Enrique Ponce y su proyección de la tauromaquia como patrimonio cultural español
El jurado nombrado por el Ministerio de Cultura ha concedido, por unanimidad, el premio Nacional de Tauromaquia del año 2017 al diestro Enrique Ponce «por su brillante temporada, en la que ha alcanzado éxitos incontestables en las principales ferias taurinas, continuando así una trayectoria excepcional de más de 27 años como gran figura del toreo». También ha destacado «la personalidad de un diestro capaz de desarrollar su magisterio tanto dentro como fuera de los ruedos, contribuyendo a la proyección de la tauromaquia, como patrimonio cultural español». (Su antecesor, en este premio, fue el ganadero Victorino Martín, recientemente fallecido).
Acierta plenamente esta vez el Ministerio de Cultura. Enrique Ponce posee una trayectoria inigualable: durante diez temporadas seguidas (de 1992 a 2001) toreó más de cien corridas; en total, ha lidiado cerca de 4.800 toros. Además, ha realizado, este año, una temporada verdaderamente extraordinaria, con rotundos triunfos en Madrid, Sevilla y Bilbao, además de grandes faenas, casi todas las tardes, en las principales Plazas de España, Francia e Hispanoamérica.
Este galardón forma parte del conjunto de Premios Nacionales que concede el Ministerio de Cultura a las distintas disciplinas artísticas: es obligado que exista, desde que se reconoció oficialmente a la Tauromaquia como integrante del Patrimonio Cultural Inmaterial de nuestro país. (De hecho, es la única partida del presupuesto ministerial dedicada a la Fiesta: en contra de lo que suelen afirmar los antitaurinos, el Ministerio de Cultura no otorga subvención alguna a las corridas de toros, a diferencia de lo que sí hace con el cine, el teatro y la danza, por ejemplo).
Depuración estética
Conviene aclarar que las Medallas de Bellas Artes –Ponce también la obtuvo, en su día– las concede libremente el Ministerio de Cultura a grandes artistas, incluidos los toreros, por el conjunto de su trayectoria. Los premios Nacionales, en cambio, los otorga un jurado de especialistas, representantes de los distintos sectores profesionales, y suelen estar vinculados a su actividad, realizada en el año de que se trate.
En la temporada taurina del año 2017, Enrique Ponce ha sido el indiscutible triunfador, reconocido así por los públicos más exigentes. Los aficionados saben bien que se trata de un caso realmente singular: después de dos décadas, en el escalafón superior, lo habitual es que un matador conserve y hasta mejore su estilo pero disminuyan sus facultades físicas y su entrega. Eso les ha sucedido, incluso, a los más grandes. Lo excepcional es lo de Ponce, que se mantiene en plena forma, con su inteligencia privilegiada, para apreciar las condiciones de los toros, pero, además, sigue avanzando en la depuración de su estética y continúa buscando el triunfo con la ilusión y el valor de un principiante.
La razón de esto parece clara, no sólo no se ha aburrido sino que posee una afición taurina incansable: busca torear cada vez mejor; a la vez, intenta sacar partido a todos los toros, incluso los que plantean mayores dificultades. Esta temporada, en concreto, ha toreado con más reposo y estética, con el capote; ha mejorado con la mano izquierda, tanto en los naturales como en los cambios de mano; al final de las faenas, ha recurrido a un toreo de cercanías, que antes no practicaba, y hasta ha logrado una mayor regularidad con la espada (algo que, a lo largo de su carrera, le ha privado de muchos triunfos). Y todo esto, no olvidemos, lo ha conseguido un diestro que ya no necesita demostrar nada a nadie, pues lo ha logrado todo, en el toreo, con el único acicate de avanzar en la búsqueda de la belleza y con la alegría de comprobar que los públicos siguen acudiendo a verlo, con ilusión renovada.
Lo explicó Enrique Ponce con toda sencillez, a este periódico, hace unos meses: «Simplemente, es lo que soy, torero, y hago lo que sé, torear. Además de mi profesión, es una forma de vivir, de sentir, de ser: el intento de transmitir tus sentimientos, de torear, entregando el alma. De esa ilusión me alimento». Además, Ponce ha aprovechado cualquier ocasión para defender la Tauromaquia; por ejemplo, al leer el manifiesto, al final de la gran manifestación de profesionales y aficionados taurinos de Valencia, su tierra, y en su brillante intervención, en los «Diálogos ABC». Cuando le pregunté sobre el futuro de la Fiesta, se mostró así de tajante: «La afición existe, forma parte de la cultura popular española. Mientras exista un toro bravo y un hombre capaz de enfrentarse a él, para crear belleza, seguirá habiendo corridas. Si se acabaran, España perdería parte de su identidad: nombras España y ves un toro bravo».
En su búsqueda estética se inscribe, también, el innovador festejo «Crisol», que se estrenó en Málaga, el 17 de agosto, con el propósito de incorporar música en directo, de gran categoría, de otros ámbitos (clásica, lírica, de cine) al espectáculo taurino: el «Carmina Burana» de Carl Orff, el «Concierto de Aranjuez» de Rodrigo, «La conquista del paraíso» de Vangelis, «Panis Angelicus» de César Frank, «La Misión» de Morricone… Y todo culminó, en esa tarde redonda, con el indulto del toro «Jaraiz», de Juan Pedro Domecq, después de una faena cumbre (se acerca ya Ponce a los cincuenta toros indultados).
Ese título valdría para todo el año: Enrique Ponce ha protagonizado una temporada de ensueño, que culmina ahora con el justísimo premio Nacional de Tauromaquia. Como todo gran artista, seguirá buscando acercarse, cada vez más, al ideal de la perfección.