Cultura
La capacidad de adquirir nuestra cultura no prejuzga de qué cultura se trata. Las culturas varían dice Gellner, de una comunidad a otra y también pueden cambiar con gran rapidez dentro de una comunidad particular. Tenemos constancia en España que las sociedades pueden cambiar de idioma por decisión “colectiva”, por motivos políticos como ocurre en Vascongadas y Cataluña. Gellner pone el ejemplo de una comunidad del Himalaya dedicada al comercio, tras llegar a la conclusión de que el futuro pasaba por integrarse en el estado hindú nepalés y no ya por la cultura, antaño prestigiosa, tibetano-budista del norte, decidió cambiar su propio idioma tribal por el nepalés y trocar el budismo por el hinduismo. Lo que nos indica que los rasgos culturales, aunque a menudo se experimentan como algo dado, pueden someterse a un control deliberado. Las leyes de la transmisión cultural, sean las que sean son sin duda muy distintas de las que rigen la transmisión genética. De hecho, por definición, permiten la retención y la transferencia de las características adquiridas: cabría decir que la cultura es la reserva perpetua, y a veces transformada y manipulada, de rasgos adquiridos. Las consecuencias que ello supone para la naturaleza de la vida social son enormes: significa que la diversidad es amplísima y que el cambio puede ser extremadamente rápido y difícil de asimilar por las organizaciones. El cambio cultural, por ejemplo, que se ha realizado en el sistema de enseñanza militar, eliminando el Oficial tipo héroe idealista del que hablaba Morris Janowitz, “El soldado profesional”, dando prioridad, en cambio, a la educación de profesionales del tipo técnico puede desencadenar en el futuro inmediato un vacío doctrinal en la cadena de mando, al igual que se ha producido en la sociedad vasca y catalana en relación con sus afinidades nacionales.
Las sociedades humanas, continúa, no se caracterizan meramente por el hecho de poseer cultura, sino que también están dotadas de organización; por eso se habla de cultura de la organización o cultura organizacional en todas las empresas e instituciones, de tal manera que un cambio en la organización puede conllevar un cambio cultural como ha sucedido en España con la organización territorial definida en la Constitución de 1978.
Estas dos características generales, la cultura y la organización, son la materia prima de toda la vida social. No pueden ser totalmente independientes: una cultura puede estar dominada por un determinado modelo de organización social, o una forma determinada de organización puede precisar de un cierto tipo de cultura. Por ejemplo, el Ejército tiene una organización jerárquica que obliga a tener una cultura determinada; los temas dominantes de la cultura exigen que los hombres estén dispuestos a dar su vida por España y a obedecer las ordenes de esa cadena de Mando. Esta diferencia cultural se debe de enseñar en las academias, al igual que la organización en diferentes Armas con sus diferencias culturales que hacen que esa determinada Arma se comporte en el combate como tal y no como otra. Tanto la cultura como la organización están universalmente presentes en toda vida social.
Estas dos nociones básicas son especialmente útiles, ya que nos ayudan a definir el principal tema que nos ha ocupado estos artículos: el nacionalismo. El nacionalismo es un principio político según el cual la semejanza cultural es el vinculo social básico. Los principios de autoridad que existen entre la gente dependen, en lo que a su legitimidad se refiere, del hecho de que los miembros del grupo en cuestión pertenezcan a la misma cultura. En su versión más radical, la semejanza cultural se convierte en la condición no sólo necesaria sino también suficiente de la pertenencia al grupo: sólo los miembros de la cultura apropiada pueden pertenecer a la unidad en cuestión, y todos ellos deben hacerlo.
“La cultura y la organización social son universales y perennes” dice Gellner; en cambio los Estados y los nacionalismos, no.
*Teniente coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca