Carta a un sacerdote
José Francisco Serrano Oceja.- El Papa Francisco, con motivo del 160 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, te ha escrito el domingo pasado una sentida carta de agradecimiento por ese servicio que prestas «sin darte importancia». En las últimas semanas hablamos de dos cuestiones que te preocupan. La primera, el incremento de insultos y desprecios que recibes últimamente. Hace unos días, un señor de mediana edad, al darse cuenta de tu alzacuellos, se volvió y te llamó «pederasta».
También me comentas que percibes un escaso reconocimiento de tu ministerio cotidiano. Confiesas con estupor que el modelo hoy en boga, incluso para determinadas jerarquías, es el de los sacerdotes que se dedican a las causas sociales adecuadamente aplaudidas por determinados sectores sociales. Sacerdotes que aparecen con un megáfono en todas las reivindicaciones habidas y por haber, que se caracterizan por declaraciones llamativas y no precisamente sobre la gracia, el pecado, los sacramentos, la religiosidad popular, la escucha incansable del sufrimiento ajeno. Sacerdotes que solo abren la iglesia por las tardes y los fines de semana, que no parecen dedicar tiempo a la catequesis de niños o al confesionario. Confiesas que nadie sabe lo que tú haces por lo pobres que te rodean y que seguirán sin saberlo. Quizá, me dices, todo esto tenga que ver con la vuelta de interpretaciones del sacerdocio alternativas a cuanto la Iglesia ha ido comprendiendo a lo largo de su historia. Propuestas como el sacerdocio «ad tempus», el acceso al sacerdocio de la mujer y la abolición del celibato.
Querido amigo sacerdote. No te preocupes. No tengas miedo. Recuerda lo que san Juan Pablo II dijo en su catequesis sobre el sacerdocio del 31 de marzo de 1993: «La ontología profunda de la consagración del orden y el dinamismo de santificación que comporta el ministerio excluyen, ciertamente, toda interpretación secularizante del ministerio presbiteral, como si el presbítero se hubiera de dedicar simplemente a la instauración de la justicia o a la difusión del amor en el mundo».
Ah, y gracias por estar siempre ahí y ser así, sacerdote de alma y cuerpo entero.