AD.- No fue la de ayer una victoria balsámica ante Irán. Se trató de una victoria que nos dejó muchas más dudas en torno al combinado nacional. Sobre algunas de ellas hemos insistido tras el primer partido contra Portugal. El triunfo agónico ante los persas no hace sino retrasar lo inevitable, sea en esta primera fase o en la siguiente.

De entrada, Fernando Hierro puso ayer en evidencia al inconsciente que tuvo la insensata idea de destituir al seleccionador nacional a 48 horas del debut de España. Encargar al malagueño la dirección del equipo en un Mundial es tan atropellado como poner en manos de un sordo la batuta de la Filarmónica de Viena. El planteamiento táctico del de Vélez fue lamentable. Se sabía de sobra que Irán jugaría a lo que jugó. Quitar a un pivote tal vez era lógico, pero no a cambio de introducir a un extremo manteniendo los laterales. No se entiende ver a Lucas jugando entre líneas y de espalda, cuando España dispone de opciones más seguras.

Que haya sido una institución en el fútbol español es una cosa. Que Andrés Iniesta no está para jugar de titular, otra. Tampoco lo estaba ayer Carvajal, lejos de su mejor momento de forma tras su lesión en la final de Champions. Alinear “por decreto” a algunos jugadores no parece la fórmula más inteligente cuando hay en juego un Mundial.

No se entiende que una selección como Irán nos tuviese contra las cuerdas hasta el último suspiro. No se entiende que no hubiese ni una sola respuesta táctica en la primera mitad para tratar de desatascar el juego ultradefensivo de los persas. No se entiende que no hubiesen cambios cuando Iniesta físicamente no daba más de sí. Salvo los dos centrales, que estuvieron solventes, defensivamente España volvió a presentar muchas lagunas. Es un equipo demasiado previsible. Alguien con autoridad debería decirle a Hierro que jugar bien no es pasarte casi todo el primer tiempo sobando el balón en el centro del campo. Silva tenía un mayor protagonismo con Lopetegui y el equipo era más ofensivo. Ahora Hierro acumula a Isco, Iniesta, Silva, Busquets y pierde profundidad con tanto “rondito” horizontal.

Y mucho menos con el que tenemos bajo palos. Y no será porque no hemos insistido. Seguimos sin portero. De tres veces que los iraníes tiraron bajo los tres palos, una de ellas fue gol (bien anulado, pero entró). De Gea estuvo en su línea: descentrado, nervioso y fallón en un par de salidas. Transmite inseguridad al equipo. Cada vez que los asiáticos se acercaban a la portería española cundía la sensación de un peligro inminente. Un portero no puede ser parte del problema en cada ataque del equipo rival. Por desgracia no hay muchos argumentos para el optimismo. La solución no era Koke ni tampoco Rodrigo cuando dispones de dos jugadores como Saúl y Aspas.

Desde el primer minuto, España jugó con nervios y precipitación. Temíamos más los fallos propios que el juego de los iraníes. Hierro ni siquiera intentó corregir el rumbo de un equipo que nos daba la sensación de poder estar jugando horas y horas sin perforar la portería enemiga. Por suerte se perforó en la segunda parte gracias a un gol de carambola de Diego Costa. Muy pocos argumentos para ilusionarnos. La destitución de Lopetegui obligó a Rubiales a echar mano del que tenía más cerca. Y el que más cerca estaba era Hierro. Ayer comprobamos que Hierro no es el entrenador que pueda llevarnos lejos. Mucho nos tememos su perseverancia en el error y el bienquedismo el próximo lunes.

La parte más cómica son sus explicaciones ante los periodistas. A patadas con el idioma castellano, lo que hace es farfullar letanías con cara de estreñido. Encomendarle la dirección de la selección española en un Mundial es un acto de frivolidad que debería tener consecuencias muy serias para Luis Rubiales si la selección de fútbol no fuese el reflejo de una sociedad lanar y enferma.