AD.- Sin entrar en las alcantarillas del transaccionismo democratizador, parece innegable que la pieza que se quiere cobrar Pedro Sánchez no es tanta la exhumación de Franco sino humillar la memoria de quien venció a las izquierdas y proporcionó a España los mejores años de su historia. Aquella España de progreso e ilusión fue la obra, la emanación de un gran hombre, de un gran militar, de un estadista irrepetible que hizo de su vida una entrega al servicio de España y de los españoles. Sin duda, el estadista, el jefe del Estado más exitoso del siglo XX.

La actitud revanchista de Sánchez es más propia de tahúres políticos que del sentido del Estado y conocimiento de la Historia que debería prevalecer en los encargados de tan alta misión. Se puede decir metafóricamente que el resultado será una agujerada olla a presión con los orificios taponados con cera y puesta al fuego de la disputa partidista sobre unas trébedes de estaño con las patas quebradas.

Imagen de los monjes benedictinos del Valle de los Caídos.

La infiltración partitocrática en las instituciones básicas del Estado de Derecho, un sistema electoral que cosifica el oligopolio partitocrático, el perverso invento del Estado de la Autonomías, la puerta abierta al arbitrismo y la ficción de una forzada alternancia en el poder a imitación impuesta del modelo norteamericano, crearon los supuestos indispensables para que las expectativas democráticas degeneraran en putiferio, cuyo grado de intensidad dependería de la catadura del personaje que estuviera al frente del partido en el poder.

La alternancia en el gobierno entre el mito de la izquierda y el mito de la derecha, desfondados por Gustavo Bueno en sus dos libros, garantizaba, además, un sórdido juego del supercapitalismo socializado que ya venía de lejos y que de una manera simplista, pero certera, suele explicarse así: la función de la izquierda es destruir; y de la derecha, reconstruir hasta un cierto límite.

Una vez cumplida por Rajoy la misión de sanear la economía destrozada por Zapatero y ante la perspectiva de que el PP siguiera ganando en las urnas, pese a los casos de corrupción, convenía a ciertos poderes exteriores provocar la alternancia a contrapelo de la voluntad popular. Ya quedan pocas dudas, si es que cabe alguna, de que la élite globalista presionó a los separatistas vascos para que apoyasen la moción de censura contra Rajoy. Uno de los presuntos inductores del cambio político fue Soros, reunido con Sánchez a los pocos días de su toma de posesión suponemos que para marcarle la agenda al servicio del nuevo orden.

Soros y Sánchez: amo y vasallo.

¿Y por qué y cómo fue previsoramente promocionado a la secretaría general del mito socialista un sujeto casi desconocido, calientaescaño, ayuno de una consistente experiencia política y presuntamente manejable? Lo que sí parece claro es que fue el elegido por quienes manejan los hilos de este teatro de títeres en que hace largo tiempo desembocó la democracia.

Es ocioso insistir en la ignorancia y mediocridad intrínsecas de Sánchez o sus rasgos psicopáticos cada vez más acentuados: megalomanía, arbitrariedad, apriorismo, improvisación, autismo político y superficial dogmatismo izquierdista. Pero en su ejecutoria cabe distinguir entre unas constantes de seguidismo de la estrategia mundialista que le vino impuesta y las formas muy peculiares y extremosas formas de llevarlas adelante.

Nos referimos a los vectores principales de esta estrategia: descomposición de la unidad de España y de sus referencias históricas; desfondamiento y surbordinación totalitaria de las instituciones básicas del Estado; hundimiento moral de la sociedad hasta convertirla en rebaños compartimentados de borregos; lucha perversa e insidiosa contra la Iglesia católica, sostenedora de los valores morales que se persigue erradicar; política de fronteras abiertas para el reemplazo demográfico de la población; aherrojamiento de la libertad de expresión; política exterior subordinada y mendicante; dependencia económica, no sólo energética; alimentación de odios retrospectivos y de enfrentamientos territoriales que alientan un inquietante guerracivilismo; y, en suma, hacer de España un pelele sumido en satánica indefensión.

Sánchez se entrega a quienes coyunturalmente le convienen para apalancarse en el poder y los traiciona si otros favores le apremian. La política de Sánchez y la composición de su gobiernos son de escaparate. Más bien lo serían de mercadillo callejero o de los antiguos trajinantes de asnos y mulas. Lo más perturbador no reside, sin embargo, en que les gana en el truco y la mentira, sino que, a diferencia de ellos, cree que sus mentiras son verdades absolutas.

Un hombre reza frente a la tumba de Franco en el Valle.

Valen como ejemplo de sus mentiras la pretensión de justificar el uso privado de un avión oficial para asistir a un concierto en Castellón. Sánchez y sus mesnadas han recurrido al guerracivilismo como fórmula destinada a fortalecer el encanallamiento de los votantes de izquierda. Pretenden profanar los restos de Franco en lo que sería considerada la gran acción revanchista de la izquierda contra el pueblo que se rebeló contra ella en 1936. El Valle representa sobre todo la resistencia de las patrias europeas contra las mafias globalistas que pretenden destruirlas. No es casualidad que el New York Times, santo y seña del sionismo satánico, se haya unido a la campaña en favor de la destrucción del Valle. El odio a España, incrementado por los acontecimientos en Cataluña, actúa en todos ellos como un resorte emocional que pretende conducir a muestra patria al basurero de la historia. La izquierda no ha digerido que ni aún con todo el apoyo de las televisiones, la opinión española gire cada vez más hacia la derecha. El Valle, vítor y clamor de la España imperial de siempre, ha sido elegido para la gran conjuración contra nuestro pueblo.

Entre tanto, al aire fresco y hermoso de la sierra madrileña, la respuesta a los profanadores no puede ser otra que la reconsagración del viejo espíritu español, fiel hasta el tuétano, del maridaje entre Dios y su pueblo más querido, que vuelve a gritar, con el mismo brío de siempre: “¡Arriba España!”, “¡Viva Cristo Rey!”.