¿Educación? ¡Es la excelencia, estúpidos!
Decía Esopo que “la mejor enseñanza es el ejemplo” y eso requiere Educación, con mayúscula, ya que resulta difícil dar buen ejemplo sin una educación adecuada y no me refiero sólo a la académica.
Desde mi punto de vista, es en este capítulo de la Educación donde hay que buscar una de las causas, si no la principal, del deterioro social, político e incluso económico que se ha producido en España en los últimos más de treinta y cinco años, si no desde antes, ya que la reforma de Villar Palasí -LGE de 1970-, abonaba el terreno, aunque ojalá se hubiera quedado ahí la decadencia. Tal vez la LOECE de la UCD en 1980, recurrida por el PSOE de Felipe González, hubiera sido un buen revulsivo, pero la sentencia del Tribunal Constitucional dándole la razón al que venía de ser “Isidoro” y su no revisión posterior, cortada quizás por el golpe del 23 de Febrero de 1981, llevaron a que nunca entrara en vigor y se quedó ahí.
Como consecuencia de la distribución autonómica que se llevó a cabo en España -sin demasiado sentido o, al menos, muy mal explicada- y la posterior transferencia de competencias en materia educativa, entre otras que nunca debieron cederse, se ha ido propiciando, paralelamente, una pérdida de valores.
Se hizo endémica en la sociedad una de las cuestiones que caracterizaron las reformas “educativas” de casi cuatro décadas, puestas en vigor por los diferentes gobiernos del Partido Socialista, ya que el Partido Popular está casi inédito en esto y no lo cortó cuando pudo. Desde 1982, principalmente, tras las primeras elecciones que gana el PSOE, poco a poco, se fue desincentivando y, como consecuencia, eliminando, el esfuerzo, desde la LODE de 1985 hasta su culminación con la LOGSE en 1990 y el posterior remate de la LOE de Rodríguez Zapatero y su Educación para la Ciudadanía, el objetivo de los sucesivos planes de estudio, ha sido -y se ha casi institucionalizado- que el niño apruebe, no que el niño sepa, en una absurda batalla por el triunfo de los derechos sin la contrapartida del esfuerzo que los justifiquen y ameriten. Se eliminaron los signos que pudieran establecer diferencias -por otra parte, presentes de manera constante en todos los órdenes de la vida- en un intento absurdo y equivocado de igualar lo que la propia Naturaleza y la vida distingue: trato de “usted” fuera, de inmediato -hoy casi abolido-; todos ‘colegas’; tarimas de las aulas a la hoguera; etc., etc. Había que desterrar una serie de signos que marcaban distancia y eliminarlos del sistema en ese “todos iguales” que se quería imponer por la izquierda dominante en el sector y, poco a poco ya, en buena parte de la sociedad. Los propios profesores no han sido ajenos a esta involución y han facilitado la situación actual. “No me llames D. José, llámame Pepe”; descuido en el aspecto físico -si no de la higiene a veces- y de las formas; etc., son, entre otras causas, protagonistas de este deterioro que nos ha llevado por una pendiente de muy difícil marcha atrás. Y ahí se empieza a perder el norte.
Se ha ido a igualar por abajo, en lugar de subir el listón y premiar el esfuerzo y, ni los gobiernos socialistas que lo implantaron -hay que atacar a las bases, aborregar al personal para manipularlo más fácilmente, que es un punto fundamental en todo ideario de izquierdas que se precie, vistiéndolo de una falsa progresía- ni los del PP cuando han tenido su oportunidad, con la mayoría absoluta del año 2000 o la última de 2011, han querido, o han sabido, por razones diferentes, pero con el mismo mal resultado, afrontar de raíz ese problema. Ya vimos en qué quedó la última reforma de José Ignacio Wert, conocida como LOMCE, sustitutiva de la LOCE que nunca se llegó a aplicar por la falta de decisión de José Mª Aznar -una más-, que la dejó “preparada” para la que iba a ser tercera legislatura consecutiva del Partido Popular y que el atentado del 11 M y la llegada del nefasto Rodríguez Zapatero, por Atocha, abortaron sin estrenar. Después, tras la mayoría absoluta de Mariano Rajoy en 2011, esta ley se modificó, añadiendo la M -Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, casi nada- que desde el principio nació desvirtuada y, desde luego, tardía y nunca bien aplicada. Le costó el puesto al ministro, aunque no fue sólo eso lo que lo llevó a París tras su Secretaria de Estado, pero tras varias modificaciones se aplicó a medias y sin rigor alguno. Y ahora, el gobierno ya casi saliente del Dr. Sánchez Plagio se despide mientras convoca las próximas elecciones generales de Abril con una reforma que, gracias a Dios, no podrá completar el trámite parlamentario y se quedará en proyecto si conseguimos echar a este grupo de políticos ineptos que extendieron más de ocho meses su penoso periplo. Otra razón para pensar en el voto útil que, en mi opinión, sólo está en el PP, como ya explicaré en su día.
Paralelamente a esa degradación educativa, y muy al principio, se desmanteló la magnífica Formación Profesional -también he escrito al respecto- que se impartía en España hasta entonces a través de las Universidades Laborales y Escuelas de Aprendices de muchas grandes empresas. Pero eso olía al recién extinguido Régimen “franquista” y había que erradicarlo cuanto antes, no fuera contagioso, aunque no se tuviera preparada una alternativa mejor y contrastada. En su lugar empezaron a tomar forma otras dos grandes ‘escuelas de aprendices’ como son las NN. GG. y las JJ. SS. de los dos grandes partidos, semillero de lo que ha dado lugar a la casta política, ‘profesional’ y acomodada, de un sistema endogámico, pervertido y perverso. Esas sí sobrarían en nuestro sistema de partidos.
Se empezó una carrera de velocidad que se tradujo en la creación de un número desorbitado e irracional de Universidades, primando para ello más, que ninguna Comunidad Autónoma, capital de provincia o ciudad importante dejara de tener su propia Universidad, que la propia calidad de la Enseñanza Superior. Se produjo lo que llamé desde los ochenta “INCONTINENCIA UNIVERSITARIA”, que afectó a todos los gobiernos autonómicos, sin freno alguno por parte del Gobierno Central, en su afán descentralizador derivado de aquel “café para todos” que como triste herencia nos dejó el recordado Prof. Clavero Arévalo, a la sazón Ministro de AA. PP. con Adolfo Suárez.
Recuerdo, cuando yo era universitario allá por 1967-72, que las Universidades o, mejor dicho, los Distritos Universitarios de entonces, eran 12, y no todos funcionaban bien ni tenían el mismo nivel de calidad de enseñanza en las distintas disciplinas -recordemos el dicho de “meíco en Cai y abogao en Graná, total ná” (que nadie se moleste, que “de todo hay, en la viña del señor”)-. Se empezó por entonces a crear algunos Colegios Universitarios en los que se podían hacer los tres primeros cursos y se continuaba la formación en la Facultad de cabecera. Después, y simplificando mucho el asunto, se pasó a que estos estudios de tres cursos constituyeran un grado medio, el de Diplomatura, facilitando así, en muchos casos, la consecución de un título a los que el estudio no les llamaba demasiado u otras circunstancias les condicionaban.
El problema, en mi opinión, es que el derecho incuestionable a que todo el mundo tenga la oportunidad de recibir una formación universitaria no se ha enfocado bien. Derecho incuestionable, sin duda, pero dejando patente que, si bien todo el mundo puede aspirar a una educación universitaria, habría que añadir siempre que su capacidad y esfuerzo lo merezca.
Es obvio que el mayor coste que tenían -y tienen- que afrontar las familias, en general, cuando de formación universitaria pública se trataba, era el correspondiente a los gastos de alojamiento y manutención que se originaban cuando el centro universitario quedaba lejos del domicilio familiar, pero eso no debió arreglarse creando Universidades y Centros adscritos a discreción sino mejorando el sistema de becas existente y estableciendo las ayudas necesarias, siempre desde la primacía del esfuerzo, el mérito y los resultados para obtenerlas y facilitando que nadie, exclusivamente por problemas económicos, tuviera difícil o imposible el acceso a la Universidad. Este sistema de becas justas -no bajando hasta 5 la media para obtenerlas, desde el necesario 7 anterior- hubiera sido con absoluta seguridad infinitamente menos gravoso para el Sistema Educativo público que la creación indiscriminada de Universidades que, aparte del desorbitado coste, generó un descenso inmediato del nivel de formación (fundamentalmente porque no había profesores con la suficiente preparación y experiencia para dotarlas, que se reclutaron de urgencia y, en su mayor parte, entre los más próximos al PSOE) y, por añadidura, una gran cantidad de universitarios frustrados al no poder acceder al puesto de trabajo que, teóricamente, su título exigiría y que el mercado no podía ni puede ofrecer.
La consecuencia es que venimos recibiendo en la sociedad a esas generaciones que, cuando empezó la transición, tenían pocos años -o no habían nacido- y que han crecido en esa corriente de “igualdad” mal entendida y poco esfuerzo. Igualdad en los derechos, claro, pero sin recibir el mensaje de que todo derecho debe llevar aparejada la obligación y la responsabilidad. Algo que es especialmente sensible en política, a la que llegan desde esas “escuelas de formación” antes citadas -a veces a puestos de responsabilidad-, personas muchas veces sin formación alguna y, lo que es peor, sin más experiencia que el “arte de trepar” aprendido en esas inútiles estructuras “juveniles” paralelas.
Se ha tratado, en fin, de una malísima aplicación del derecho a la “Igualdad de Oportunidades”, que se ha traducido en una política de “igualitarismo” por abajo y no de igualdad real tras la valoración de los méritos del individuo, insisto. Un igualitarismo, sobre todo, “para los nuestros”, para los que piensan como el gobierno socialista de turno quiere -en menor cuantía tampoco está exento el PP y ahora los nuevos partidos- sin ninguna crítica molesta. Unos y otros, los dos grandes partidos en definitiva, por acción o por omisión, son culpables del desastre educativo en España y los nuevos, herederos de los programas educativos de la izquierda, ya que los -mejor dicho, el- de la derecha están por ver.
Termino afirmando que, en un mundo competitivo como el que vivimos, sólo una buena formación debería cualificar para destacar y hacer frente a esa competencia imperante, y por eso me vino a la memoria la frase del título de mi artículo, en línea con aquella que le dio la victoria a Bill Clinton frente a George Bush padre. “¡Es la Economía, Imbécil!”, dijo entonces el que luego, con su comportamiento bajo la mesa del despacho oval, no acreditó, precisamente, una muy pulida educación. Así, en este caso, digo: “Es la Excelencia, Estúpidos”, pero eso cuesta trabajo y no es cosa de trabajar a estas alturas.
El articulista hace un repaso casi exhaustivo de lo que es la historia de los planes de estudios de la actual enseñanza o educación. Uno de los peores ejemplos que han dado los distintos gobiernos es que no fueron capaces de llegar a un acuerdo con el fin de hacer un plan educativo duradero, si no que cada uno ha hecho el suyo que luego sería derogado por el siguiente. Otro fallo, y este superlativo, fue ceder la competencia en educación a las distintas Autonomías, las cuales hacen un uso partidista de la historia. Otro ya apuntado por el autor,… Leer más »
Muchas gracias por su comentario, don José.
Celebro contar siempre con sus aportaciones, muchas veces coincidentes, lo que anima a pensar que no está uno desencaminado del todo.
Feliz tarde, aunque no nos dio la alegría el “Varça”, con “V” de VAR.
Un abrazo,
Excelente articulo, la educación en España es un desproposito total, no hay un plan minimamente estructurado y ningún estudiante ha podido concluir su ciclo bajo un mismo plan de enseñanza. El Psoe y el PP siempre se han preocupado más de sus adoctrinamientos personales que de crear un plan de estudios a largo plazo que estuviese blindado a los vaivenes políticos para que gobernase uno u otro no sufirera modificaciones. El resultado es una educación que produce cada vez estidiantes más borricos.
Muchas gracias por el comentario, Sr. Castañón.
Una triste realidad, de difícil solución si no se toma el toro por los cuernos y se recupera esa competencia por el Estado, de una vez y se hace un programa troncal común para toda España desde la base del rigor y la exigencia.