La batalla del Ebro a 80 años vista
La más larga y cruenta batalla de la guerra civil española, la batalla del Ebro famoso, comenzó a los dos años del alzamiento, el 25 de julio del 38, con el cruce del río por las fuerzas republicanas y sus jefes comunistas, bajo las órdenes de Juan Modesto (antiguo aserrador) y militar adoctrinado en la Frunze de Moscú, del XVº cuerpo de ejército, mandado por el Teniente coronel Manuel Tagüeña (físico-matemático para contrastar), el Vº mandado por el Teniente coronel Enrique Lister (antiguo cantero) también de la Frunze, que contaba con la inestimable ayuda -a sus órdenes- del Campesino (bandolero) expulsado de la Frunze por incapacidad para el estudio y el XIIº mandado por el Teniente coronel Etelvino Vega (antiguo chapista) también alumno de la Frunze. Todas ellas sumando cerca de 100.000 hombres y apoyadas por otras unidades del XVIIIº cuerpo de ejército que suponían 227 piezas de artillería, 130 tanques y 200 aviones.
Todos ellos encuadrados a la manera de las unidades soviéticas, con comisarios políticos ubicados por donde amargan los pepinos y provistos de distintivos e insignias con las estrellas rojas de cinco puntas. Era preceptivo usar para la uniformidad roja el saludo con el puño cerrado a la sien, modalidad que en el Diccionario para un macuto de Rafael García Serrano se cita como “cogerse el cuerno”. Favorecía poco, la verdad.
Han pasado casi tres generaciones y ahí están atascados algunos buscando alguna cosa que les revele de quién era la razón y a la vez, la contundencia de la victoria. Algo que se va con la lectura reposada y que por más que se quiera resulta irrevocable, cambies los huesos que cambies y adonde quiera que los cambies o haciéndolos sonar tipo chamán. ¿Qué les pasa a los comunistas, que ya no se llevan ni en Cuba, que no digieren las grandes lecciones de la Historia? Les continúa picando –comezón insidiosa- y ya podían rascarse en privado y dejar en paz a los demás residentes. Pero no.
Fue una iniciativa de Vicente Rojo, el general rojo, declarado per se católico apostólico y romano que anduvo en el Alcázar abrazando a sus excompañeros –muy especialmente a Moscardó- e ideó el llamado plan “P” para comerse a Yagüe, y que reunió a lo más granado de los militares comunistas del mítico 5º regimiento del ejército rojo –o republicano, según convenga al caso- habiendo cantidades de generales de brigada y de división no tan confesos comunistas, ni tan católicos, del orden de 28 nada menos, y Negrín -el listo que indujo a Largo a pagar en oro por adelantado- con material checo cuyo precio negociaba Stalin desde Moscú cicateramente para que le quedase una mordidita y que abarca todo lo que es la cuenca del río Ebro, desde Mequinenza hasta Amposta para tomar Gandesa, protegida por la 50º división del levantisco coronel Campos Guereta, lo que intentó inútilmente el estratega Lister Forján. En este tramo el Ebro tiene una anchura de unos 100 a 150 metros y cinco de profundidad. Hay que disculpar al valiente Campesino del que tuvo que prescindir Lister porque se lo hacía encima pensando en atravesar el Ebro, ante la división que se le había asignado y eso no era presentable.
Se olvidaron de incluir el menú del día en las provisiones materiales del armamento que venía de Praga y que abonaba Stalin con oro español, por lo que una de las fallas de semejante acometida era la alimentación de la tropa que pasó hambre puñetera. Queda aún el testimonio de un hincha –Manuel Gallego Nicasio, de Herencia el hombre, de los de la quinta del biberón- que estuvo allí para contarlo y que con 101 años echa ahora la culpa del hambre que pasó a Franco para no desentonar y a ver –pienso- si le cae algo de las escurriduras que se prodigan a los maledicentes, porque el hambre ya la traían de otros frentes y de casa y viajaba con la República según se movía, mientras eran famosas las comilonas de Negrín, que frecuentaba tanto como las entrepiernas perfumadas de la compañía y que continuaron acto seguido en México a cargo de lo sustraído en el yate Vita y del hambre que dejó aquí hasta el 59. De los malos tratos –despóticos y despectivos- que disfrutaban de jefes como el Campesino o Líster, no nos cuenta nada esta criatura adoctrinada. Quizás se le ha ido el hipocampo reptiliano, con los años, a salva sea la parte.
Franco era retado por el rojo Rojo en aquel julio y recogía el guante con esa flema que les hace hervir a tantos y a tantos años vista. Suponía un frente de más de 65 kilómetros. Era decisivo el encuentro para ellos, que iban de derrota en derrota, se maliciaban lo peor y echaron el resto, porque Franco, que sumaba unos 98.000 hombres “sublevados todos ellos”, -liderados por Juan Yagüe- 300 aviones y 300 piezas de artillería, contando con los goleadores García Valiño, Dávila, González-Badía, Campos Guereta y López Bravo y los decisivos alféreces provisionales universitarios, era el atacado, el que iba a ser sorprendido, parece ser y esperaba en la orilla de enfrente, la derecha mira tú qué casualidad, debidamente desplegado con su gente, lo que suele ser mejor.
Con la frontera francesa cerrada, Hugh Thomas califica esta acometida de temeridad. Los cerca de 20.000 soldados españoles muertos entrambos bandos, como consecuencia de esta iniciativa, se los cargarían a Franco a través de los siglos, tanto como el hambre de los combatientes rojos, lo que no fue el caso de “los sublevados”.
Los objetivos iniciales rojos o republicanos, como es fácil colegir y por tropecienta vez, eran derrotar a los nacionales, o sublevados, y en último caso estirar el combate hasta el comienzo de la guerra europea, que estaba en ciernes, y Franco los supo frustrar y convertir en la batalla de desgaste ideada para él por Vicente Rojo, que tras las derrotas de Teruel, Alfambra y la llegada de los nacionales –los sublevados- a Vinaroz, al Mediterráneo, partiendo la zona roja o republicana en dos -que eso sí era trascendente- suponía el jaque-mate a las aspiraciones comunistas o republicanas, según les dé el aire.
Es la mayor batalla en suelo español, no la más importante, que eso lo fueron la de las Navas de Tolosa contra la morisma, el día del Carmen de 1212 y 726 años antes, de mano de Alfonso VIII de Castilla el hombre y la de Lepanto contra el turco el 7 de octubre de 1571, de mano de don Juan de Austria y hace 447 años. Digo yo si los moros y el turco lo habrán asimilado ya o les quedan flecos por dilucidar y huesos que andar revolviendo. Trascendentes, lo que se dice trascendentes, lo habían sido otras batallas, enfrentamientos y escaramuzas que había ido ganando el bando nacional –los sublevados, por supuesto- sumando éxito tras éxito en los sucesivos encuentros, casi siempre iniciados por el ejército rojo y que les ponía como favoritos para la victoria final.
Yagüe paró los primeros ataques de diversión al norte y al sur, perdiendo en tres días hasta 40 kilómetros de profundidad, pero estabilizando serenamente con su manejo del ronzal la acometida, hasta parar el pateo y dando tiempo a la llegada de refuerzos y a hacer planteamientos del largo contraataque definitivo con la 13ª de Barrón, con el cuerpo de ejército del Maestrazgo de García Valiño y con los navarros de la primera División del Mizzian, que comenzó el 30 de octubre en Cavalls -desde el fondo de la red- para dar al traste con todo.
Ahora los comunistas -también conocidos como republicanos- se encontraban con el río a la espalda, ahí se habían posicionado en su día -en su noche sin luna- y a la retirada lo tenían de cara. Durante tres meses los nacionales, rebeldes eso sí, los mantuvieron contra las cuerdas o contra el río que es muy parecido, para administrarles el jamacuco definitivo, que de eso sabían un montón, lo que comenzó como digo el 30 de octubre. El 18 de noviembre -en 19 días de empuje heroico- se da por terminada la batalla con las últimas recuperaciones de terreno y de río llevadas a cabo por el falangista Yagüe.
El 15 de noviembre del 38 las brigadas internacionales comunistas son retiradas del frente y despedidas en Barcelona y casi al tiempo salen de Cádiz los 10.000 italianos de la CTV, y tras cuatro meses las tropas republicanas -o ejército rojo, según se mire desde donde sopla- vuelven a cruzar el Ebro trastrabillando, abandonando el campo y camino de Cataluña, de la rendición y de la frontera. Le quedan cuatro meses al bando rojo hasta el 1º de abril del 39, que se da por terminada la guerra con lo del “cautivo y derrotado” y comienza el maquis, ya a toro pasado, y su funesta represión que da mucho que hablar hasta entrados los cincuenta y sobre todo a partir de los setenta años del suceso y de morder el polvo. Eso es puro marketing a posteriori. ¿Va a cuajar la postmentira? No lo creo, no tiene venta, ni salida.
En esta batalla del Ebro, en cuatro meses, murieron más de 10.000 soldados republicanos y fueron heridos más de 34.000. Murieron cerca de 6.500 nacionales (65%) y fueron heridos 30.000 (90%).
Sorprende la cifra de prisioneros rojos con 20.000 (400%) contra 5.000 nacionales, lo que suena a cambio de bando más que de rancho o de deserción. Ignoro si el hambriento de Herencia se enteraría de esto, satisfaría su hambre camino de la frontera y no nos lo cuenta el hombre, o continuó sin hacerlo en plan promesa obsesionado con Franco, al que hubiera querido matar de hambre, porque lo que es de la otra manera… le fue imposible por más que lo intentó, digo, porque habría que ver si lo hizo jugándosela, como tantos valientes de ambas partes. ¡Cuánta estulticia, Dios, a los 80 años del correctivo, qué mala cosa que sigamos en ello!
El padre de quien suscribe, así como varios familiares estuvieron en la Batalla del Ebro con las Brigadas Navarras que mandaba Garcia Valiño. A lo largo de su vida contó muchas veces como estando junto a la iglesia de Villalba de Arcos con varios compañeros, se ausentó con motivo de algún “menester” urgente, momentos en los que cayó un obús republicano que acabó con la vida de todos sus compañeros, siempre dijo que ese día de 1938 volvió a nacer. Una reflexión sobre aquella guerra: en ambos bandos estaban los “leales” y “rebeldes” geográficos (les tocó donde les tocó y… Leer más »