El separatismo incendia mi ciudad
En 1945 Amadeu Hurtado pronunció una conferencia en Perpignan. El tsunami de 1936 a 1939, que en Cataluña ya comenzó en el 34, había arrasado con las instituciones de autogobierno catalanas y empujado a sus gobernantes al exilio.
El abogado y fundador de La Publicitat y Mirador compendia los errores del nacionalismo que acabó desbordado: primero por el separatista Estat Català, luego por los pistoleros de la FAI, el comunismo estalinista y rematado por la victoria franquista. Hurtado, que creyó en el encaje estatutario de Cataluña en la República Española, planteaba si después de la catástrofe, había que revisar el catalanismo que sirvió de trampolín a la revolución. Y no se hacía muchas ilusiones sobre la categoría política de sus compatriotas, que veía como una masa protestataria y adolescente: «Por razones históricas que todos conocemos demasiado, Cataluña en el aspecto político no ha podido salir todavía del estadio de la multitud». Y como la multitud se dopa con emocionalidad, «no hay nada que pueda desvelar tanto esta emoción como la esperanza de una mejora que requiere, por encima de todo, una protesta».
Alejada de esa realidad que es incapaz de valorar críticamente, la multitud cultivaba «un sentimiento de adoración del pasado, que ya no molesta y es como un sagrario de todas las virtudes nacionales, y, también, se puede excitar una pasión por el futuro, que tiene todo el encanto de una ilusión, pero es extremadamente difícil conseguir la estimación del presente, que no tiene, por la razón de ser presente, ningún interés emotivo».
Vocación militarista
El nacionalismo radical catalán nació en 1919 con germen violento. El coronel Macià reorganiza la Federació Nacionalista Catalana: Daniel Cardona y Miquel Pagés constituyen la partida de la porra. El independentismo es coetáneo del bolchevismo, fascismo y el IRA. Como apuntan los historiadores Ucelay-Da Cal, González Vilalta y Núñez Seixas en «El catalanismo ante el fascismo 1919-2018» (Editorial Gregal), «existe una estrecha relación de paralelismo entre el surgimiento del nacionalismo radical, republicano y separatista catalán y el movimiento mussoliniano».
En 1922 Macià funda Estat Català. La vocación militarista culmina en el atentado del Garraf de 1925: un «escamot» -adaptación catalana de las escuadras fascistas- puso una bomba, que no llegó a estallar, en la vía por donde iba a pasar el tren de Primo de Rivera y Alfonso XIII. Miquel Badia y Jaume Compte optaron por el terrorismo con Bandera Negra, una «secreta hermandad catalana» que nació en un piso de la calle Bertrallans, camuflada bajo el grupo excursionista La Serra del Cadí.
La facción radical de Acció Catalana se unió a la Societat d’Estudis Militars (SEM), que luego Josep Maria Batista i Roca reconvirtió en la ORMICA (Organización Militar Catalana). El complot del Garraf fracasó, el fichero del SEM fue descubierto y cayó el grupo separatista. El recurso militarista resurgió en la invasión de Prats de Molló de 1926 y no cesó durante la República. Los Badia, Dencàs, Companys, Batista i Roca, la Guardia Cívica, la asociación Palestra o Cardona y Nosaltres Sols rubrican la tradición violenta del independentismo.
En 1933 los «escamots» de las JEREC (Juventudes de Esquerra Republicana-Estat Català), precursores uniformados de los actuales CDR, desfilan con actitud arrogante entre la plaza España y la avenida María Cristina. En aquellos «escamots» de camisa verde oliva, el liberal Hurtado ve «el núcleo principal del futuro nazismo».
En vísperas del golpe de octubre del 34, Badia y Dencàs se iban de excursión a probar revólveres. Así lo explica el entonces consejero Puig i Ferrater: «A pegar tiros a los troncos de los árboles, o a los palos de las carreteras que tomaban como blanco y así se ejercitaban para un golpe de fuerza tan vago, ilusorio, y hasta grotesco como el 6 de octubre. Y llegaban a las parodias, a las simulaciones, como aquel supuesto atentado contra el coche de Dencàs que ellos mismos perforaron a tiros». El fiasco de Companys, explica el profesor Eduardo González Calleja, «clausura la etapa de tentaciones paramilitares y derrotas insurreccionales abierta diez años atrás».
Oligarquía y adolescentes
La conjugación entre un pasado mitificado y el futuro de la infalible República Catalana moviliza hoy a una oligarquía política que vive de emocionar a una masa adolescente: jubilados con buenas pensiones, frívola burguesía acomodada, funcionarios a dedo y jóvenes en busca de una utopía indolora.
Después del tsunami del 39, Hurtado pedía a los jóvenes y a los viejos de la autodeterminación «que procuren hacer un esfuerzo para salir de los carriles demasiado usados de la tradición política catalana, y en lugar de prepararse para nuevas protestas interminables, se decidan a aprender la manera de conducir el gobierno de los pueblos».
Hoy se hace todo lo contrario. El nacionalismo, que ha degenerado en separatismo antisistema, desprecia el arte de lo posible y exige lo imposible. Pretende que España renuncie a su unidad territorial y que se aplique el «derecho de autodeterminación» que Naciones Unidas contempló para la descolonización. Al No Govern de Torra los asuntos cotidianos le producen alergia: por su ignorancia -nunca hubo políticos peor preparados-; gregarismo -no conocen otra cosa que la vida de partido y la obediencia debida-. Gestionar el día a día resulta aburrido, excitar la épica del odio a España se les antoja más emocionante.
La semana del odio, tras la sentencia del Supremo a los sediciosos, revela la degeneración moral del independentismo. Y la define el propio Torra, después de que las masas del autodenominado Tsunami Democràtic bloqueara el aeropuerto del Prat: «Muchas gracias a todos los que os habéis movilizado esta tarde contra la injusticia de la condena a los presos políticos. Todos juntos hemos hecho sentir nuestra voz con firmeza y más determinación que nunca». La «firmeza y determinación» es el vandalismo que prendió centenares de hogueras, linchó policías y calcinó coches. Cabe preguntarse, señora Colau, si los millones de euros en desperfectos los va a abonar el President cómplice, ANC, Òmnium y el Tsunami Delincuente.
Esas noches, cuando el No Govern aseguraba que los violentos eran infiltrados en el independentismo «cívico y pacífico», comenzó la destrucción de la Barcelona abierta. Una Barcelona que soporta la huelga política de un sindicato jaleado por el No Govern. Una Barcelona que degrada una sociedad civil adulterada por el nacionalismo: clubs que no respetan a todos sus socios -Barça, RACC-, cómicos subvencionados, bomberos con ideas de bombero, asociaciones fantasmas, estudiantes haraganes, docentes indecentes, futbolistas millonarios, colegios profesionales secuestrados…
El activista Torra odia Barcelona. El separatismo incendia mi ciudad. Sobre el asfalto quemado planta su estandarte la siniestra República Catalana.
Excelente artículo.