Pantalones rotos
La moda y el diseño de la ropa son temas que llenan páginas y páginas de los periódicos y espacios sin cuento en los informativos y en otros programas de las televisiones. Una saturación de la cual yo estoy bastante harto. Mas, sea como sea, he de reconocer que un buen diseñador de trajes es un artesano de mérito.
Claro que en la palabra buen hay, como en cualquier expresión artística, mucho de subjetivo porque a quien observa le puede agradar algo que puede parecer horrible al resto de los mortales. Pero vayamos al grano, que no es otro que las desconcertantes modas en las vestimentas juveniles como la que denuncia Margarit en su hermoso poema (De injurias forma parte del libro “Un asombroso invierno”, editado por Visor y que recomiendo con calor).
Uno se pregunta estupefacto: ¿A quién se le habrá ocurrido la nefasta idea de lanzar al mercado pantalones previamente desgarrados y rotos? Tampoco se sabe en qué lugar del mundo se hizo el primer modelo de tejano destrozado. Sea de donde sea, se llame como se llame y coma lo que coma, la verdad es, lector amable, que debería –digámoslo en voz baja- estar en la cárcel por “corrupción de menores” (y también de mayores). O, mejor aún, que se vaya al infierno. Fue eso lo que le pasó a un personaje que aparece en la película “Desmontando a Harry”.
La escena es la siguiente: el personaje que encarna Woody Allen (director también de la película) desciende a los infierno y allí se encuentra, entre otros condenados, con un hombre bien vestido que está siendo azotado por un diablo. Woody Allen se interesa por él:
-Y usted, señor, ¿por qué fue condenado?
-Porque soy el inventor de los muebles de metacrilato -contesta el maltratado.
Verdad es que los muebles hechos con ese plástico acrílico conocido como poli-metil-metacrilato (PMMA), cuyo nombre completo es poli metil-2 metilpropenoato y su fórmula C5O2H8 son horribles, pero sí tienen “pecadores” conocidos: el químico alemán Wilhem Rudolph Fittig, en 1887. Y en 1933 otro alemán, Otto Röhm, que fue quien lo patentó con la marca Plexiglas. Estos dos, eso espero, estarán purgando sus pecados en el Averno, pero el ignoto inventor de los tejanos rotos me temo que anda por ahí vivito y coleando contando los euros que le ha dejado su depravado invento.
He escrito lo que antecede porque la semana pasada vino a casa mi hijo mayor (¡que tiene ya cincuenta añazos!) y llevaba puestos, él también, unos tejanos desgarrados. Se lo recriminé y me dijo: “Está de moda, padre”. Yo concluí la conversación con una sentencia que usaba para estos casos mi abuela Matilde: “Hay gustos que merecen palos”.
Un tejano roto tiene la ventaja inestimable para el fabricante que aún se rompe antes.
Recuerdo una de tales primeras prendas que tuve que me duraron cosa de 7 años, en uso diario o casi. Y al final no es que se rompieran, es que ya no me cabían por el cambio de calibre consecuencia de la edad. Evidentemente, el fabricante aquel se arruinó conmigo.
Antes se nos rompían, y los parcheábamos, reciclábamos (hacíamos bermudas, mochilas, etc) o, directamente, se tiraban. Ahora pagan fortunas para que otro los rompa ya en fábrica.
Efectivamente: que los vendan enteros y, si se tercia, que los desgarre cada cual al gusto.
Pues en verdad son una imagen impagable de la sociedad actual desgarrada, desteñida, arrugada,que se cae por todas partes, que muestra su miseria sin ningún rubor…