Zapatero: una marioneta en manos de Maduro
Luis Ayllón.-Por lo que conozco a José Luis Rodríguez Zapatero, creo que, cuando se embarcó en la tarea de mediador en Venezuela para facilitar un acuerdo entre Gobierno y oposición, lo hizo con buena intención, tal vez, eso sí, demasiado imbuido de su conocido buenismo.
Y ese buenismo, precisamente, es el que le ha llevado a ser, primero, una marioneta manejada por Nicolás Maduro que utilizó una y otra vez sus visitas para sacudirse su imagen de aislamiento; y después a convertirse en un peón al servicio de los postulados chavistas.
Así lo ha puesto de relieve su actuación en el proceso negociador mantenido en Santo Domingo entre el régimen bolivariano y la oposición, bajo sus auspicios y los del presidente dominicano, Danilo Medina. Zapatero terminó reprochando a los opositores que no hayan suscrito el texto acordado, una vez -les dice en una carta- que “el Gobierno se ha comprometido a respetar escrupulosamente lo acordado”. No es precisamente el de Maduro un Gobierno en el que se pueda confiar alegremente y para él Zapatero no ha tenido reproche alguno.
Al parecer, según me cuentan fuentes conocedoras del entresijo de las negociaciones, el Ejecutivo venezolano, además de no aceptar un plazo de, al menos, 120 días para convocar las elecciones presidenciales como pedía la delegación opositora, se negó a concretar una serie de compromisos en materias como la presencia de observadores internacionales en los comicios, acceso a los medios de comunicación en la campaña, etc. Tan sólo se empleaban expresiones como “se intentará”, se procurará” y otras similares, sin decir cómo se haría.
Zapatero quizás pensó que eso era suficiente para los opositores, hasta el punto de que llamó al portavoz de los socialistas en el Parlamento Europeo, Ramón Jáuregui, para pedir que frenara una resolución de los socialdemócratas que apoyaba ampliar las sanciones a los dirigentes chavistas, asegurándole que el acuerdo iba a ser aceptado. No fue así y los socialistas no tuvieron más remedio que secundar la ampliación de las medidas, como querían populares y liberales.
El ex presidente del Gobierno ha actuado ya en otras ocasiones para tratar de frenar las sanciones a los dirigentes bolivarianos, llamando a la Alta Representante de Política Exterior, Federica Mogherini. La italiana, inicialmente, pareció escucharle, hasta el punto de que optó por no recibir a los ocho miembros de la oposición venezolana galardonados con el Premio Andrei Sajarov a la libertad de conciencia que recibieron el pasado mes de diciembre en el Parlamento Europeo.
Las presiones de otros grupos parlamentarios, como el de los populares, convencieron a la Alta Representante de que no podía hacer el juego a lo que parecía un intento del Gobierno de Nicolás Maduro de dividir a los europeos en relación con lo que está sucediendo en Venezuela. Finalmente Mogherini condenó claramente la expulsión del embajador español en Caracas, Jesús Silva, una medida que iba también en la línea de intentar esa división entre los países de la UE, pero que no consiguió sus objetivos, porque hubo una unánime respuesta de apoyo a España.
Si ya no lo estaba desde hace tiempo, Zapatero ha quedado inhabilitado como mediador ante una oposición que nunca se fio de sus tareas de mediación. El Gobierno español, que puso la Embajada a su disposición, siempre le dio un margen de confianza que ahora le será más difícil mantener, tras verlo tan escorado hacia un régimen, que -hay que recordarlo- ha tomado una medida tan poco amistosa con España como declarar “persona non grata” a su embajador.