La calle es de los golpistas
I. San Sebastián.- Guardo buena memoria de lo sucedido en los días posteriores al 23-F y no recuerdo a nadie proponiendo que se negociara con los asaltantes del Congreso, se limitaran las garantías democráticas, se ilegalizara de nuevo al PC, se embridara a las autonomías o se restableciera la pena de muerte para los terroristas. Esas exigencias golpistas eran compartidas por un porcentaje considerable de los españoles de entonces, pese a lo cual la sociedad cerró filas en torno a su democracia y los partidos políticos, sin excepción, unieron fuerzas en defensa del Estado de Derecho. Nadie pensó que Tejero tuviera parte de la razón o que fuese preciso ceder a parte de esas demandas en aras de evitar males mayores. ¿Qué ha cambiado en estas décadas para que el golpista Puigdemont reciba honores de estadista y la opinión biempensante, capitaneada por el líder del PSOE, se sitúe a medio camino entre el presidente del Gobierno y él? ¿Qué ha sucedido para que centenares de sacerdotes catalanes y vascos animen públicamente a secundar el golpe, mientras la Conferencia Episcopal pide dialogo generoso? ¿Cuándo perdimos el norte, presos del relativismo, la equidistancia y el apaciguamiento cobarde?
Puigdemont, Forcadell y demás protagonistas de la asonada catalana no han entrado en el hemiciclo pistola en mano, pero desde el poder que detentan (el verbo está bien escogido) están asaltando la Constitución, la soberanía nacional y hasta las calles de Cataluña, amenazadas de algaradas violentas por su obstinación en perpetrar una consulta ilegal de consecuencias dramáticas. Están utilizando el dinero de todos los españoles, las instituciones sujetas a su tutela y los medios de comunicación públicos para destruir la convivencia entre ciudadanos y romper la nación a la cual deben sus cargos. ¿Cabe mayor felonía?
Son golpistas de libro. Traidores a la democracia. Irresponsables dispuestos a sembrar el caos en su empeño de consumar un delirio sedicioso para el que ni siquiera cuentan con una mayoría cualificada de los catalanes a quienes dicen querer rescatar de la opresión española. ¿Y qué hacemos los demás? Huelga decir que el PNV secunda el desafío, sabiendo que, en caso de éxito, ellos son los siguientes. También ETA, con Otegi al frente. A Podemos todo lo que sea desorden e inestabilidad le beneficia, pues ése es el ambiente en el que medra. De ahí su respaldo entusiasta, unido al de sus televisiones amigas. A ellos les importa un pito el «procés». Lo que buscan es dividirnos para mejor imponer su proyecto totalitario. Y en lo que respecta al PSOE, lo han conseguido. Emulando a Chamberlain o Daladier ante Hitler, Pedro Sánchez se arruga y propone claudicar a fin de evitar el conflicto. Darles parte de lo que quieren. No dice exactamente qué ni quién dejaría de recibir lo que fuera de más para ellos (¿Andalucía? ¿Extremadura?), pero rehúsa plantarles cara. Su prioridad es evitar la foto junto a Rajoy y Rivera, no vaya a ser que este último vaya a quitarle algún voto. El PP, a su vez, da una de cal y otra de arena. Insta a la Fiscalía a perseguir a los delincuentes, pero les dice, por boca del ministro de Economía, que si vuelven a portarse bien serán convenientemente premiados. Envía a millares de guardias civiles y policías a impedir el golpe, pero les ata las manos con órdenes operativas que en la práctica dificultan gravemente su actuación, amén de prohibirles participar en cualquier manifestación espontánea de respaldo a su labor. ¡Nada de banderas de España! Y por supuesto se abstiene de convocarnos a defender lo que pretenden robarnos. La calle es de ellos. La ganaron hace tiempo por incomparecencia del adversario.