AD.- “A España no le conviene que usted sea presidente del Gobierno”. “Lo que plantea es una moción de censura a los españoles, porque no le han hecho caso a usted en las urnas. Esa es la moción real”, ha espetado hoy Mariano Rajoy al socialista Pedro Sánchez, el candidato a sucederle con el apoyo de la extrema izquierda y los independentistas. Rajoy cree que la moción se reduce a que Sánchez lo que quiere es llegar al poder, y todo lo demás «es literatura». «Con quién llega, qué más da. Lo importante es que llegue, eso sí, sin pasar por las urnas. ¿Los Presupuestos? Bastan los del PP. ¿Qué broma es esta? ¿Pero alguien se puede tomar en serio un candidato que actúa así?», señaló.

Pero no solo le ha afeado el pacto con Podemos, sino también con los independentistas, que supuestamente le van a apoyar en la moción de mañana. «¿Va a apoyar la autodeterminación? ¿Va a asumir las exigencias de Torra?», se ha preguntado.

¿Puede estar España en manos de quienes quieren destruirla?

El presidente ha incidido en la «inestabilidad» que supondría para España un Gobierno “Frankenstein” de Sánchez, apoyado por populistas, independentistas catalanes y los herederos de ETA. Pero además le ha afeado que hable de consenso, cuando ha dinamitado el pacto por la Educación y ha dinamitado el acuerdo de las pensiones o el de la financiación autonómica.

A la luz de su intervención en el Congreso, es urgente inquirir a Rajoy: si tiene tan claro el peligro que supondría dejar el Gobierno de España en manos de quienes quieren destruirla; si los planes de Sánchez responden en exclusiva a sus ambiciones personales y no al interés general; si parece fuera de toda duda que la llegada de Sánchez al poder sería como consecuencia de inaceptables concesiones a los separatistas; si peligra la estabilidad social y económica de la nación, ¿qué otra salida tiene para frustrar la operación “Frankestein” que presentar su dimisión y desbaratar la constitución de un gobierno rehén de los separatistas?

En este trance tan amargo, su dimisión sería sin duda su mejor servicio a España y conferiría un cierto aire de dignidad y de grandeza al epílogo de su larga carrera política. Apelamos a Rajoy a que coloque los intereses de España por encima de su propia supervivencia. No puede observarse el respeto a las reglas democráticas de juego con quienes se han conducido a contrapelo de la legalidad constitucional. Rajoy tiene la oportunidad única de impedir la hecatombe que se avecina. La que sobrevendría inevitablemente si la moción de censura presentada por Pedro Sánchez saliera finalmente adelante, con el apoyo de Podemos y la constelación de grupúsculos separatistas cuya razón de existir es liquidar el Estado y romper nuestra unidad. Una posibilidad tan aterradora como real, dado que el líder socialista en quien depositaba sus esperanzas Rajoy para frenar el avance de Rivera se ha propuesto llegar a La Moncloa a toda costa, sea cual sea el precio a pagar por ocupar temporalmente esa residencia.

En millones de votantes del PP ha cundido el desánimo ante un futuro político negro además de una inquietud creciente por lo que puede ocurrirle al país. Rajoy se debe a ellos y debe por tanto presentar la dimisión irrevocable y facilitar la formación de un gobierno de transición encargado de convocar elecciones lo antes posible. Un gobierno susceptible de cerrar el paso a golpistas, secesionistas, totalitarios, cómplices de terroristas y demás ralea entusiasmada con la idea de apoyar un proyecto Frankenstein sustentado en la ambición personal de un hombre carente de escrúpulos, a quien ya su propia formación hubo de parar los pies en el pasado.

El peligro de que Sánchez se salga con la suya es innegable. A la postre perdería España, amenazada de muerte. Rajoy puede impedir que Sánchez entregue la llave del futuro de España a sus tres mayores enemigos: los partidos golpistas catalanes; Bildu, la formación sucesora de ETA; y Podemos, un partido comunista de voluntad antisistema.

Sánchez ya ha logrado destrozar la unidad de los tres grandes partidos nacionales, que era vital con un político de la calaña de Torra en la Generalitat.

Llegados a este punto, es imperio que las urnas pongan las cosas en su sitio. Cualquier alternativa al veredicto popular sería una descomunal estafa y una traición sin límite a España. Si Pedro Sánchez quiere alcanzar el poder, que sea ganándolo en unas elecciones y no mediante atajos propios de repúblicas bananeras. Rajoy no puede colaborar en hacer presidente a un felón sin escrúpulos, que ha sido vapuleado dos veces en las urnas por libre voluntad de los españoles. La última fue en junio de 2016, cuando se quedó a 52 escaños del candidato al que ahora quiere echar.

Pedro Sánchez ha roto el pacto contra la rebelión golpista en Cataluña y sospechamos que ha negociado con los secesionistas el blindaje de las competencias en Vascongadas y Cataluña, la reforma de sus estatutos, el mantenimiento de los privilegios económicos  en ambas regiones, el acercamiento de presos etarras a cárceles vascas y el indulto de los líderes golpistas encarcelados. No deja de tener su gracia que el futuro de España pueda quedar indefectiblemente en manos de quienes literalmente quieren destruirla.

Sánchez y Puigdemont.

Rajoy deberá espabilar en las próximas horas o asistir al ocaso de su nación en los próximos meses. Debe impedir, por el bien de los españoles, lo que se antojaría como un desastre sin paliativos. No es necesario recordarle cómo dependiendo de su actitud puede ser responsable de la influencia tóxica de comunistas y separatistas en las futuras decisiones del gobierno de Sánchez orientadas a la destrucción de España. Su dimisión evitaría que la movilización de millones de españoles contra el desafío separatista deje de tener algún sentido.

No queda otra salida que devolver la voz a la ciudadanía y que sea ella, y no los separatistas ni el “marqués de Galapagar”, los que decidan su futuro. La hora crítica ha llegado. Sólo la dimisión de Rajoy abortaría los planes para la defunción de España. Es el envite. Lo demás -el interés de personas y partidos- es hoy obsceno. También suicida. Y una traición imperdonable.