Ortega Smith, las Trece Rosas y aquellos milicianos…
Alberto González Fernández de Valderrama .- La izquierda se ha lanzado con uñas y dientes contra Ortega Smith a raíz de sus declaraciones despectivas sobre las milicianas conocidas como las “Trece Rosas” que el Gobierno de Franco ejecutara al finalizar la guerra civil, como represalia por los asesinatos del comandante Gabaldón, su hija y su chófer, cometidos en julio de 1939 y probablemente como aviso a navegantes comunistas: “Cuando matéis a uno de los míos lo pagareis con muchos de los vuestros”.
Franco acababa de ganar una guerra contra el comunismo y la anarquía que había sumido a España en el desastre, que había robado su oro y saqueado su patrimonio; que había practicado una política de aniquilación -a las órdenes directas de Stalin- contra la Iglesia Católica, sus miembros, sus fieles y sus templos. Pero el Partido Comunista no se daba por vencido y quería reorganizarse; seguía en España moviendo a sus peones para tratar de darle la vuelta a la historia y seguir asesinando, torturando, violando e incendiando como en sus mejores tiempos. Porque hay que reconocer –antes de que la ley de Memoria Histórica nos obligue a todos a mentir- que esas cuatro actividades mencionadas las practicaban muy a gusto esos revolucionarios durante la guerra e incluso antes. Tal vez Ortega no estuvo muy acertado en lo que dijo textualmente sobre aquellas mujeres desgraciadas; pero sí estuvo acertado en lo que quiso decir, que es esto: “Con independencia de lo que realmente hicieran esas milicianas, pertenecían a las Juventudes Socialistas Unificadas, organización que había sido culpable de los crímenes más viles y espantosos que se hayan cometido jamás en España”.
Y es que esta organización tenía entre sus variadas misiones la de nutrir de carne fresca a los mataderos que funcionaban en las checas. Aquellos jovencitos socialistas, que no viajaban con una guitarra al hombro sino con un fusil cargado de balas, marchaban a bordo de camionetas y recorrían ciudades y pueblos para mantener el orden republicano, que consistía en aplicar el terror dejando hogares despoblados y calles ensangrentadas. Por poner un ejemplo: una monjita caminaba por una acera disfrazada de laica; de pronto alguien la reconocía como religiosa de alguna congregación, llamaba a un furgón de milicianos que pasaba por allí, la acusaba a voces de ser quien realmente era, y los milicianos daban gusto al denunciante pegándole un tiro a bocajarro a la pobre mujer, delante de todo el mundo y dejando tirado el cadáver en la calle para que se lo comieran los perros. Luego subían otra vez al camión y se ponían a entonar alguna alegre cancioncilla con la satisfacción del deber cumplido. Esta escena, que debió ser muy común en toda España, la contempló en Madrid el padre de un conocido mío.
Pero yo quiero contar una anécdota que ilustra mejor que ninguna otra que haya oído el “buen hacer” de estos milicianos. Y la escuché de mi propio tío, que fue su protagonista. Quien haya oído algo parecido que pueda imputar al otro bando le rogaría que me lo contara. ¿Es posible que alguien fuera condenado a muerte durante la guerra por el mero hecho de ser guapo?… ¡Pues sí!. Es sorprendente hasta el delirio; pero es exactamente lo que le pasó a mi tío. Me lo contó hace más de cuarenta años, pero no podría olvidarlo; y me gustaría dejar constancia de ello por si alguien algún día quisiera elaborar un catálogo de crímenes disparatados y pensara incluir un apartado para los que resultaron fallidos, que es exactamente la historia que voy a contar:
Mi tío había sido nada más y nada menos que un extraordinario futbolista del Real Madrid de los años veinte. Abreviando su apellido se hacía llamar Manuel Valderrama. Ahí está su ficha para quien quiera comprobarlo. Era un hombre muy vitalista que amenizaba las reuniones familiares cantando tangos y rememorando su vida pasada, de la que sentía muy orgulloso porque la suerte le había acompañado siempre de un modo asombroso; únicamente parecía haberle abandonado cuando una rotura de menisco truncó su fulgurante carrera y lo bajó de ese pedestal al que muy pocos deportistas consiguen subirse. A partir de entonces su suerte declinó, pero solo en el terreno deportivo, porque a quien nace con estrella, como era su caso, ésta nunca le abandona. ¿Y qué le pasó a mi tío?
Verán… Antes de entrar de lleno en la historia es preciso contarles que mi tío había estado en Hollywood a finales de los años veinte o principios de los treinta, en aquellos tiempos en los que los americanos se dedicaban de lleno a filmar películas en español para el público de origen latino y contrataban para ello a actores y actrices como José Mojica, Dolores del Río, Antonio Moreno y otros, con los que había llegado a mantener alguna amistad. También había conocido a Laurel y Hardy, a Chaplin, a Douglas Fairbanks…
Su álbum fotográfico daba buena cuenta de ello. Y como él era un hombre muy apuesto (había sido incluso modelo en un anuncio de chaquetas) recibió una jugosa oferta para interpretar un papel de galán en una película. Pero mi tío se debió cansar de aquella vida, echaba de menos a su familia y se volvió a España. También es preciso recordar que por aquellos años veinte el futbol no era un fenómeno de masas, los futbolistas apenas ganaban dinero y no existía la televisión, por lo que solo eran conocidos por los aficionados a este deporte. Además, durante la guerra civil, acabada ya su carrera futbolística, su imagen había dejado de salir en la prensa deportiva y podía pasar desapercibido por la calle sin que nadie lo reconociera.
Y aquí viene la historia que les quiero contar: En algún año que no puedo precisar de la guerra civil caminaba tranquilamente por el Paseo del Prado en dirección a su casa cuando un furgón de milicianos se detuvo a su lado y lo hicieron subir a bordo. Él pensaba que se trataba de una redada indiscriminada rutinaria, que lo llevarían a una comisaría para identificarlo y que al ver que no había nada contra él lo soltarían sin más, ya que era absolutamente apolítico y carecía por completo de enemigos. Nadie lo había reconocido y él tampoco había dicho nada al respecto. Se limitó a subir al furgón lamentando llegar tarde a comer a su casa. Su única culpa era ser un hombre apolíneo y eso no era motivo para ser condenado; acaso podía ser sospechoso de no pasar hambre o de ir correctamente vestido, pero… ¿tener buena pinta era delito?… No. Él estaba seguro de que sería puesto inmediatamente en libertad. Pero…
Pero ocurrió que le hicieron salir del furgón, lo llevaron directamente hasta el patio de un convento y lo pusieron firme frente a una tapia, haciendo fila entre varios frailes que aguardaban su ejecución inminente. Al cabo de un rato el pelotón preparó sus armas y se dispuso a fusilar a todos esos infelices. Él se encontraba petrificado por el terror. Pero…
Pero antes de fusilarlos, como debía ser de rigor, el jefe de la checa pasó revista a los condenados, ya que sus subordinados eran tan brutos que podrían haber detenido a su propio padre por ir bien peinado y no era cosa de dejarlos actuar a sus anchas. Y así, pasó delante de mi tío mirándolo de refilón sin percatarse de quien era. Pero…
Pero de pronto retrocedió sobre sus pasos y mirándolo fijamente le dijo: “Oye…¿tú no eres Valderrama, el futbolista?”. Mi tío inmediatamente se presentó y el chequista, muy aficionado al fútbol, lo sacó de allí y lo acompañó a su casa en su propio coche. Llegó a tiempo de comer. Pero…
Pero no pudo comer nada, aunque salvó su vida. Y así pude yo conocerlo, escucharle cantar tangos y oír de su propia boca esta historia tan alucinante. La historia de un hombre condenado a muerte solo por ser guapo.
Hay que ver el concepto detan de esta gentuza
Barcelona, 27 de julio de 1936. Cinco monjas dominicas del convento de la Calle Trafalgar de Barcelona, refugiadas en un piso y vestidas de seglar, son detenidas por milicianas de la FAI después de ser descubiertas por dirigirise una de ellas a la más mayor como madre. Son conducidas por diversos comités revolucionarios conminándolas a abjurar de su fe a lo que ellas se niegan. Ante la determinación de las religiosas se les comunica que serán devueltas a su convento. Pero son conducidas hasta Vallvidrera, un lugar en la montaña de las afueras de Barcelona. Allí, en un lugar aislado… Leer más »
Así de barata era la vida en el bando republicano y así de azarosa era la “instrucción” sin causa de este ganado lanar chequista. A mi abuelo lo detuvieron, y a punto estuvieron de fusilarlo, por tener una radio y una máquina de escribir.
Sólo tienes que ver los expedientes judiciales de la Fiscalía Militar del Tribunal Supremo respecto de los condenados frentepopulistas finalizada la guerra, para comprobar el grado de sadismo y delirio de la canalla roja en zona republicana.
http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/2600914
Si no hace una película del terror comunista no será porque no sea cierta, si no porque el horror resulta tan desmedido, que resulta difícil de creer que fuera tal como cuentan los testigos y supervivientes. Ahora esto de que quieren fusilar a uno por ser guapo sale en una película y no se lo cree nadie, y es que la realidad supera a la ficción.
condenado a muerte por ser guapo, y ojito me lo contó mi tio, asi que es verdad de la buena.
Que se mueran los feos
ASESINAS/OS profesionales fueron las/os CHEQUISTAS ROJAS COMUNISTAS. Lo peor de lo peor .Franco se porto DEMASIADO bien con ellos en la postguera ,enseguida llegaron los indultos . Yo hubiera tenido menos PIEDAD ..
gracias a Dios, tú no dirigías
De aquella bondad del Caudillo para con el enemigo satánico hoy recogemos sus frutos. Si se hubiera exterminado de raíz el mal hoy no estaríamos de vuelta a los años 30.