Del yo al nosotros
Felix Machuca.- En una nación como la nuestra, con tendencia a la autodestrucción, secuestrada por los tópicos más infantiles, donde sentirse orgulloso de ser y estar bajo la bandera de todos levanta sospechas entre los gestores de la verdad única, loar la acción de un Guardia Civil se paga en ventanilla. Pero a estas alturas del partido no hay ventanilla que me importe, salvo la de mis santos, santos y santos bemoles, hinchados como están de recibir patadas por no pensar como ellos. Y ellos son los que siempre piensan bien. Ya sea manipulando a los negritos en Lavapiés.
Ya sea castrando a la poesía en apoyo a la asesina de Gabriel Cruz. Ya sea queriendo revisar en caliente lo que bajo el frío austral apoyan en nombre de la pena capital. Son unos figuras. De un teatro que ya solo consigue éxito trastornando a los jóvenes más descubiertos por la ingenuidad en las facultades. Allí se deforma lo que en la calle se transforma en la algarabía, la quema de coches y las mareas borrachas de pasar facturas de hace ochenta años. Si además se grita frente a una iglesia que arderéis como en el 36, el actor principal recibe un sonoro aplauso que ya lo quisiera un ganador de los Goyas, sin rima por favor.
Digo que en una nación como la nuestra, tan dada a pegarse tiros en el pie y no defenderse de los que le siguen dando en la nuca, glosar la figura de un Guardia Civil caído por salvar a tres personas en un arroyo embravecido, no deja de levantar sospechas. Para algunos enemigos públicos de la libertad, el mejor Guardia Civil es el que no existe, el que nunca debería haber nacido. Da igual que, cuando algunos de ellos se han visto con el agua al cuello o perdidos como gorilas sin seso en la niebla de sus contubernios, hayan sido precisamente los miembros de tan honorable cuerpo los que han corrido en su auxilio. Porque a diferencia de estos héroes de cartón los otros, los de verdad, los que mueren con las botas puestas en mitad de un temporal de viento y agua, esos nunca fallan. Y menos por hacer categorías ideológicas o falsistas. En la gleba de la sinrazón se pasteuriza el veneno social con el que un ciudadano es bueno si pertenece a un bando y perverso y eliminable si milita en el otro. En este juego de incompatibilidades ideológicas mi nación, mi gran nación, siempre ha sacado un sobresaliente al final de curso. Donde aprendemos a rebuznar antes que a pensar.
Don Diego Díaz, cabo primero de la Guardia Civil, ha sido llorado en Guillena por el pueblo. Por el pueblo que lo conocía y admiraba. Por ese pueblo que a las ocho treinta de la mañana de ayer ya hacía cola para despedirse de tan valiente y honrado ciudadano. Sobre la valentía se han dicho muchas cosas. Y se han hecho frases para el mármol y las flores. Recuerdo una de Albert Einstein que siempre me dio que pensar. Venía a decir que el verdadero valor de un hombre se determina en función de en qué medida y en qué sentido ha logrado liberarse del yo. Y quiero entender que ese yo es una forma muy personal de representar el natural egoísmo que pelea por tu autoprotección. Lo primero que un Guardia Civil deja en su casa es el yo. Para ponerse siempre en el pellejo de nosotros. Para ser nosotros. Ese yo que te blinda y protege de las embestidas de los malos es el que cuelgan estos hombres de las perchas de su compromiso de servicio a la comunidad. Don Diego Díaz murió por eso. Por un exceso de nosotros y un olvido absoluto del yo. Se tiró a la torrentera bravía y traicionera de un arroyo convertido en caudal amazónico para salvar tres vidas. Y luego enterrarse con la suya que tan mala memoria tuvo con su dueño. Los hemos visto caer como héroes bajo las cobardes emboscadas de los gudaris, los hemos visto pelear en las fronteras de la droga contra los narcos gallegos y andaluces, los hemos visto ayudar a los agricultores persiguiendo a robaperas que esquilman las fincas frutales. Y los hemos visto dar su vida para salvar la de otros en un heroico testimonio de dejar de ser ellos por pensar solo en nosotros. Que Dios lo bendiga, señor Díaz. Porque de los otros andamos sobrados y hasta los huevos.
Y de ustedes tan faltos como la sinceridad en los mentirosos…
Si le ponen el nombre de una calle en cualquier pueblo de ESPAÑA, siempre habrá alguien que en un mes obligue al osado Ayuntamiento a retirarla por fascista.
Viva la Guardia Civil.