Acondoplasia política
La estulticia, que va de mano de la ignorancia y de otras taras y deficiencias, tiende a proyectarse con rapacidad sobre las inversiones sociales a manera de mordidas para saciar el bajo instinto de la pasta gansa y otras lindezas padecidas por exquisitos sacacuartos, o trujimanes –al fin puteros- pese al nivel funcionarial que hayan podido alcanzar los portadores –o vectores infestantes- en justas oposiciones, o nupcias y otras selectividades.
Otra consecuencia de este cretinismo, hijo de la ignorancia y de las taras de referencia, es considerar que todos los españoles somos tontos de l’haba –que es tomar el todo por la parte, o sinécdoque metonímica y crepuscular del que vive entre conejos- y que el que la padece ve las cosas “en rose”, como “la vie”, nada menos, en un puro daltonismo, mientras el común las vemos en blanco y negro. Hay que joderse. Es un mal que cubre por completo el arco parlamentario de una espesa capa de sospecha atufante y objetiva, que se palpa y deja mancha.
Estos diablillos suelen tener un alto concepto de sí mismos, por mierdas y retacos que sean, y son peligrosos porque dan los gritos en un sitio, ponen los huevos donde menos te los esperas y se los llevan a nidales de fuera a la que te distraes, una vez que advierten lo fácil que se lo ponen algunos. Decir que el dinero público no es de nadie produce efecto llamada a cargo revertido. Eso es incontrovertible.
No olvidemos los éxitos en cazar fantasmas o talentos con retel, alcanzados por la buena Aguirre, que se retiró a una consultora a la que fue llamada por sus éxitos granadinos marjalizantes e ignaciogonzalinos, tendentes a acabar con la empresa privada, privándola de toda esperanza en aplicación de aquellos criterios. Tampoco los socios de esta consultora parecen los mejores, digo. Vaya cuajo. No le faltó a la buena de ella, tan fina y segura, sino que se la llevasen el bolso, aunque sólo fuese por un prurito de profesionalidad que les diese comezón, porque a estas gentes se les apodera la fiera que llevan dentro, donde las entretelas y no reconocen ni a sus progenitores en cuanto se ven apaleando los millones a espuertas y disponiendo de la burundanga que pida cada caso.
Todos, sin excepción, se han educado con el Dumbo del tío Gilito y se les han encendido las luces en viendo que lo difícil es el primero. Luego es ponerse de hinojos al rececho y trincar las truchas a la que pasan con arte y maña, que el diablo tienta mucho el muy malote.
Pues bien, esta acondroplasia manirrota y paticorta, se extiende como la sarna por todo lo que es el costado, hasta alcanzar los hijares, las ingles y los pliegues posturales en cuanto se pisa moqueta y se siente pelo cogido entre los dedos. Se palpa el poder, y las leyes y sobre todo la Constitución pierden relieve y contraste y donde dicen digo entienden lo que les parece, así, al pronto.
-¿Contribuyen las Ray-Ban a este efecto bandeja espejeante, buen hombre?
-Podría ser, pero más bien me malicio que viene de no mirarse bien por las mañanas a la que se afeitan, y de no repasar las cosas confiando en su condición napoleónica que les embarga.
-¿Camaleónica, dice?
-Podría ser. ¿Pour quoi pas? Por cierto. ¿Ha pasado el cosario de las nueve?
Nos hizo un show lamentable la otra pobre mujer. Movía los bracitos con la torpeza de un guiñol y hacía ojitos bacaladeros, aspavientos de muñeco rural y nada, nos hablaba de ella y no nos contaba lo que interesaba al público en general y agonizaba en su propia salsa inconclusa e inmarcesible.
-Caín. Ven Acab. ¿Qué has hecho con Jezabel?
-Abel, majo. ¿Qué pasa con Holofernes?
¿Es tan difícil respetar al pueblo soberano? ¿No se le pueden confiar tan sutiles actuaciones ni a través de los compromisarios de la segunda vuelta? ¿Cómo se puede ser tan soberbia si hay espejos por todas partes?
-Los vampiros, dicen, se miran y no se ven. Se los traga el azogue mercurial, que es muy malo para la salud mediterránea. Produce hidrargíria, o hidrargirísmo y tiembla el misterio.
-“Neuropatía periférica”, sentenció el enano a la que se bajaba del alto taburete cogido de la barra. Ahí queda eso… y se marchó dando un portazo que retumbó en toda la planta. Aún alcancé a escuchar, a la que salía:
-¿Sabe alguien qué vino a hacer el Soros ese a la Moncloa? ¿De qué va? A mí nadie me ha contado nada, pero seguro que me afecta. Llamen a mi tía Matilde, que sabe algo de la patada que le dieron en Hungría.