El Rey y Pablo Iglesias.

AR.- Debo ser de los pocos españoles creyentes que no ha rezado por la salud de los dos mellizos prematuros que Pablo Iglesias tuvo con su pareja, Irene Montero. A decir verdad, me daba igual la suerte que corrieran. Claro que si hacemos caso a algunos opinadores, parecería que toda la derechona liberal de nuestro país ha permanecido en vilo todo este tiempo.

Subraya el maestro Antonio Burgos en ABC “el silencio de respeto que la nación entera ha guardado mientras en la Sanidad pública iban ganando el difícil barlovento de la vida esos mellizos de Iglesias”. En nadie de mi entorno percibí la más mínima preocupación por el estado de salud de la parejita de los marqueses de Galapagar; de ahí que lo de la “nación entera” debamos interpretarlo en un sentido hiperbólico y no real. De ser cierta la preocupación de toda la derecha liberal española que describe Burgos, deberíamos preguntarnos si, en justa reciprocidad, hubieran deseado las masas progresistas españolas el aferramiento a la vida de alguno de los representantes de la derecha? Me temo que no.

Cuenta también el maestro Burgos que Don Felipe VI ha sido uno de los que se han interesado por los retoños de los marqueses, lo que fue respondido por Iglesias, con su habitual querencia a la cursilería: “El jefe de Estado me trasmitió su cariño y el de la Reina y, aunque Irene y yo somos republicanos, agradecemos esa llamada”.

El calculado interés del Rey por la salud de los mellizos de los mandatarios podemitas permite a Burgos reivindicar el carácter inclusivo de la Monarquía. Ya saben, la de “todos los españoles”. Podría también haber echado manos del viejo refrán sobre las creencias de los ladrones sobre la condición del prójimo. “¿Pero qué se creía este gachó, que los sentimientos humanos de Don Felipe VI estaban reservados para los monárquicos? Ahí tiene una demostración más que sobrada de que es Rey de todos los españoles, incluso de los de Podemos, que ya es ser”, se ufana el columnista sevillano.

Pues lamento tener que contradecir a don Antonio, pero se diría que no está muy al día de esas demostraciones protocolarias de afecto del “rey de todos los españoles”.

No ignoro, estimado Antonio, que los argumentos son siempre instrumentales en democracia y los grandes principios, como los de los hermanos Marx, tienen otros de repuesto. No ignoro tampoco que vivimos una época donde lo esencial es moldear el significado de los gestos y la expresión de las emociones al calculado interés de la institucionalidad. Eso lleva por ejemplo a los políticos a sostener digo donde ayer decían diego, o a establecer correlatos entre conceptos en apariencia tan antagónicos como un Moët & Chandon y un cava catalán. No ignoro que la volubilidad moral del sistema obliga a sus protagonistas a ajustarse al patrón de la canalla más veces de la que seguro desearía. Pero hay ocasiones en las que hasta un Rey tiene que hacer abstracción del deber impuesto y actuar conforme al deber que nace en la conciencia, pasa por el corazón, atraviesa el alma y desemboca en el honor bien entendido. A la manera calderoniana, ya sabe.

En diciembre del año pasado murió doña Carmen Franco a la edad de 91 años. En esta hora triste para muchos, esperábamos ese gesto del “rey de todos los españoles” porque el agradecimiento es de bien nacidos. Y porque no puede ser el rey de todos los españoles quien no sabe ser agradecido. Sabemos que el instinto de conservación de los Borbones ha consistido, desde la Transición, en mantener una calculada y suponemos que provechosa equidistancia entre los malos y los peores. De los buenos, mejor no mencionarlos ni siquiera en la hora de su muerte, aunque les deban las prerrogativas regias de las que disfrutan.

¿Habría sido Rey Felipe VI de no haberlo dispuesto el padre de la dama a la que ignoró en la postrera hora de su muerte? Más allá de lo probable debería responder que no.

Probablemente, la gente que le aconseja calculó los riesgos de una expresión de pésame a la familia de la hija de Franco, a cuya memoria el Rey tanto debe. Y entendemos su silencio, en tanto que una demostración de afecto a la finada habría puesto en marcha la colosal trituradora mediática de la izquierda. Pero entonces que no nos hable Antonio Burgos de “Monarquía de todos los españoles” ni de gaitas celestiales.

Hace unos meses, el Rey definió al franquismo como una “trágica dictadura”, lo que nunca se hubiera atrevido a decir de otras que gozan de tan buena prensa. Por ejemplo la de los hermanos Castro. Tras la muerte de Fidel, envió un telegrama de pésame a su hermano Raúl, en el que subrayó que se trataba de una figura de “indiscutible significado histórico” y donde recordó “muy especialmente sus lazos familiares y vínculos con España”. Al parecer, los lazos afectivos del dictador comunista con España no son comparables al papel que tuvo Franco al reponer en el trono al padre de Felipe VI.

Concluyendo, igual que sobre el Rey que quiere echar, ha dicho Iglesias: “Somos ateos, pero explicaremos a nuestros hijos que nuestros amigos creyentes rezaron por ellos. Nos consta que la Virgen del Tránsito, Santa Rosa de Viterbo y Santa María Liberatrice fueron interpeladas (y nunca se sabe). Hay pocos gestos de amor y amistad más hermosos. Enseñaremos a nuestros hijos que sean siempre respetuosos con el que piensa distinto porque la humanidad, la decencia y la amistad no son el patrimonio exclusivo de ninguna causa”. Pues a ver si lo que van a enseñar a sus hijos empiezan a practicarlo ustedes mismos, señor Iglesias. Porque nadie da lo que no tiene.