Ramiro Cercós, otro amigo en la eternidad
El 16 de agosto de 2018, se nos ha adelantado, se nos ha ido a la eternidad y sacramentado al fin, Ramiro Cercós, el entusiasta de Soria, de su bachillerato soriano en el Instituto, del Numancia, de las fiestas de San Juan y de DEYNA, en la que estuvo desde el minuto uno y de la que ha ostentado la presidencia desde 2002 hasta que tuvo que dejarlo y pasar a serlo de honor en 2013, en razón a su enfermedad, y donde siempre estará mientras vivamos, al menos.
Anoto que siempre estuvo en el callejón para el viernes de toros, con su breva canaria entre los labios y nunca rechazó un trago de la bota en aquellos sanjuanes de toda la vida. Su sonrisa afable y su encantador deseo de que hubiese un botón para apretar y regresar a aquellos años felices en los que subía desde la Estación de San Francisco con Alberto, Rafa y Paco, a los que se sumaba Pisano, al Instituto pisando nieve, o cuando se cambiaron de casa y bajaban desde Santo Domingo patinando por los esbaradizos.
Ramiro ha vivido sus últimos años entre los sorianos de a pie, los que siempre le han querido, admirado y respetado, porque se lo merecía. A la una se sentaba en la Apolonia con una vieja amiga que le acompañaba solícita de su cuidado y allí recibía. Era un timbre de orgullo entre los que conocían su trayectoria, para los que le vieron despegar en las clases con Modesta Alcázar, con Alejandro Navarro, con Manuela Pita, o Agustín Muñoz… como fueron sus compañeros y hermanos míos, Makan y César -este último, que le habrá salido a esperar, seguro- Raúl Pisano, Eliecer Gil Golbano, Vicente Molina Gallego, Vicente Gallardo Ibáñez, Bernabé Edo, Ana María Manrique, Pilar Granados, Domingo Blanco Santorum, Julio Giménez Molina, Pablo de la Morena, José María Blasco Ibáñez, y otros que se me pasan, y tantas generaciones de alumnos que recibieron ciencia matemática de su vocacional facilidad, que le llevó a dar la matemática más avanzada de Europa en la ESI de Navales de la Universidad Politécnica de Madrid, en todas de cuyas escuelas estaba capacitado y reconocido académicamente para impartir ese conocimiento.
Particularmente preparó para su ingreso en Caminos a Florentino Pérez y a César Alierta, entre tantos otros a los que abrió los ojos.
Durante estos años, cada vez que venía a Deyna y manteníamos una reunión, me llamaban la atención sus manos manchadas de tiza, tanto como su chaqueta y sus pantalones. Nunca abandonaba la breva canaria en sus disertaciones ante las pizarras que llenaba de cifras y letras con seguridad newtoniana, breva que apagaba y encendía por no abusar y que le daba mucho juego metida en un tubo.
Su ingreso en Caminos, sus 25 años de senador, sus años de presidencia del Colegio de Ingenieros civiles, no ocultan ni palidecen su licenciatura en exactas que obtuvo en un año, sus estudios de económicas o su deseo de emprender medicina que desbarató ya su bella esposa Beatriz, que le ponía las peras al cuarto para empezar un matrimonio que aportaría cinco hijos y que requería un inicio ya. Es proverbial su honradez, en contraste abierto con el ambiente corrupto que le rodeaba, y que en su vejez y jubilación le han permitido pocas fantasías crematísticas. Su gran alegría y contento era recordar los años sorianos de su juventud, de su familia y de sus compañeros y amigos a los que ha sido fiel entusiasta. No me guardo su deseo expresado y sincero de que en su funeral se entonase alguna sanjuanera, para sumarse si fuera posible.
Sugiero la de: Mañanitas de ilusión, madrugadas sanjuaneras, que siempre me ha parecido muy evocadora y delicada.
Hasta siempre, amigo Ramiro. Lleva contigo mi más fuerte abrazo, como los de Mariví, y Makanke que te lloran como mereces.
Qué Dios te bendiga. Espero encontrarte.