España se juega su ser
Esta noche finaliza la que, posiblemente, ha resultado la más atípica de todas las campañas electorales.
Acostumbrados a dos elementos, luego a cuatro, ahora nos hemos acomodado a la idea de cuatro más uno: cuatro en el sistema y uno con un pie dentro y otro fuera. Los cuatro de dentro han utilizado medios más o menos convencionales, han sido invitados a debates, han creado lemas y cartelería, y el uno restante no ha sido invitado al festín televisivo, no ha entrado en la rueda convencional de banderolas en las avenidas, han basado su estrategia en colocar y descolocar mediante mensajes fuerza y han utilizado las redes sociales con particular eficacia. La quinta fuerza en discordia ha demostrado, no obstante a ser la última y a ser utilizada como la figura del demonio perverso, ser capaz de abarrotar pueblos y ciudades donde se anuncian sus actos y dejar cientos de personas en la calle cuando se encierran en un pabellón repleto de seguidores entusiasmados. Ha sido, indudablemente, la sorpresa ya anunciada hace unos meses en Andalucía, donde a duras penas iba a conseguir representación parlamentaria y donde, como sabemos, obtuvo 12 escaños y el 11% de los votos.
Mucha gente está loca por votar a Vox. Los estudiosos de la sociología política seguramente sabrán explicar el fenómeno, pero quienes apenas alcanzamos a evidenciar obviedades solo podemos constatar que los seguidores del partido de Abascal no tienen demasiada vocación de ocultos ni muestran recato a explicitar su voluntad entusiasta de hacer
de sus siglas la revolución de esta convocatoria. De su éxito se desprenderán varias cosas: si cumplen las expectativas de estar en lo alto de la horquilla –o sobrepasarlo– habrán sangrado tanto al PP que habrán descolocado el grupo del centro derecha al que supuestamente deberían apoyar como el hermano pobre, y si esos datos sobrepasan, o simplemente alcanzan, las previsiones más optimistas, demostrarán que el voto cabreado es mucho mayor de lo que sospechamos.
Cuando Podemos irrumpió en las elecciones anteriores, la explicación más sencilla se adjudicó a los sufrimientos de la población como consecuencia de la pavorosa crisis de 2008, utilizando, claramente, luces cortas para hacer ese análisis.
Seguramente había algo más, como ahora hay algo más con Vox. Sin embargo hay un dato que desconozco y que nadie maneja: ¿cuánta gente de la que va entre curiosa y encantada a un mítin de Vox a la hora de la verdad votará al PP? Y añado: tanta presencia, masiva incluso, en los actos de la quinta formación, les vote en su totalidad o no, ¿movilizará al electorado socialista que, alarmado, vea venir un aluvión de lo que llaman la ultraderecha?
Cuando se piensa en equiparar intencionadamente el caso andaluz con el general, no se repara seriamente en la movilización electoral. En Andalucía, muchos socialistas se quedaron en casa a cuentas del asunto catalán, y los números salieron para la coalición de centro derecha. De tal manera que si hoy se repitieran las elecciones difícilmente se daría el mismo resultado. En esta ocasión se movilizará el voto liberal conservador pero, también, y de forma notable, el izquierdista, y la percepción de este humilde articulista es que ese segundo es el bloque que cuenta con menos dispersión de voto y que, por lo tanto, puede obtener la victoria en escaños. Esa euforia de la derecha más intensa puede no ser una buena noticia para el bloque del centro derecha. Lo es para sus seguidores y para algunos observadores que se relamen ante los hechos singulares, pero no pocos integrantes de ese sector ideológico-electoral manifiestan apesadumbrados que otorgar un voto de más a Vox es facilitarle el camino a Pedro Sánchez al poder durante cuatro años.
Hay muchos nervios. Mucha inquietud. Mucha intranquilidad. A derecha e izquierda. No en vano, España se juega su ser.