Conciertos y concertinas
Toda llamada a la prudencia en aspectos que tengan que ver con la inmigración ilegal despiertan, se quiera o no, sospechas hipersensibles en los insufribles ámbitos de la corrección política. Cuando el Gobierno de España sobreactuó con cálculo político en el caso del barco Aquarius, algunos advirtieron del efecto perverso que ello podía crear en las difíciles fronteras españolas, bien las de Ceuta o Melilla, bien las meramente marítimas. España, en aquel momento, guste más o guste menos, envió un mensaje y éste fue tomado en cuenta por quienes organizan adecuadamente los mecanismos de entrada a la Unión Europea. Si Italia se cierra, siempre nos quedará España. Y así ha sido.
En torno a 600 inmigrantes ilegales han asaltado la frontera de Ceuta con cizallas, palos, excrementos y cal viva y han conseguido el objetivo, la prueba de la yincana: cruzar la frontera en el convencimiento de que ello garantiza ser atendido, alimentado y distribuido por el territorio nacional o europeo. El que consigue pasar obtiene el premio. El que no, que trate de repetir con más éxito. Si al gesto con el Aquarius se le suman las primeras palabras, nada más llegar al cargo, del ministro de Interior Grande Marlaska asegurando que se estudiaba retirar las concertinas para ser más humanos y tal y tal, la frase de «¡todos a España!». Fue probablemente la más pronunciada en círculos ligados a la inmigración ilegal. Si uno pronuncia esa frase taaaan correcta y humana, taaaan cool y progresista, inmediatamente tiene que compensarla con importante aumento de efectivos y medios para reforzar la seguridad de las fronteras. Un país que no muestra objetiva preocupación y ocupación en asegurar la inviolabilidad de sus límites es un país de churrete. Si quitas las concertinas, o aún peor, si dices que las vas a quitar y no facilitas más armamento a quienes, no lo olvidemos, garantizan la seguridad de las fronteras, les estas poniendo a los pies de los caballos.
Ningún país medianamente serio puede permitir que 600 individuos invadan sus límites utilizando la violencia. La Guardia Civil o la Policía Nacional debe estar debidamente asistidas para cumplir su misión y debidamente respaldadas ante la posibilidad de que un juez majadero, como ha ocurrido, inicie una causa general contra ellos por su actuación en la defensa de los límites fronterizos. Asaltar fronteras de un país soberano o agredir a sus autoridades policiales no merece que sean tratados con abracitos por su heroicidad y la dichosa prueba superada. O inmediatamente se les devuelve o el mensaje queda debidamente grabado: haya o no haya alarma política y social, España es el objetivo de una oleada incontenible de inmigración ilegal ante la que las autoridades españolas y europeas no saben qué hacer, los segundos porque creen que es un problema español y los primeros porque tienen miedo a salir mal en la foto. Que tomen nota: el rey de los progres, Rodríguez Zapatero, empezó diciendo aquello de que la tierra es del viento y acabó instalando las concertinas, independientemente de que ello hiciera que Elena Valenciano se fuera a llorar, impresionada, a la sombra de un ciruelo. El nuevo progre de guardia, Pedro Sánchez, acompañado de su ministro de Interior, celebra su particular ceremonia del sol y le entran, de momento, 600 tíos a palos por Ceuta y miles en pateras por todo el perímetro andaluz sin que sepan qué dedo mover ya que toda medida contundente es vista con recelo en el universo que pueblan.
A Sánchez le conviene dejarse de conciertos de verano y ocuparse más de las concertinas de julio. Trabájese mejor Marruecos, dote debidamente a las fuerzas de seguridad y transmita los mensajes correctos a los que asaltan fronteras ante la complicidad política de muchos irresponsables. De lo contrario nos esperan muchos dolores de cabeza.
Qué razón. Es que se ve que aquí no hay parados.
Totalmente de acuerdo