Y los que vengan detrás, que arreen. Es el triunfo de la inopia, la incompetencia, la temeridad, la incompetencia, la chulería sistemática y el desprecio al conocimiento, sí, al mínimo básico de conocimientos para abrir la boca al que suelo hacer referencia.

No tienen idea del cúmulo de lo que desconocen, del volumen de lo que ignoran, de su siniestro particular interiorizado, y se atreven con todo.

Osadía e intemperancia, mucha intemperancia, que es gratis, aunque les prediquen frailes descalzos, ni asesores del cuerpo escarnecido, de los que suelen rodearse de inmediato, en mixtura con amiguetes de toda la vida. Generalmente se dan cuenta demasiado tarde, cuando no sólo han perdido la paz imprescindible para vivir, sino el puestecito que les venía grande ab initio. Eso si no terminan por las gasolineras haciendo el canelo, correteando, como el Pepiño, el de los trajes cortados de impresión y carita de garbanzo ahíto de meconio.

¡Si te hubieras callado, Manolo, podrías haber llegado a contertulio y todo! Ahora la has cagado y bien que cagado. Ni en tu barrio te van a respetar. ¿Quién te hubiera obligado a gritar desde el balcón que eres tonto de baba? Nadie, bobo. Hubieras pasado a la Historia, al menos como persona sensata. Pues no. Ni eso. ¡Para una vez que sale tu número del bombo!

Tan solo escuchan sus tripas, sus peristaltismos digestivos y mentales que se parecen demasiado para diferenciarlos a simple vista, sus puñeteras sibilancias y acufenos, a los que se han hecho a base de no hincar los codos para nada y aturdirse con ruido, con odio africano a todo lo que se mueve y sobre todo cuando el movimiento es hacia arriba, hacia la cualificación.

Ser comunista, o socialista, e inscribirse, e incluso cotizar no produce promoción per se. Tiene que funcionar la suerte, aguantar órdenes, hacer recados, pegar carteles y bajar a por bocadillos… Es largo y molesto no tener idea de nada y pretenderlo todo, hasta la silla gestatoria, que al final en la foto, el efecto resulta como la de un tonto montado en un trillo. Todos lo saben, menos ellos que la muestran orgullosos de la altura alcanzada. Para ellos la felicidad, para los demás, para la mayoría, una tortura carísima.

Respiran por una herida a la que no ponen remedio, ni aunque les maten. Es costoso levantarse temprano a estudiar o acostarse tarde por esa causa, día tras día. Hay que reconocer que todos no valen. Tiran de frente considerando que el voto de algunos como ellos les favorezca, que sople el aire donde tienen su pequeña velita erguida, cerrando los ojos y apretando los dientes a ver si Dios quiere, o santa Rita, o san Cayetano, en lugar de esforzarse en llevar su vela adonde sopla bien, como en Tarifa y como hacen los que valen.

Y se exponen al ridículo sangrante, movidos por una ambición sin contenido ad hoc, desproporcionada, irreconocida por ellos que pierden el concepto del gris y dicen auténticas memeces, aventuran gilipolleces, dictaminan y pontifican y se retratan a título gratuito sobre el trillo, sin que nadie les obligue.

Discuten de lo que no saben, sin diferenciar lo que es de lo que ellos ven desde su baja estatura, desde su pequeño campo visual. ¿Es culpa de Franco? No, pequeño. El sistema carece de rechazapalurdos. Eso es todo. Tomen nota los advenedizos del futuro.

¡Qué pena, morena y lo caros que salen estos profetas!