Lo que va de ayer a hoy
Analizando lo acontecido en el otoño del 2017 y en el del 2019 en Cataluña, llaman la atención importantes diferencias en la forma de actuar de unos y otros.
En primer lugar, la de los Mozos de Escuadra. Entonces, con una llamativa inanición y pasividad. Ahora, con fuerza y determinación enfrentándose a los manifestantes alborotadores.
Asimismo, el acoso que sufrieron los Guardia Civiles y Policías Nacionales desplazados en sus acuartelamientos, no se han producido en ésta ocasión. No se les ha molestado. Incluso, casi, no han llegado ni a intervenir.
También llama la atención que no haya habido presión, como hubo entonces, sobre los Comercios para que cerraran aunque fuera por la fuerza. Ello supone mucho de presión ambiental, no cabe duda. Ahora no lo han hecho.
La reacción del Presidente del Gobierno también ha sido distinta. Rajoy propuso, de inmediato, la aplicación del 155. Sánchez, no. Ni siquiera lo ve conveniente. Ni aplicar ninguna otra medida, recuperación de las competencias penitenciarias incluida.
El Jefe del Estado tardó 48 horas, entonces, en salir a la palestra. Ahora, “ni está ni se le espera”; en frase muy del gusto de la Casa de la Zarzuela.
Y el círculo de variantes se cierra con Puigdemont. En el 2017 se da a la fuga. Ahora solicita el regreso, pago de haberes como Diputado incluidos. Volver a toda costa, aunque sea como detenido.
Todo éste cúmulo de variables me lleva a pensar que algo hay detrás de todo ello. Algo hablado, algo pactado. Seguro que Sánchez y Torra tuvieron ocasión de tratarlo en su reunión de diciembre en Pedralbes : la que se avecinaba tras la Sentencia y el plan a seguir.
De momento se está cumpliendo al pie de la letra. Y luego, qué?
Pues parece claro. Ambos han dicho públicamente lo mismo: “hay que dialogar”.
Esa será la auténtica ejecución de la Sentencia. Hablar (y tratar) de un referéndum de autodeterminación. La cuestión es cómo hacerlo. Pero haberlo, lo habrá.
No me cabe ninguna duda.
Yo me voy más lejos que del 2017. Lo que va de ayer a hoy son aquellos principios ya perdidos, aquel compromiso inquebrantable con España ahora olvidado, aquel valor heroico para defender por honor los ideales cuyo abandono era la eterna deshonra. Y todo ello por ese relativismo moral que hace ya demasiado tiempo nos quita la confianza en nosotros mismos por el descarte de lo que hasta ahora había sido nuestra norma de conducta, y nos entrega a ese pensamiento único que no nos deja la libertad de pensar y nos convierte en puros peleles del sistema.