Faenas inolvidables un martes y 13: de la épica de Ferrera y Castaño a la Puerta Grande de Fandiño
La superstición no es cosa solo del mundo de los toros, aunque en este planeta abunden las referentes a los gatos, el tapacabezas sobre la cama, la montera boca arriba… Y el día 13. ¿Torear un martes y trece?
Pues un día de la semana tal y un 12+1 se vivió una de las tardes más heroicas en los ruedos de este siglo. Ocurrió un martes 13 de agosto, en 2013 para más inri de cualquier supersticioso. Fue en plena Feria de Begoña de Gijón, en un mano a mano de Antonio Ferrera y Javier Castaño. Ambos cayeron heridos, sí, pero brindaron una tarde épica e inolvidable.
Ninguno consintió quedarse en la enfermería, donde hasta se cruzaron, y ambos salieron al ruedo para dar cuenta de los últimos toros. Todo ello, sí, un martes y trece. «Noté que el boquete era grande. Hablé con los médicos, muy consciente. Les pedí por favor que no me intervinieran, para poder volver al ruedo. Se limitaron a taponarme la herida con gasas y un vendaje fuerte. Les agradezco la sensibilidad que tuvieron conmigo. Como la cornada diseca la femoral, temían que cualquier esfuerzo lo agravara», explicaba Antonio Ferrera el día después en la camilla del hospital. El torero extremeño, con récord de cornadas, sufrió una herida en el muslo derecho que disecaba la femoral superior sin llegar a romperla.
Ferrera resultó cogido al entrar a matar al tercer toro de La Quinta. Pinchó en hueso la primera vez y se volcó en el siguiente encuentro: llegó el percance. Antes había hecho una faena arrebatada y fue premiado con dos orejas. Tras recogerlas, pasó a la enfermería con un torniquete.
Javier Castaño también fue cogido tras un recibo por verónicas. Perdió la cara al toro, y este lo estampó contra las tablas. Se lo llevaron a la enfermería, con una cornada en la zona perineal que afectaba al coxis. Después de que el cuarto fuera pasaportado por el sobresaliente, Álvaro de la Calle, que cortó una oreja a un toro de vuelta al ruedo, los dos protagonistas del mano a mano salieron de la enfermería sin chaquetilla y con pantalón de monosabio. Ferrera cortó una oreja al quinto y Castaño se llevó las dos del sexto. Fue una tarde emocionantísima con la encastada corrida de La Quinta y con dos toreros de verdad.
Como de verdad era Iván Fandiño, que ahondó en la tierra prometida un martes y trece, un año después a lo del Bibio. Todo ello en pleno San Isidro, en mayo de 2014. La Puerta Grande de Madrid se atisbaba al otro lado del destino, ese que le impulsó a tirarse a matar o morir al segundo toro de su lote tras protagonizar una tarde de máxima autenticidad. La foto del volteretón era paralela a la imagen de los tendidos horrorizados ante tal proeza, inmortal ya en «Mañana seré libre», la obra de Néstor García que está liderando las listas de libros más vendidos.
Precisamente aquella tarde de gloria madrileña, Fandiño tuvo su primer recuerdo para su abuelo y el padre de su apoderado. «Ellos vivieron los momentos más duros», comentó entonces el torero con el canela y oro destrozado por la afición que le había aupado a hombros entre la multitud del 237 de la calle de Alcalá. Añoraba un abrazo con ellos, ese que ya habrá llegado en algún lugar de la eternidad…
En martes y 13 se han vivido faenas para el recuerdo. La grandeza de la Fiesta está por encima de supersticiones, manías, martes de «caída de Constantinopla» y fechas. Lo del 12+1 va más allá de los ruedos -con hoteles y asientos de aviones sin esa cifra-, desde aquella Última Cena de Jesucristo y la traición de Judas. El que nunca traiciona es el toro, que no entiende de fechas ni calendarios.
Macías: «¡Me voy a volver supersticioso!»
En tal fecha, en abril de 2010, vivió su segundo baño de sangre el mexicano Arturo Macías. «Tuve suerte de que la trayectoria fuese para atrás; si la dirección cambia hacia delante, no lo cuento. Llevo catorce percances: sabía que el toro me había hecho daño en cuanto me levantó los pies», explicó entonces el torero. ¿Mereció la pena despreciar así la vida con ese toro de Palha? «Claro que sí, y volveré a jugármela para alcanzar la gloria. Desde que vi la expresión en los ojos del toro, supe que sería más bien de cruz y que podría cogerme. Y, uf, con esa fecha y con ese refrán de que no hay quinto malo… ¡Lo que me voy a volver es supersticioso! Aquellos instantes entre los pitones se me hicieron eternos, pero son pruebas de la vida y del destino. Además, las cornadas sólo son cicatrices, y éstas sólo sirven para recordar que el pasado existe».