Arcadi Espada (R).- La importancia del asesinato de Víctor Láinez, y hasta qué punto se ha convertido en materia reservada, la da el solo pensar que habría pasado si un catalán de España hubiese matado por la espalda a un independentista asistemático después de haberle llamado nazi. La criminalidad mediática organizada, piénsenlo. Por suerte, ¡por suerte!, el asunto ha ido a la inversa y reina la calma en España, solo perturbada por una suerte de falacia retrospectiva que tiene al presunto asesino Lanza y a la película Ciutat morta como protagonistas. Escribí cuando la estrenaron que algunos de los sesgos morales de la película eran infames, y el principal esa especie de empate a víctimas del que se ufanaban. Mi amigo De Paco, que también escribió sobre ella entonces y ha vuelto a verla, me escribe: “Ciutat morta son dos documentales. El de la primera hora es un trabajo atendible, con alguna filigrana formal incluso brillante. Los hechos que describe son alarmantes. La segunda hora convierte esos hechos en una causa general contra el sistema y por ahí se cuelan conclusiones dudosas o directamente falsas. Pero que algunos de los condenados sufrieron torturas y la instructora actuó como una juez de parte parece indudable”. Tiene razón. Pronosticamos los dos, luego, que Ada Colau, que defendió el punto de vista de la película, acabará pidiendo perdón por haberlo defendido. Porque Ada Colau es exactamente eso que describe con gran agudeza mi también amigo Roger Corcho (apreciar y tener el aprecio de seres inteligentes es uno de los grandes placeres de este mundo cruel) y que les regala con generosidad en esta hora entre chien et loup de las vísperas electorales:

“Hay un aspecto sobre Colau que me llama la atención. Denunciar una violación y hacerla pública requiere de una gran valentía (por el miedo a ser estigmatizado, la vergüenza, y mil cosas más). Con Colau es diferente: al explicar que en dos ocasiones NO la violaron, logra centrar la atención respecto de una situación horrible, con la ventaja de que en ella no hay estigmas ni traumas. No hay sombras. Cuando encabezó el movimiento de los afectados por las hipotecas ocurrió algo semejante. ‘Afectado’ se dice en primera persona, es alguien que sufre un problema de forma directa. Los afectados son ciudadanos que se movilizan porque viven una situación trágica (una deuda bancaria impagable, y un piso que les van a arrebatar). Colau no estaba hipotecada (vivía de alquiler), pero eso no le impidió liderar dicho movimiento. Los focos de nuevo fueron para ella, sin la sombra ni el sufrimiento de una hipoteca que amenazara con aplastar su vida. Colau puede parecer que se comporta como una política al buscar la afinidad de distintos colectivos sociales. La diferencia reside en que Colau no los quiere representar, sino que pretende encarnar tales problemas. Y el gremio de los que encarnan ideas o problemas sociales como si realmente les afectara a ellos, aunque todo sea trampa y cartón, es el de los actores. Tenemos a una actriz (que ejerce la política como si estuviera actuando) gestionando nuestra ciudad”.