Gotas sobre el mar: Persecución por la Justicia
Todos sabemos que el multiculturalismo es un fracaso, una carcoma para la sociedad occidental. Que la migración descontrolada y no cualificada es un proceso de desarrollo previsible, que acabará en estallido.
Y que ha dejado hace años de ser un argumento dialéctico en los debates parlamentarios, para acabar siendo un recurso para la demagogia política, para la hipocresía y para la más feroz hispanofobia.
Todos sabemos que las izquierdas resentidas y las derechas asimiladas se dedican a esgrimir la bandera de la solidaridad impostada y de la falsa tolerancia no por ayudar a los necesitados, sino por ayudarse a sí mismos de paso que erosionan a España.
Que en el 86 por ciento de los delitos que se cometen en España, entre ellos la llamada violencia de género, se hallan implicados emigrantes.
Y todos también sabemos que, por desgracia, el pueblo vivo, fuenteovejunesco y beligerante contra los atropellos no existe hoy, de lo contrario impediría que los atentados contra el sentido común como el que nos ocupa fueran posibles.
El caso es que, metafóricamente hablando, no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre. Porque la migración, sobre todo la islamista y la africana, es un fenómeno esencial para lograr el fin que se ha marcado la plutocracia internacional y sus sicarios de acabar con España, es decir, con la civilización de Occidente, pues los españoles –los de antes, al menos- superan a todos los pueblos en vigor de espíritu.
De ahí que, aparte de señalar a esas pateras sucesivas que invaden nuestras fronteras, debamos acusar a esta recua de redivivos Don Oppas, traidores cuya hispanofobia ha encontrado en la migración y en el antifranquismo unas idóneas coartadas para contribuir a la ruina de la patria.
Y el caso es que lo peor de las expectativas se está cumpliendo, y se ha cumplido en esta oportunidad con la arbitraria y sorprendente detención de Armando Robles, porque la idea del bien no existe en los tiranos; y si existe se halla absolutamente borrada por la abyección de su innata injusticia.
Pero no todo se ha consumado, ni mucho menos. Nos queda el valor, la honradez y el amor a España. En ellos debemos confiar y en ellos deben confiar hoy los españoles que sufren persecución por la justicia, que saben que es mejor padecer la injusticia que hacerla y que cuentan con nuestra solidaridad.
España está podrida por culpa de tantos parásitos, arrogantes y ventajistas que se multiplican ante nuestra debilidad para combatir a quienes intentan adueñarse de nuestras tierras o separarlas. Y en la putrefacción creada por estos renacidos Don Oppas, es lógico que sufra el justo que desea permanecer justo.
La razón primordial por la que el rey debe reinar y los políticos gobernar es para que se hagan cumplir las leyes de acuerdo a la razón y a la moral. Si esto no es así, si no se hace justicia y se dejan ver abusos y ataques permanentes al sentido común y a los derechos y libertades del pueblo, éste no ha menester ni de reyes ni de gobernantes.
Está visto que para esta patulea, gobernar no consiste en resolver problemas, sino en hacer callar a quienes los denuncian. Pero a quienes tienen un proyecto para el bien de España, por humilde que sea, no se les va a callar. Ni los hombres de bien han de permitirlo.
Somos nosotros, los hartos de sufrir la presencia y las decisiones de sujetos públicos indoctos, ambiciosos y malvados quienes estamos en la obligación de disolverlos y encarcelarlos.
Los pueblos no debieran dejarse gobernar por hombres insolentes ni por tontos; y menos por traidores.
Lo razonable es que intentemos cubrirnos de la mejor manera posible cuando se acerca el mal tiempo. Y el pueblo español lleva ya muchos años a merced de los elementos.
Por eso la cabildada cometida contra Armando Robles debemos volverla contra ellos y que sirva de incentivo para declarar la entera disolución de esta casta política prepotente, la abolición de sus desorbitados privilegios, la derogación de sus injustas ordenanzas y la supresión de sus juzgados venales.
Amén.
En el 2019 va a suceder algo que será el inicio del gran cambio para bien que necesita el mundo. Os doy mi palabra. Os aseguro que no es solo un deseo. Es mucho más que clarividencia. Debemos estar preparados para ponernos a trabajar en ello ayudando para que el cambio se produzca lo antes posible.
Dios le oiga.