Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Dentro de lo que, en un artículo anterior, calificábamos como «la leyenda dorada» de España, brilla con luz propia una historia refulgente y deslumbrante, que ha aportado una aureola de admiración y reconocimiento universal de tal magnitud a nuestra Patria, que se puede considerar como una de sus más excelsas glorias, hasta el punto de que esta historia constituye una leyenda en sí misma: «la leyenda blanca». Es decir: el Real Madrid.

Blanca que te quiero blanca es su asombrosa historia, pasmo universal, asombro de propios y extraños, club que no es sino la más viva encarnación de los legendarios tercios de Flandes, del pueblo madrileño que cargó contra los mamelucos, y que hoy lo hace contra culés e indepes de toda calaña, arrollándolos título a título, bandera a bandera, gol a gol, mientras grita en los vomitorios a toda la patulea de las estelurriñas aquello de: «¡No pasarán!».

El legendario Raúl celebra uno de sus muchos éxitos deportivos.

En la sangre madridista bulle el genoma de la España irreductible, vencedora de infieles y masones, de herejes y milicianos, que primero sabe sufrir las acometidas infernales de sus enemigos, para después arrasarlos con chilenas, con cabezazos post-mortem, con remontadas sobrecogedoras, agarradas a clavos ardiendo, remontadas que igual rinden Bredas que organizan montoneras contra sus enemigos estilo 2 de mayo, guiados por la energía suprema que proporciona a los madridistas un espíritu ganador heroico, un carácter imposible de domeñar: raza española.

Sí, el Real Madrid es nuestra leyenda blanca y, por su misma naturaleza, es también a la vez una «bestia negra» ?pues también hay bestias de muchos colores? para todo lo hispanófobo, pues el escudo madridista brilla inconmensurable en el centro de la bandera española, y así, firmemente imbricados el Real Madrid y la Patria, las banderas madridistas ondean imparables en los estadios de la Hispanidad, desafiando y derrotando, como si fueran estandartes a pie de trincheras y al frente de arrolladoras legiones, a las hordas culés, a Kubalas y Messis, a Guardiolas y Pujoles. Suceda lo que suceda en esos campos de Dios, el final siempre es el mismo: la Cibeles enarbolando la bandera madridista guiando al pueblo, como sacada de un cuadro de Eugène Delacroix, engalanada en su frente con una bufanda madridista y ataviada con una hermosísima túnica blanca.

Y el pueblo que sigue a Cibeles, junto a los símbolos madridistas, enarbola airoso y gallardo banderas nacionales.

Sin embargo, es preciso estar alerta para que esta gloriosa identificación del madridismo con la hispanidad no se tuerza y entre en bucles globalistas, ya que el mundialismo es especialmente voraz con todas aquellas marcas que tienen una amplia resonancia mediática, y no hay ninguna marca deportiva que goce de mayor relevancia mundial que el Real Madrid, por lo cual no es descabellado sospechar que también el club de mis amores podrá ser objeto algún día de una conspiración para ponerle al servicio del horror destructivo y adoctrinador del NOM.

Quizás sea fruto de mi ya inveterada desconfianza, que me hace ver conjuras mundialistas por doquier, pero confieso que en la celebración de la decimotercera en el estadio de Kiev observé con estupor e indignación que ningún jugador del Real Madrid exibía la bandera española, dándose la paradoja de que todos los jugadores extranjeros del equipo sí hacían ostentación de la bandera de su país. Incluso el marroquí Achraf, que bien poca relevancia ha tenido en el éxito del equipo.

Cuando se ganó la 11ª, Sergio Ramos lucía la bandera; cuando se conquistó la 12ª, llevaba una bandera híbrida, donde en una mitad se veía la enseña nacional, y en la otra los colores de la bandera andaluza; este año, solamente llevaba la bandera andaluza andaba a la cintura. ¿Por qué? ¿Es que Sergio Ramos se ha convertido en un nacionalista andaluz que desprecia la bandera de su Patria?

Estoy ya muy harto de ver cómo en las celebraciones de los éxitos deportivos españoles muchos jugadores exhiben impúdicamente las banderas de sus autonomías, siendo cada vez más raro ver la ostensión de la enseña patria. Por supuesto, este abominable fenómeno sumamente sucede en nuestro país, faltaría más, pues todavía no he alcanzado a ver la bandera de Baviera en ningún éxito alemán, ni la de Normandía en ningún festejo francés.

Sin embargo, este error imperdonable se subsanó completamente al día siguiente, cuando vi a Sergio Ramos presidir las celebraciones en Madrid de la decimotercera embutido en una gran bandera de España con el escudo del Real Madrid, que portaba a manera de capa, como si se tratara de la capa del mismo Superman. También comprobé con satisfacción que las banderas del Real Madrid que llevaban mucho de los jugadores estaban ribeteadas con los colores de la enseña patria. Así, así, así gana y celebra el Madrid.

Banderas españolas en el Bernabéu.

Es justamente por esta identificación del madridismo con la españolía por la que los medios de comunicación, repugnantemente apesebrados por el mundialismo, tienen ya en su panoplia lo que podemos llamar «corrección futbolística», que consiste en imponer un pensamiento único que hace del Barcelona la quintaesencia del arte y la poesía futbolística, del espectáculo futbolero, mientras que el Real Madrid gana por la suerte y por los árbitros, ya que nunca ha jugado bien al fútbol, patrimonio exclusivo del barcelonismo. Este adoctrinamiento impresentable tiene como causa que muchos medios de comunicación colaboran descaradamente con la ideología globalista, que quiere destruir a España como nación, y que, por consiguiente, no puede soportar que el Real Madrid haga de la hispanidad su bandera, y así la promueva por todo el mundo.

Grada del Nou Camp con esteladas y mensajes independentistas.

Sin embargo, una parte importante del cotarro mediático que denigra al Madrid hace apología del Barcelona, justamente porque todo lo que tiene el Madrid de españolista, lo tiene el Barsa de independentista, hasta el punto de que los despachos culés poco tienen que envidiar a las logias que tanto abundan en la Ciudad Condal. Y lo más sobrecogedor de este adoctrinamiento es que incluso un grupo no desdeñable de patriotas se declaran seguidores culés, a pesar de los aquelarres secesionistas que se montan en el Campo Nuevo un día sí y otro también, a pesar de la silbatinas al himno, de los Piqués y cía. Realmente, no sé a qué esperan esos seguidores para abandonar definitivamente a un club tan felón.

Pero, hagan lo que hagan, el Real Madrid siempre será su bestia negra, y sus incontables victorias no son sino la confirmación de que el fútbol es aquel deporte en el que juegan 11 contra 11, y siempre gana el Madrid.

Del mismo modo, pase lo que pase en la política española, nuestra Patria es el país donde conspiran en su contra los rojos, los morados y los barretinados, pero siempre ganará España. ¡Hala España!