Orgullo de “Orgullito”
Antonio Burgos.- En la «vanidad de vanidades y todo vanidad» de la Feria de Sevilla y de sus corridas de toros, donde tantos van a la plaza sólo a pintar la mona, yo ahora siento orgullo de «Orgullito» y todo es «Orgullito». Un toro nacido en diciembre de 2013 y herrado con el número 35 en la ganadería de Garcigrande, negro listón, que dio 528 kilos en la báscula de los corrales de reconocimiento de la plaza de toros de Sevilla. Un toro de Salamanca. Como salido de la copla de Rafael Farina, del «Salamanca campero» de los toritos bravos, con divisa negra en esta ocasión por la muerte reciente de su ganadero, don Domingo Hernández.
Para que luego hablen de que en Sevilla le piden el carné de identidad a los toreros para darles la consagración de la primavera. No sólo no se les pide a los toreros, y ahí está Manzanares, adoptado por Sevilla como si se apellidara Guadalquivir y no fuese de Alicante.
Y ahí está que en la tierra de los toros de ojos verdes como la albahaca con que soñaba Fernando Villalón, en esa plaza a la que acusan de chovinista y ombliguista, la gente enloqueció, pero de veras, no como en el «manicomio» de broma que tenía el Marqués de las Cabriolas en torno a su caseta de «Er 77», pidiendo el indulto de un toro de las dehesas… ¡de Salamanca!, de este «Orgullito» de Garcigrande. Y sigo desmintiendo el chovinismo y supremacismo sevillano: no lo lució en su bravura un torero nacido en el Aljarafe, ni en Camas, ni en la Alameda, ni en la calle Betis, ni en la calle Feria, sino un expertísimo diestro de Madrid, que se llama don Julián López Escobar, porque tras su faenón a «Orgullito» a mí me da reparo llamarlo «El Juli».
Si yo lo hubiera sabido, hubiese pedido un crédito al Santander o a La Caixa y me hubiera dado el gustazo de convidar a los toros por lo menos a treinta o cincuenta antitaurinos el pasado lunes, qué tarde la de aquel día, segunda de farolillos del abono de la Feria. Digo treinta o cincuenta antitaurinos porque no suelen ser más los que se ponen en el Paseo Colón, ante la Puerta del Príncipe, alejados por la Policía Nacional tras sus pancartas animalistas, para insultar al grito de «¡asesinos!» a todos los que entran a la plaza de toros, cuando no embadurnan de pintura roja, con letrero de igual injuria, el bronce memorial de Curro Romero que contemplarlos suele desde su monumento con la media verónica de media sonrisa del escepticismo faraónico en su cara escultórica.
Sí, hubiera llevado a la plaza de Sevilla a los antitaurinos que nos llaman «asesinos», para que vieran cómo todo el público, unánime, sacaba sus pañuelos blancos y se volvía hacia el presidente, don José Luque Teruel (hijo del gran Andrés Luque Gago, por cierto), pidiendo el indulto del toro, para premiarlo nada menos que con la vida cuando El Juli arrastraba la muleta por el suelo, cada vez más templado, cada vez más hondo, y «Orgullito» casi araba el albero con su hocico, como cosido a la pañosa, repitiendo las embestidas exponencialmente conforme avanzaba el tiempo de la faena. Como lo de Joselito con la plaza de toros del Puerto, no ha visto toros en su vida quien no se haya emocionado en El Arenal con la defensa de la continuidad de la vida brava del público de Sevilla pidiendo el indulto de «Arrojado» de Núñez del Cuvillo, de «Cobradiezmos» de Victorino Martín o de «Orgullito» de Garcigrande. Los antitaurinos se lo pierden, esta emoción del toro que con su bravura se gana la vida y la eternidad del recuerdo de la afición. No, no fue «indultitis» en una portátil de pueblo, lo que llaman «el indulto nuestro de cada día»: fue la belleza de la defensa de la vida brava del campo charro en el mejor cahíz de albero de Sevilla. ¡Esto sí que es un indulto, con el pañuelo naranja, y no el que con lacitos amarillos piden los separatistas catalanes para Puigdemont, que ni sé de qué ganadería será!
grande ,como siempre ,el maestro Antonio Burgos