Antes de iniciar mi comentario, me manifiesto como católico practicante. Me cuesta mucho entender y aún más aceptar que el Papa Francisco nos hable con detalle de su problema en un ascensor estropeado y en cambio no diga nada de este sacerdote quemado vivo. Ese estruendoso silencio se suma a las ruidosas manifestaciones de los obispos en Cataluña a favor del Prusés. Entre unos y otros están haciendo el caldo gordo a los musulmanes que quieren acabar con todos los católicos. Pretenden condenarnos aejercer nuestra Fe de boca para adentro y aceptar la negación de Dios sin pensar en que cuando la humanidad ya no tenga a Dios, esto será realmente un infierno de ladrones, aprovechados y asesinos.
Nos estamos poniendo muy exquisitos con el Papa Francisco, que casualmente está en Mozambique estos días. El papa Francisco ha tratado más que nadie conciliar en África cuyos problemas son muy complejos, como lo hizo Benedicto y Juan Pablo II a los que nunca desde el catolicismo oficial se le ha criticado una sola coma. Del problema catalán, cierto que ha habido un silencio y sólo ha dicho que el Vaticano no reconoce la independencia de territorios en Estados ya consolidados.
Antes de iniciar mi comentario, me manifiesto como católico practicante. Me cuesta mucho entender y aún más aceptar que el Papa Francisco nos hable con detalle de su problema en un ascensor estropeado y en cambio no diga nada de este sacerdote quemado vivo. Ese estruendoso silencio se suma a las ruidosas manifestaciones de los obispos en Cataluña a favor del Prusés. Entre unos y otros están haciendo el caldo gordo a los musulmanes que quieren acabar con todos los católicos. Pretenden condenarnos aejercer nuestra Fe de boca para adentro y aceptar la negación de Dios sin pensar en que cuando la humanidad ya no tenga a Dios, esto será realmente un infierno de ladrones, aprovechados y asesinos.
Nos estamos poniendo muy exquisitos con el Papa Francisco, que casualmente está en Mozambique estos días. El papa Francisco ha tratado más que nadie conciliar en África cuyos problemas son muy complejos, como lo hizo Benedicto y Juan Pablo II a los que nunca desde el catolicismo oficial se le ha criticado una sola coma. Del problema catalán, cierto que ha habido un silencio y sólo ha dicho que el Vaticano no reconoce la independencia de territorios en Estados ya consolidados.