El Madrid, con pie y medio en la final de Kiev tras vencer al Bayern en Alemania (1-2)
El Real Madrid ha llegado a un estatus en el que gana en Múnich jugando peor que el Bayern. Sufriendo. Haciendo aguas por momento, pero sin hundirse. Así se las gasta el campeón de Europa. No necesita de ninguna exhibición para tomar el Allianz ni excesivo control de la situación. Puede verse superado y no acusarlo en el resultado. Su solidez es extraordinaria. Es la categoría de un equipo que sabe competir a estos niveles, que resiste en la agonía como nadie, que prevalece siempre de cualquier manera, jugando bien, mal o regular. Es la tercera victoria consecutiva en Múnich, la sexta en línea sobre el rey de Alemania. Queda el Bernabéu, que tanto le ha costado en los últimos tiempos. El susto de la temporada anterior con el Bayern, que forzó la prórroga con un resultado idéntico (1-2), y el reciente sopapo de la Juventus con final feliz deben ser lecturas a las que tendrá que acudir el equipo de Zidane para mantener su cuento de hadas en la Champions.
Todas las pizarras habían saltado por los aires en los primeros minutos. Zidane dio un paso más en su revolución francesa para dejar a Bale y Benzema en el banquillo. Lucas Vázquez, que terminaría de lateral derecho por la lesión de Carvajal, acompañaba a Cristiano en punta. Nunca se había atrevido en un partido tan grande, pero no hay diques para Zizou, ni siquiera haber dicho mil veces que la BBC era intocable. Pero el famoso tridente ya es como el equipo que formó Elliot Ness para capturar a Al Capone. Tocables. Heynckes, tan respetuoso como siempre con las autoridades del vestuario, había decidido que la mejor elección era no hacer ninguna. Los puso a todos. Muller, James, Ribery, Lewandowsky y Robben. Al súperclase holandés, como tantas otras veces, le falló la musculatura. La recomposición con Thiago, en el minuto 8, dejó algo desconcertado al Bayern, que tuvo que cambiar de plan.
Había empezado muy bien el campeón alemán en base a una torpeza de Carvajal en el inicio de la jugada que no aprovechó Lewandowski. Después, el Bayern, avisado del otro partido que tenía que jugar, pidió penalti por un balón que dio en el hombro de Carvajal. Barra libre desde aquel penalti de Benatia a Lucas. Al Madrid le costó aterrizar en el Allianz, con los mismos decibelios de siempre, como si los surtidores del césped regaran cerveza. El equipo blanco (de negro por cosas de la UEFA) se serenó en el momento en el que acertó a dar tres o cuatro pases seguidos. Al Bayern sólo le encendía la luz la clarividencia de James, más protagonista en Múnich que en Madrid. Un disparo de Carvajal terminó de confirmar la supremacía madridista. Pero no es el Bayern el equipo que necesita jugar bien para marcar un gol. Alma gemela de lo que es su rival, un despiste de Marcelo al ir a recoger una pelota en el córner, permitió la autopista hacia el cielo de Kimmich. Keylor, como en el partido anterior, también la pifió. Lo hizo bien el lateral alemán, pero el portero se la tragó.
El gol era una paradoja en el relato del partido. El Madrid, sin grandes alardes, había sido superior y el Bayern algo incapaz y tosco, pero la ventaja era un gran tesoro que revitalizó a los jugadores de Heynckes, animó a la grada y desconcertó al Madrid. No aparecía Isco ni tampoco Modric. Cristiano tampoco se había dejado notar. Zizou no lo debía ver muy claro porque puso a calentar a Asensio. El Bayern, más directo y más alemán que en la era Pep, recordó aquellos tiempos en los que una oleada te mandaba a Hamburgo. Ribery falló el control que le había dejado delante de Keylor, Hummels la tiró por encima del larguero en un córner, Muller también desperdició otra oportunidad y en el momento en el que el Zidane técnico de baloncesto hubiese pedido tiempo muerto, una jugada sin demasiado peligro en el área alemana acabó con un zurdazo imponente de Marcelo, tan determinante como siempre. El Madrid se podía considerar muy afortunado con el resultado.
Esto podía servir para el segundo tiempo. El Bayern, que también había perdido a Boateng por lesión, no necesitaba nada para meter en problemas al Madrid, pero fue el campeón el que se sacó un gol de la nada. Rafinha perdió un balón en el medio campo. Se la regaló a Lucas, más bien. El gallego condujo el balón con su rapidez habitual y se la dio a Asensio que no falló el mano a mano. Ver para creer. El balear había salido por Isco, desaparecido, para mantener su idilio con Múnich, lo que le deja a la altura de los cracks porque hay pocas plazas más complicadas. El Bayern reaccionó como lo hace un equipo de su espíritu. Estaba Keylor para eliminar el recuerdo del gol alemán con dos buenas paradas. Le sacó dos goles a Ribery, que fue la gran pesadilla alemana. El Madrid, sin hacerse con el mando del encuentro, resistió para no descarrilar pese a tanta curva. Supo sufrir en su trayecto sinuoso de pérdidas de balón y contragolpes mal construidos. Benzema también pudo marcar el tercero y Lewandowski siguió indultando al campeón, cuya labor fue el de siempre, el de la supervivencia.