El ejército de Pancho Villa
Luis Herrero (R).- Cuando Rajoy habló por teléfono con Sánchez y Rivera el martes por la tarde ya sabía lo que iba a pasar en las horas siguientes. El rumor de que se iban a producir al menos diez detenciones sonadas comenzó a abrirse paso por las galerías de los susurros confidenciales del Madrid chismoso. Poco antes, el grupo parlamentario socialista había decidido franquearle el paso a la proposición de Ciudadanos que reclamaba el apoyo del Congreso a la actuación del gobierno contra el 1-O. Faltaba por concretar si votarían a favor o se abstendrían. En ambos casos la proposición saldría adelante.
La voz de alarma llegó a la hora de la merienda. «¿De verdad vamos a respaldar las medidas anti referéndum del PP sabiendo el lío que se puede montar mañana por la mañana?», preguntaron asustados los gerifaltes del PSC. Iceta habló con Sánchez. No tardaron en ponerse de acuerdo: lo más prudente era marcar distancias «por lo que pudiera pasar». ¿Pero cómo deshacer el acuerdo alcanzado en el grupo parlamentario sin quedar ante la opinión pública como Cagancho en Almagro? Albert Rivera, sin saberlo, salió entonces en su ayuda.
Durante el debate de la propuesta socialista para constituir la comisión territorial sobre el estado autonómico, el líder de Ciudadanos estuvo especialmente borde. «No participaremos en ese pasteleo -dijo-. No compartiremos mesa con el PDeCat. Nosotros dialogamos con demócratas, no con golpistas. Quien quiera una nación de naciones, que vote al PSOE». José Luis Ábalos, en plan virgen ofendida, llamó a Martínez Maíllo y le dijo que sintiéndolo mucho no podían apoyar la iniciativa del grupo que les estaba inflando las narices. «Si ellos ridiculizan nuestras propuestas, ¿por qué vamos nosotros a apoyar las suyas?», le dijo. La coartada, desde ese momento, quedó establecida.
Los esfuerzos del Gobierno por mediar en el conflicto resultaron inútiles. Margarita Robles presentó una enmienda al texto de la proposición de Ciudadanos, reclamando la inclusión de una referencia explícita a la necesidad de buscar «una solución pactada», con la absoluta certeza de que Juan Carlos Girauta la mandaría cortésmente a hacer puñetas. Y acertó de lleno. Desde ese momento, la versión oficial se ciñó a que las negociaciones entre ambos portavoces habían fracasado. Era una verdad incompleta. Lo cierto es que en Ferraz había cundido el pánico a lo que pudiera pasar en la calle cuando los independentistas salieran a protestar por los efectos de la operación policial que estaba a punto de ponerse en marcha.
La maquinaria del agitprop estaba preparada. Tardá se iba a quedar en Barcelona, dejando plantado al Gobierno en la sesión de control, para arengar a las masas en la vía pública tan pronto como se supiera que el Estado represor había comenzado a ordenar detenciones políticas. Rufián, entretanto, se encargaría de capitanear en el Congreso la espantada de los diputados de ERC. «Saque sus sucias manos de las instituciones catalanas», le dijo a Rajoy antes de embocar la flauta de Hamelín y poner en fila india a los independentistas prófugos. En realidad, Rufián ya había anticipado doce horas antes sus intenciones. «Tengo ganas de abandonar el Congreso -dijo el martes por la tarde-. La imagen de los diputados republicanos saliendo de la cámara baja será potentísima a nivel internacional».
Y, a lo que se ve, Pedro Sánchez no andaba lejos de darle la razón. El pánico a la calle y al eco exterior del factor tumultuario se apoderó de él durante varias horas. Las suficientes para que quedara más claro que el agua que no habrá política mancomunada de los partidos que defienden la ley cuando se disipe la bruma. Si esta semana algo ha quedado claro es que no hay verdadera unidad entre los constitucionalistas. Son el ejército de Pancho Villa. Ni Ciudadanos puede ver al PSOE, ni el PSOE tiene ganas de ayudar a Rajoy, ni Rajoy se fía de Rivera. Unos a otros se miran de reojo para ver quién llega con ventaja a la pole de la carrera que empieza el 2 de octubre.
En estas condiciones, pincho de tortilla y caña a que el fracaso del referéndum no significará la derrota de los independentistas. Tras el traspié en la batalla, la guerra continúa.
Nos ha jodio que continua la guerra. Es decir continua el seguir financiando al hermano enemigo. Les damos los trabajadores, el dinero y todas las competencias necesarias para que nos ganen. En un año con las leyes adecuadas se esfumaban los independentistas como los dibujos en la arena de la playa. En este tipo de guerra volveremos a demostrar que aun siendo unos payasos que financian al enemigo al final lo podremos arreglar con fiereza hispánica “fire and fury”, porque sí seguimos con la charla, el pacto, el convenido, el dialogo, la democracía, y todas las tonterias del “tu ayunta… Leer más »