es lo que trato de destacar ahora, judíos sefardíes y judíos askenazis. Negar la fuerza del judaísmo sería un error. No sólo tiene en su mano una parte decisiva de la industria, del comercio y de los servicios de muchos países, sino que influye de un modo considerable en la marcha de la política internacional de los mismos, incluyendo una gran potencia como los Estados Unidos.
No es fácil penetrar en ese mundo, y especialmente a España. Son muchos los prejuicios y muy grande el resentimiento. Pero no es universalmente compartido. La conducta de Franco durante la II Guerra Mundial, brindando apoyo y ayuda a los sefarditas y a los que no lo eran -para salvarles la vida, facilitándoles pasaportes- y la nostalgia por Sefarad de los descendientes de los que abandonaron España, son puntos de apoyo para una aproximación que disminuya el talante hostil. Por otra parte, las colonias sefardíes, en el mundo oriental, que han seguido hablando el viejo español, -ladino- con el deseo de conservarlo en un medio cultural muy diferente, han querido mantener contacto no sólo con España, sino con el mundo hispánico.
Se llamaba J. Behar Passy el joven hebreo, argentino, de lejano origen sefardí, aunque hijo de emigrantes eslavos, que vino a verme en nombre de la Federación Mundial Sefardita, con sede en Londres.
Era persona de grata presencia. Me dio cuenta de la inquietud de la Federación, que contemplaba la decadencia del legado judeoespañol, fruto no sólo de la disminución demográfica, sino de la presión de medios culturales mayoritarios distintos e, incluso, del Estado de Israel, que en nombre de un nacionalismo exacerbado trataba por todos los medios de hacer olvidar las raíces de quienes, autóctonos o venidos de fuera, formaban parte del mismo.
Me puse en contacto con la “Federación” y con su presidente, Denzil S. Montefiore. Por cierto, que el rabino Salomón Gaon, que formaba parte de la misma, también de origen eslavo, se había educado con los jesuitas, venía todos los años a pasar sus vacaciones veraniegas en Málaga y hablaba perfectamente ladino y castellano moderno.
Se hizo un plan de trabajo. Creo, sinceramente, que tuvimos éxito. Por ejemplo, en el III Congreso de las Academias de la Lengua, que se celebró en Bogotá, del 29 de julio al 5 de agosto de 1960, se solicitó que el Instituto de Estudios Sefardíes, constituido en España, se incluyera entre los organismos dependientes del Congreso para participar activamente en los foros y en la labor general de la Academia de la Lengua Española.
No tengo noticias de las consecuencias prácticas de este acuerdo. Lo que sí me consta es que su puesta en marcha tenía dificultades, porque las Academias tienen carácter nacional, y el mundo sefardí no se identifica con ninguna nación, sino que está disperso, siendo en realidad una auténtica diáspora.
Pero lo más importante fue la gran exposición sefardita que se hizo, patrocinada por el Instituto de Cultura Hispánica, en la Biblioteca Nacional. Se trajeron libros, manuscritos, impresos, y obras de arte de todos los países. Nos animó a la empresa el ministro de Educación Nacional, Jesús Rubio y García Mina. No creo que le agradase mucho al de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, que la consideró “extravagante”. La muestra tuvo repercusión internacional muy favorable. Para saborearla vinieron los directivos de la Federación Mundial Sefardita. Fui con ellos a ver al Caudillo, el 6 de julio de 1960. Los discursos estuvieron traspasados de emoción, hasta hacer brotar las lágrimas, y la conversación informal fue afectuosa y distendida. Siendo todavía director del Instituto recibí una invitación para ir con mi esposa a Israel. La agradecí, pero la rehusé. No me parecía congruente, teniendo en cuenta mi cargo, visitar un país con el cual no teníamos relaciones diplomáticas. Lo comprendieron. Pero, al cesar como director, la reiteraron. Fue en marzo de 1962. Entonces acepté. Estuvimos diez días. No puedo negar que la acogida fue afectuosa, como tampoco oculto lo muy desagradable que nos resultó asistir a una de las sesiones del proceso Eichmann.
Después de nuestra visita a Israel vino a España, movido por la insistente curiosidad, combinada con cierta dosis de cautela, Benno Weiser. Era director del Instituto Central de Relaciones Culturales Israel-Iberoamérica-España y Portugal. Austríaco de origen, fue uno de los fundadores del Estado hebreo. Había contraído matrimonio con una actriz rusa, sefardita. Se fue exiliado a Ecuador cuando el Anschluss. Aquí, en España, desaparecieron todos sus pre-juicios. Dio una preciosa conferencia, traspasada de humor, titulada El perfil cultural de Israel, el 25 de junio de 1962, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Berno Weiser fue, más tarde, embajador en la República Dominicana y en Paraguay. Siempre se comportó como un buen amigo y defensor de España.
Otros actos y visita del presidente Frondizi
Hay, entre los numerosos actos que organizó el Instituto de Cultura Hispánica, uno especialmente emotivo, que me permití llamar de Santa María de las Banderas. Fue en Zaragoza, el 29 de septiembre de 1958, en el salón de actos de la Facultad de Medicina.
Estaba próximo el día de la Hispanidad. Las banderas de España, de Filipinas y de los países hispanoamericanos, que cincuenta años atrás había bendecido San Pío X, y que adornaban la basílica del Pilar, estaban viejas y ajadas. Se hacía preciso su reemplazo y así lo hicimos. Exaltamos la renovación, tal y como merecía. Tanto las palabras que se pronunciaron con ese motivo como el fervor y el entusiasmo contagioso de los oyentes, son inolvidables.
Fueron muchos los Congresos que el Instituto de Cultura Hispánica convocó, o a los que asistió. Me permito hacer referencia al Congreso Hispano-Luso-Filipino de Municipios, de 1959 y al de Cooperación Intelectual sobre Velázquez.
El primero se inauguró en Lisboa. El intercambio fue no sólo a escala municipal sino nacional. Estuvo, desde el alcalde de Goa a la alcaldesa de San Juan de Puerto Rico, desde los que representaban a ciudades populosas hasta los que hacían de cabeza en pueblos desconocidos. Nuestro Banco de Crédito Local, y su director José Fariña Ferreño, colaboraron con entusiasmo y ayudaron a la buena marcha del Congreso. La clausura tuvo lugar en Santiago de Compostela el 22 de mayo de 1959. Fue en el marco excepcionalmente bello del Hostal de los Reyes Católicos. Allí estaba, con el alcalde de Lisboa, la Comisión organizadora del Congreso, los congresistas y los gobernadores civiles de las cuatro provincias gallegas. Me cupo el honor de pronunciar el discurso de cierre.
El local, el ambiente y el tema, debieron conmoverme de un modo profundo, pues conseguí algo que todavía me hormiguea; un espíritu colectivo que, emocionado, ponía en pie al auditorio, interrumpiendo con aplausos unánimes al orador. Confieso que fue ésta una de las ocasiones en que me sentí traspasado por la inspiración oratoria.
El Congreso Intelectual sobre Velázquez se celebró en Málaga, en febrero de 1961. Especialistas sobre este pintor único se congregaron con este motivo en la ciudad andaluza. Eran de distintas nacionalidades. Hablé en el Salón de Actos del Ayuntamiento, el 20 de febrero de 1961. Título de mi intervención: Actualidad de Velázquez. Hubo ponencias y coloquios. La figura del artista sevillano, con sangre portuguesa, es inagotable. Todo iba sobre ruedas, hasta que alguien o “alguienes”, que se movían en la sombra, pusieron dos notas discordantes, que me desagradaron. Una fue la aparición de flores, que habíamos preparado para regalar a las señoras, en el monumento al general Riego. Otra, el homenaje a Picasso, ante la casa donde nació y en la que se había colocado una placa. Con independencia de su alcance político, ambos gestos estaban fuera de lugar. Nada tenían que ver con Velázquez. Como es lógico, la prudencia me hizo aplazar las medidas correctoras necesarias para después de concluido el Congreso.
Es imposible dar cuenta detallada de una actividad intensísima como la que el Instituto desarrolló, y no sólo por su amplitud y diversificación, sino porque mi memoria es incapaz de recordarlos todos. Más de uno quedará en el tintero. Pero aún contando con este riesgo, me tomo la libertad de aludir al Centro Internacional de Formación de Técnicos de la Seguridad Social y a la Oficina Iberoamericana de Educación, al Pabellón, al Día de Iberoamérica y a las Conversaciones Comerciales Iberoamericanas, en la Feria de Muestras de Barcelona; al Premio de Teatro Tirso de Molina; al premio Perla del Cantábrico para cine Iberoamericano en el Festival de San Sebastián y al Certamen de Cine de Bilbao; a las exposiciones de escultura y de pintura -como la del artista toledano Cecilio Guerrero Malagón-, a los Cursos de Temas españoles, de Documentación española para periodistas hispanoamericanos; del año del castellano en Costa Rica; de profesores iberoamericanos de segunda enseñanza, y de verano para norteamericanos; a los Congresos del Instituto de Cultura Hispánica y de Cooperación Internacional; a la ayuda a las Asociaciones de Estudiantes de cada país del mundo hispánico; a la organización de la Fiesta de la Hispanidad en distintas ciudades españolas; a la edición de libros, como los Códigos Civiles de las naciones hermanas, y de las revistas Mundo Hispánico y Cuadernos Hispanoamericanos; a la Tertulia Literaria; a los Cursos de Derecho español e hispanoamericano y de formación de técnicas para la Seguridad Social; a la Cátedra Ramiro de Maeztu y a la Semana de Rizal; al Colegio Mayor Nuestra Señora de Guadalupe; a la concesión de becas a quienes previamente seleccionados venían a cursar aquí sus carreras; a la Asociación de Periodistas Iberoamericanos; a la emisión semanal de Radio España y a la de Televisión Carta de Hispanoamérica; al recibimiento y a las atenciones de las personalidades del mundo político, cultural y económico que desde América o Filipinas venían a España.
Una de esas personalidades fue el entonces -era julio del año 1960- presidente electo de la República Argentina, Arturo Frondizi. El día 8 visitó el Instituto. Le recibimos en el salón de Embajadores. Le acompañaba su señora. Hubo discursos. Mis palabras de recepción y bienvenida fueron las siguientes: “Señor: Bienvenido seáis porque venís en nombre de la Argentina, la patria fraterna, ceñida de blanco y azul. Nos traéis el cielo y la pampa, y nosotros, en trueque, os ofrendamos la espiga y la sangre. Así lo anuncian las banderas que estaban aguardando, en silencio, una al lado de la otra. Ha sido una guardia de siglo y medio. Pero, al fin, Don Quijote y Martín Fierro cabalgan unidos -Madrid, Buenos Aires- como buenos camaradas, a caballo del mundo”.
Ayer, hoy y mañana“Somos, señor presidente, los pueblos del futuro. Pero ese futuro nos pertenece si acertamos a unir, como ellos -héroes y banderas-, los símbolos que se adelantan. Sabemos hasta qué punto tenemos conciencia de la unidad de los países hispánicos y sabemos que la patria de Yrigoyen -creador de nuestra fiesta de familia- lucha por anudar los lazos de una gran economía, lozana y floreciente, sin la cual el espíritu sucumbe a la materia.
Esta Casa nació y vive para la empresa de la Comunidad de países hispánicos. No servimos a España. Servimos a todas las Españas, a las que nacieron con honor y con gloria.
Os pedimos que estampéis vuestra firma en esta hoja diáfana y que aceptéis la norma y la noticia: un ejemplar, recién salido de la imprenta, del Código Civil Argentino, y un número, dedicado a vuestra patria, de la revista Mundo Hispánico”.
La norma y la noticia
“La norma, porque este Código recoge y articula un derecho vivido en común por argentinos y españoles y nos enseña que nuestra vida, en lo que tiene de más noble, de humana y entrañable, está regida por unos principios idénticos, y a veces, por textos positivos calcados a la letra.
La noticia, porque hoy, a los 150 años, sigue siendo noticia la independencia de vuestra patria. La diferencia está en que, ayer, era para España noticia dolorosa, y hoy vuestra independencia está enmarcada en la Historia común. Si ayer, a los españoles les dolía el parto, a nosotros, los españoles de hoy, nos enciende y regocija la fecundidad. Si vuestros son los fundadores de Hispanoamérica nacidos en España, nuestros son ya los emancipadores nacidos en el nuevo continente.
Aceptad, señor, nuestros obsequios. Que los mismos sean augurio y prenda de vuestro mejor servicio a la causa común, y que cuando las nubes y el cielo, las velas y el mar, os recuerden, desde lo alto, en vuestro viaje de regreso a la Patria Argentina, que os espera, recordéis también este día y esta hora. Recordéis, en suma, a España, gavilla y racimo, triturada y pisada en ocasiones por un cerco de incomprensión y de odio, hechura del padre de la mentira. Mas aquí está su gloria, porque la rueda del molino que deshace el grano y la planta que golpea la uva sobre el suelo del lagar convierten a España en harina y en mosto, y es con pan y con vino de amor y de entrega como se forjan naciones cual la vuestra, que hoy, en un inefable y estremececido introito hispánico, “laetificat iuventutem nostram”, nos alegran, renovando nuestra juventud”.
El presidente argentino Arturo Frondizi contestó así:
“Señor: Deseo agradecer, no en nombre propio, sino en nombre de la nación argentina, esta ceremonia, porque sé que sus palabras están dirigidas a un país y no a un hombre; a una nación que tiene una historia, un presente y un futuro.
Hace ciento cincuenta años, aquellas lejanas regiones del entonces Virreinato del Río de la Plata iniciaron el proceso histórico de su emancipación entre España y aquella zona del mundo que España había hecho nacer con su sangre, con su fe y con su esperanza.
Pero he venido como presidente de la nación argentina ciento cincuenta años después. Por primera vez un presidente pisa esta tierra española en el ejercicio de su mando, porque he querido venir a decir a España que aquello que se inició hace ciento cincuenta años como hecho histórico no fue un acto de separación, sino que fue un acto de unidad.
Pero para ser unidos teníamos que ser nosotros en la plenitud de nuestra personalidad. Por eso hoy podemos decir, a través de la Historia, que España y la Argentina forman una unidad verdaderamente indestructible.
Pero habéis tenido también el recuerdo para esa figura, legendaria ya del mundo hispánico, que es el Quijote, y lo habéis asociado a un hombre como Martín Fierro, creado por la imaginación de quien sentía a España con profundidad en la acción y en el pensamiento, y que se expresó a través de versos inmortales que defendían el sentido de la tierra argentina. Y habéis querido también nombrar a Yrigoyen, un nombre caro para nuestros sentimientos, pero especialmente caro para los hombres que seguimos sus enseñanzas. Yrigoyen no sólo estableció el día 12 de Octubre como homenaje, sino que era un hombre que sintió con profundidad todo lo español. Y sabía que lo español, con lo particular que es, tenía precisamente un sentido universal que haría que los pueblos de América unidos a España abarcaran el proceso general de la civilización.
También, esta ceremonia colma mi espíritu de satisfacción, porque he predicado muchas veces desde el anonimato la necesidad del entendimiento del mundo hispánico; he predicado muchas veces en nuestra América la necesidad de la unidad en los grandes ideales, esos grandes ideales de la fe y de la esperanza que nos enseñó España.
Y al estar aquí hoy, 8 de julio, firmando este libro, recibiendo el Código Civil argentino que ustedes han mandado publicar, recibiendo este “Mundo Hispánico”, siento que esta necesidad de que los pueblos de América estén unidos la vamos a realizar a través del sentimiento de amistad y de comprensión para vuestra España.
Yo agradezco por eso vuestras palabras y vuestro gesto, y os digo que volveré con la misma fe con que salí desde mi patria, pero también con la decisión definitiva de seguir dando pasos a favor del entendimiento de España con sus hijos”.
De la época de director del Instituto -y recuerdo que fue durante una exhibición de folklore gallego en el salón de actos- Roberto Reyes, un magnífico falangista, que se sentaba a mi lado, me dijo: “Tengo noticias de que vas a ser procurador en Cortes. ¿Sabes algo?” “Absolutamente nada”, contesté. Y no sólamente no sabía nada, sino que no me inquietó el tema, y no me ocupé de indagar de quién y de dónde podía proceder tan inesperada noticia. Pero algo tenía de veraz la información, aunque no fuera del todo exacta.
A los pocos días -estamos en 1958- José Solís Ruíz, ministro secretario general del Movimiento -con el que no tenía o tenía muy escasa relación- se puso en contacto telefónico conmigo para decirme que el Caudillo quería nombrarme consejero nacional del Movimiento, de los de Ayete, es decir, uno de los cuarenta de designación directa. Me indicó que era lógico preguntarme si aceptaría, antes de proceder a dicho nombramiento, pues sería un desaire para el Jefe del Estado que me designara y yo rehusara.
Le contesté que no podía imaginarme que el Caudillo hubiera pensado en mí, que para mí ello era un honor; y que tuviera en cuenta que aun cuando yo estuviera totalmente identificado con los ideales del Movimiento Nacional, ni era militante del mismo ni había tenido carné de ninguna de las fuerzas políticas que a él concurrieron. Por decreto de 6 de mayo de 1958 fui designado por Francisco Franco consejero nacional del Movimiento, nombramiento que llevaba consigo el de procurador a Cortes. Este nombramiento fue renovado hasta la última legislatura del Régimen del 18 de Julio. Creo no equivocarme si afirmo que esta designación fue una prueba de confianza del Jefe de Estado.
La desolación de Miró Cardona
De mi paso por el Instituto de Cultura Hispánica no puedo dejar en el olvido mi entrañable amistad con José Miró Cardona, primer embajador de Fidel Castro en España, toda vez que el famoso escritor Jorge Mañach, que estaba en Madrid cuando Fidel entró victoriosamente en La Habana, se había limitado a ocupar el edificio diplomático.
Miró Cardona fue uno de tantos patriotas que ofuscados creyeron en Sierra Maestra, identificando a quien hacía de cabeza con un nacionalista opuesto al imperialismo yanqui y a la corrupción. No cabe duda que la presencia de capellanes católicos en las filas guerrilleras y las muestras aparentes de piedad de que hacían gala, confundieron a muchos. Un gran amigo de la Acción Católica de Cuba fue el tesorero-administrador de los rebeldes, aunque ello, cuando la cruda realidad se puso de manifiesto, le valiera de muy poco: fue un perseguido más.
Miró Cardona, abogado de inmenso prestigio, fue uno de los seducidos y engañados. Aquí ingresó en el Capítulo de Caballeros Hispanoamericanos del Corpus Christi, y siempre dio pruebas de un catolicismo veraz y de un profundo amor a España.
El 25 de enero de 1960 tuvo que regresar precipitadamente a La Habana. Le llamó con urgencia su Gobierno. Acababa de producirse el que podíamos llamar incidente Lojendio, protagonizado por el embajador. Fue algo insólito, posiblemente poco diplomático, por lo que respecta a la forma, pero lógico y digno de aplauso por lo que respecta al fondo.
Héctor d´Andrea, el embajador argentino, me llamó por teléfono. Me dio la noticia. Iba al aeropuerto de Barajas a despedirle. Le indique que yo iría también. Fuimos juntos. Allí estaba Manuel Aznar. Miró Cardona, entero, pero disgustado, nos dijo que no pasaría nada, que él lo arreglaría todo. “No lo veo tan fácil -le indiqué-. Una revolución en sus momentos iniciales es como un alud que avanza a ciegas. Al que trata de hacer frente el alud le devora”.
Y así fue, Miró Cardona tuvo -y afortunadamente pudo hacerlo- que exiliarse. Fue a Costa Rica. Después a Miami (Florida), y, por último, a Puerto Rico. Le ofrecieron una cátedra de Derecho en la Universidad de San Juan. Allí le encontré, con Ernestina, su esposa, en marzo de 1965. Vivían en un piso más que modesto, con una austeridad impresionante. Estaba delgado y muy triste. Cenamos, mi esposa y yo, con el matrimonio. La conversación fue, para mí, iluminadora. Los acontecimientos de los que fue protagonista son estremecedores. Pero lo que conviene destacar fue el cambio de postura del presidente norteamericano Kennedy. Miró, como acabo de decir, se refugió en Miami. De acuerdo con las autoridades máximas de los Estados Unidos se proyectó y organizó el famoso desembarcó de la Bahía de los Cochinos. Centenares de jóvenes cubanos acudieron con generosidad y patriotismo a la llamada de alistamiento. Pero algo debió ocurrir para que el secreto de la la operación sorpresa se filtrase. Parece ser que la filtración había partido de los responsables norteamericanos. Lo cierto es que fracasó, que los que iban a sorprender fueron los sorprendidos. Hubo muchas bajas. Un auténtico desastre. Uno de los voluntarios era hijo de Miró Cardona.
La tensión subsiguiente fue enorme. A Miró Cardona le ordenaron las autoridades que guardara silencio, amenazándole con la expulsión del país. Como última solución le propusieron que firmase una proclama, a cuya redacción era ajeno y que no se ajustaba a la verdad. Ante ese clima, Miró Cardona decidió marcharse de los Estados Unidos.
Era doloroso oírle. Un revolucionario noble y de buen criterio, destrozado física y espiritualmente por la Revolución. Murió lleno de amargura. Pero fue un gran hombre.
Luego de cesar como director de Cultura Hispánica todavía quedó un rescoldo que puede considerarse como residual del mismo. En su marco cabe la concesión del premio de periodismo -creo que el último- Fraternidad Hispánica, fundado por un emigrante español, José Fernández Martínez, con residencia en Méjico. Giraba en torno al diario ABC. No hubo entrega solemne. No iba ello con el clima que en los medios oficiales y oficiosos había producido mi destitución. Vino a mi despacho profesional Juan Ignacio Luca de Tena, y con cortesía y afecto me dio el sobre correspondiente. José Fernández Martínez murió el mismo día en que se me concedió el premio.
Con parecida cautela, mi gran amigo, el embajador de Chile, Sergio Fernández Larraín, me impuso, en su casa, la Gran Cruz de O´Higgins, que me había concedido su Gobierno, agradecido por el trabajo que realicé a favor de las víctimas y de los damnificados por el terremoto que asoló el país hermano. Algo semejante ocurrió con la entrega en Cáceres de la placa que acredita mi designación de hijo adoptivo de la Ciudad. Aún no me la habían entregado -por no se qué razones- al producirse mi cese. La entrega me la hizo el 30 de mayo de 1965 el alcalde Alfonso Díaz de Bustamante Quijano, en un acto solemne en el Ayuntamiento. Por el contrario, en el Ayuntamiento de Toledo, con gran brillantez y, por supuesto, después del cese mencionado, recibí el diploma de hijo predilecto. Me acompañaron civiles, militares y eclesiásticos de excepcional relieve. Quiero dejar constancia de mi agradecimiento al gobernador civil, Enrique Thomas de Carranza y al alcalde Ángel Vivar Téllez.
Es costumbre, que cuenta con muy pocas excepciones, que los funcionarios o empleados de un organismo o institución, tanto pública como privada, demuestren su afecto y gratitud a la persona que estuvo a su frente, con una comida y un obsequio. En mi caso, la conmoción ambiental, que hizo posible que el ministro de Asuntos Exteriores no compareciera en el Instituto para dar posesión a Gregorio Marañón Moya, quien fue a sustituirme, no aconsejó el almuerzo o la cena, pero sí el obsequio. Me visitó un reducido grupo de funcionarios de la Casa. Recuerdo a Luis Rosales y a Leopoldo Panero. El regalo no sería el usual de una bandeja de plata, con la firma de todos ellos, sino un retrato que se encargaría de hacerme, con su arte espléndido, el famoso pintor Daniel Vázquez Díaz, muy vinculado al Instituto. Agradecí de antemano el obsequio. Tuve que ir a posar al estudio. Bastaron dos sesiones.
Pero el cuadro -magnífico- llegó a mi poder años más tarde. Nadie fue, ni a recogerlo, ni a pagarlo. Los hijos de Vázquez Díaz, al morir éste, lo exhibieron en unión de otros cuadros en dos exposiciones celebradas en Madrid. Me dolió. Me puse en contacto con el Instituto. Me indicaron que allí no obraba ningún antecedente relacionado con el tema. Mi mujer, a escondidas, se puso en contacto con los hijos del pintor, para comprárselo. Se lo compró.
Al lado de esta nota nada agradable, otra muy simpática. La emisora Radio España convocó un concurso -que fue popularísimo y del que tuve noticias cuando estaba su celebración bastante avanzada- titulado ¿Quién cantó las cuarenta? Era director del programa Bobby Deglané. El oyente, luego de dar sus circunstancias personales, votaba. El elegido o los elegidos recibirían una medalla de oro, y entre los electores que hubieran respaldado a cada uno de los victoriosos se sortearía una medalla de plata. Yo fui uno de los elegidos, por el artículo Hipócritas. A un peluquero de Madrid, Salvador Membrives, le correspondió la medalla de plata.
La entrega se hizo en el salón de actos de la emisora el 10 de noviembre de 1964. Repleto. Hubo un entusiasmo delirante. Conservo la medalla de oro en una vitrina.
Próximo capítulo: “Origen y consecuencias de un artículo titulado ‘Hipócritas'”.
Estupendo personaje para una España que se nos va a la mierda
Hombres como D. Blas Piñar hacen falta en España
Siempre a sus ordenes camarada Blas
Blas Piñar, Presente
Celebro que reproduzcan estos magníficos artículos que son dignos de ser leídos, estudiados y guardados.
Don Blas escribía muy bien, pero hablaba igual de bien, o incluso mejor.
Era un place oírle.
Y se vestía por los pies, algo que se puede decir de muy pocos españoles, hoy en día, por desgracia.
Mi admiración hacia Vd. por su valentía, coherencia y honestidad, en este momento de cobardías, frivolidades y corrupción. Aunque en algunos temas opinables difiera.
Lo via por primera vez asistiendo a Misa en Cercedilla hacia el año 1990/1991, y me sorprendió mucho, entonces ya empecé a cambiar la opinión que le tenía, a causa de la manipulación de los medios. Lástima me perdí saludarlo, entonces me encontraba en la Residencia Cercedilla con 5 hijos, hoy tengo 7, pero estoy viudo. Dios guarde a Vd. muchos años.
Leyendo estos escritos, me hacen ratificar la buena impresión que me causo, cuando lo ví asistiendo a Misa un dia entre semana en la localidad de Cercedilla, sería alrededor del Año 1990/91, yo estaba disfutando de unos dias de vacaciones, con mi familia, que hasta entonces tenía 5 hijos, ahora tengo ya 7 hijos,pero me falta mi mujer, aunque esté en el Cielo. Es una lástima que muchas personas como yo, tengan que pasar un montón de años para reconocer la honestidad, la valentía y la coherencia de personas como Vd., y que nos hayamos dejado llevar por la manipulación… Leer más »
Muchas gracias Sr Piñar por dejar constancia en las calles de Nueva Orleans de los nombres originarios españoles del que se ha venido a llamar “barrio francés”. Felicidades por su trabajo.
De veritat que s’ha de felicitar al Sr. Piñar, no había llegit mai articles com els que escriu ell.
Com sempre espero que AD ens regali cada setmana amb algú article d’ell.
Felicitats Sr. Blas.