(R) Deberían explicarle a los pensionistas a los que están sacando a la calle el triste sino de los jubilados en Venezuela o en Grecia, sin ir más lejos. Por ejemplo, cómo están sufriendo todo tipo de problemas: desde el desalojo de sus viviendas a la pérdida de enseres domésticos… hasta prácticamente morir de mengua por falta de fondos para lo más elemental: comida y vivienda.

Deberían explicarle a los pensionistas por qué ese interés repentino por su bienestar después del odio a los ancianos destilado en las redes sociales por parte de activistas de la extrema izquierda tras las últimas elecciones. La campaña contra los mayores nos recordó aquella novela de Bioy Casares, «Diario de la guerra del cerdo». En ella, una furibunda juventud mataba a cualquier persona mayor que encontrara por la calle. Era y es literatura, y aunque la vida imita al arte, el texto de Casares sólo sirve como metáfora de aquellos que ahora quieren otorgar derechos según los años. Nos habíamos garantizado que no se discriminaría a nadie por sus ideas políticas o religiosas, raza o sexo.
Pero no sospechábamos que también se podía segregar por edad. La turba furiosa que la extrema izquierda lanzó esos días en internet pretendía negar el voto a la tercera edad. Aunque la recta final de la vida es tiempo de indiferencia, es normal que quien tiene experiencia ponga en cuarentena todo aquello que prometen gente que mayoritariamente no ha dado nunca un palo al agua ni ha tenido la responsabilidad de pagar una sola nómina.

Al fin y al cabo, los viejos también fueron jóvenes. La ultraizquierda no salió porque daba miedo. Y ese miedo ha quedado justificado estos días. Hemos sido gobernados por mucha gente corrupta, es cierto. Pero, entre ladrón y asesino, debemos distinguir. Los discípulos de Irán y Chávez son más que los simples ladrones que sugiere su financiación. La cual no es tan distinta, por cierto, a la de los partidos de la transición. Lo distinto ahora es que Teherán y Caracas son regímenes homicidas.