¿Quién es el pobre y quién el rico? La vida, a veces, es un sube y baja
Quizá se deba a mi tío Victoriano Rivas Andrés, por lo que siempre miro con simpatía todo lo referente a la Compañía de Jesús. Él era jesuita y además un gran escritor y poeta. Con su influencia y el apoyo público, consiguieron mis padres que pudiera estudiar en el Colegio de la Inmaculada de Gijón. Han pasado ya más de sesenta años -mi tío murió hace tiempo- y la sociedad ha cambiado tanto que hoy se podría valorar como un triunfo el que un pobre pudiera estudiar becado en un colegio de élite. Dirían que hay institutos del Estado donde la escolarización es gratuita y que esa otra opción de la época franquista no responde a la lógica social.
Entonces, ¿por qué van a estudiar los pobres junto a los ricos? ¡Sería una mezcla peligrosa! Oiga, no se sorprenda tanto. Siempre se ha pagado un plus por vivir al lado de los poderosos y triunfadores. Bien ¿por qué no estudiar en los mejores colegios junto a sus hijos? Parece complejo, extraño, atípico… Pues ocurre, nos guste más o menos, que hubo sistemas de integración que propiciaban ya esto hace mucho tiempo. La beca que se otorgaba entonces, que yo disfruté al igual que varios de mis hermanos, era una forma de cheque escolar meritorio que había que ganarse cada curso, hincando los codos para lograr unas calificaciones notables. Hoy, según parece, cualquier joven sin ánimo de estudiar puede pasarse la vida haciendo el vago a costa del presupuesto público sin que nadie le exija gran cosa.
¿Se potencian complejos de inferioridad?
Pues no sé lo que pensarán ustedes. El espíritu alegre que predomina en la infancia no se fortalece por vestir ropa de marca o vivir en barrios lujosos, sino que se alimenta de amor e ingenuidad. En mi opinión, un colegio de élite no es ni mejor ni peor que un instituto público para hacer feliz a un niño becado, aunque a primera vista pareciera contradictorio. En el ámbito monetario uno va a estar siempre a la cola del resto de compañeros, eso es cierto, pero contribuye a relegar lo económico en la formación del joven. Para comprender esto último, tengo que explicar un caso que yo viví en el colegio jesuita: en la clase de Ingreso, el Hermano López, responsable del curso, hacía una curiosa competición recaudatoria mediante la cual se recogían fondos para Acción Social. Había un gran cuadro con bicicletas de colores asignadas a cada alumno, y su avance se lograba mediante donativos. La mía, de color azul, era siempre el farolillo rojo. Pero no imaginen que me avergonzaba; ningún efecto que recuerde, salvo lo anecdótico.
Y no es demasiado para un niño de diez años que no disponía de mucho pero necesitaba aún menos. En realidad allí me limitaba a estudiar, luego, con mi pandilla, la del barrio, disfrutaba sin sentirme atrapado con el marasmo de compromisos por reuniones de cumpleaños y fiestas de los que llamábamos “de Somió”, el barrio lujoso de Gijón. En él se asentaban casonas, chalets, e incluso algún palacio, de muchos de mis compañeros. El pobre, probablemente pensarían que era yo; aunque hubieran tenido que jurarlo muy serios los demás, para que me lo creyera.
Al despreocuparse de lo que tienen otros y centrarse en su tarea, cualquier competencia escolar: deportiva, social, espiritual o académica, ofrece las mismas líneas de salida y meta. Más aún, aunque suene extravagante, cuando el conocimiento nos acerca a la fe, la escasez de recursos libera muchos traumas. El sabio, como veremos que ocurría con Diógenes, se resiste a admitir que nadie es superior a otro por contar con más medios y es la coraza frente a la asfixia social que a veces llega con los volubles ciclos de la vida.
¿Cómo es una vida larga y feliz?
Es, sin duda, una pregunta sociológica. No todas las comunidades son iguales en cuanto a sus necesidades de subsistencia. Así pues, si entendemos que los pobres son un entorno social, para decir que se tiene o no esa condición, no basta con medir un determinado nivel de renta o situarlo en un lugar geográfico determinado; aunque ambos aspectos pueden ser excluyentes o complementarios para definirla. Decía el P. Ignacio Ellacuría, SJ., que tampoco es igual la consideración de indigencia cuando se analiza desde el lugar donde residen las clases dominantes, que al hacerlo desde el propio tercer mundo, donde moran la mayor parte de los desheredados.
Según escribo estas notas, recibo una llamada de mi buen amigo Antonio Gutiérrez. Él acaba de publicar un artículo sobre su longeva madre, Luz Muñiz Alique, la persona más vieja de León, que con 106 años y gran lucidez mental es la memoria viva y feliz de una familia llena de personajes con mucha historia, pues su padre fue el capitán Sixto Muñiz, uno de los famosos “Últimos de Filipinas”. Mi madre, dice Antonio, es una mujer de extraordinario carácter y buena conversadora que, cuando se enteró de ser la mayor de la ciudad se puso a cantar. Ella, una maestra del siglo pasado, con cultura y amor familiar pudo superar la muerte prematura de sus seres más queridos, entre ellos sus dos hijas. Sería un ejemplo vivo de que la vida plácida reside más en los sentimientos que en las posesiones.
Y también valoramos la felicidad, en comparación con la de quienes nos rodean. Es probable que la mayoría de notables de épocas anteriores, dispusieran de menos medios para atender sus necesidades que cualquier menesteroso de hoy en día. Y, con seguridad, salvo que nuestra locura nos llevara a una hecatombe, los que hoy tienen más, se sentirían infelices, en cuanto a los medios a su disposición, comparados a los de cualquier otro individuo del próximo siglo.
Resulta complejo discernir quién es feliz por lo que posee, ¿por qué unos no se sienten mal sin tener nada, y otros, que lo tienen todo, están taciturnos o depresivos? ¿Cuestión de serotonina, quizá? Yo no entiendo de psicología, pero tengo muy cerca a una de las mejores psicólogo clínica de España, y cuando se presentan así las cosas ella me suele recordar el poema de Campoamor «las dos grandezas». Describe el encuentro de Alejandro Magno, el más poderoso y rico hombre de su tiempo, con el filósofo Diógenes. El gran conquistador admiraba la sabiduría y el temple de Diógenes y venía a ofrecerle su fortuna, mientras que el sabio despreciaba el poder y la riqueza, pues vivía medio desnudo en un simple tonel. Los versos, que por economía de espacio no incorporo en su totalidad, dicen así:
Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están:
-Yo soy Alejandro el rey.
-Y yo Diógenes el can.
-Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? -Yo, nada;
que no me quites el sol.
…/…
-Mantos reales gastarás.
De oro y seda. -¡Nada, nada!
¿No ves que me abriga más
esta capa remendada?
-Ricos manjares devoro.
-Yo con pan duro me allano.
-Bebo el Chipre en copas de oro.
-Yo bebo el agua en la mano.
…/…
Y al partir, con mutuo agravio.
Uno altivo, otro implacable,
– ¡Miserable! dice el sabio;
Y el rey dice: -¡Miserable!
¿Cuál de los dos era más miserable? Sólo la inquietud cultural y el amor nos acerca a los valores espirituales que otorgan la felicidad; aunque sea humano satisfacer los instintos primarios y poner todo nuestro afán en ello. Y es que –así es la vida- sólo valoramos lo que no tenemos.
Excelente. Un camino, excelentemente narrado, para recordar que la felicidad no consiste en nada fuera de nosotros mismos y que alcanzarla o no, no depende de tradiciones, creencias, sino de la voluntad de ser feliz por encima de los límites que impone una razón ebria de sí misma.
Menú decía mi abuela que el pobre no tiene va misa, aunque sea muy feliz.
Me parece un enfoque estupendo el que usted hace
Perdón quise decir que el hombre feliz no tiene camisa porque es el pobre. Como ese hombre sabio
Pues sí. El imperio de Alejandro fue efímero y el discurso de Diógenes aún perdura
Me gustó su historia pero hay que ser muy fuerte para ver así las cosas
Yo creo q es una muy buen sistema x ir x la vida
“Con su influencia y el apoyo público”. Enchufismo, puro y duro. Y no creo que un niño estuviese muy feliz en un colegio donde los compañeros lo excluían de sus actividades y sus amigos tenían que ser de otro lado. Y la salida y la meta no es igual para unos y para otros. Cuanto tu papa te puede pagar profesores privados, cuando tu papa te puede pagar una universidad privada cuando las notas no dan, cuando tu papa te puede subir las notas a base de dinero. El camino entre la salida y la meta no es el mismo.… Leer más »
Me parece que eres el pobre aunque tengas dinero.