De la biosfera y los vuelos y cruceros masificados
La resolútica –a la que se remite la fundación DEYNA, decana en España para la sostenibilidad, desde 1992- a aplicar a la problemática que nos asola, la constituyen prescripciones -sugeridas por miles de personas e instituciones- que se acordaron en Río´92, en la Cumbre de la Tierra, promovida por su secretario general, el inolvidable y desaparecido canadiense Maurice Strong y muy concretamente en el Programa 21 emanado de ella, y que principalmente es la participación directa del pueblo soberano a nivel municipal, pero que se hurtó por los políticos representativos, considerando que les restaba poder y en cuya necesidad ineludible de reemprenderla de verdad, Federico Mayor se ha manifestado siempre tan a favor, así como de la aplicación de la subsidiariedad –la práctica jesuítica para la resolución de los problemas al nivel más bajo y cercano en estas materias, evitando burocracia y alcanzando mayor eficacia- que hemos añadido, en el mismo marco, y en busca de lo imprescindible.
Todo esto lo decimos alto y claramente ya en la conmemoración del 50º aniversario del Club de Roma, creado en 1968, al que siguió en 1972 el primer informe, el de los Meadows, Los límites al crecimiento, un best seller que era una llamada de atención a lo que suponía esa evolución de magnitudes, proporciones y progresiones amenazadoras e inasumibles por una población civilizada, que se supone inteligente.
La biosfera del planeta es breve, muy limitada y delicada, y esto debe entenderse por todos sus habitantes en número creciente. Este fue el primer toque de atención, al que han seguido otros y otros en el camino ecológico que se trazó. ¡Qué duda cabe!
Se han hecho cosas, muchas cosas, pero hay que continuar en el empeño dada su importancia, transcendencia e imposible retroactividad de los efectos.
Constituye la Tierra, nuestro hogar, un prodigio o milagro en el Cosmos infinito. Su frágil y sutil biosfera y el mecanismo de precisión providencial e inteligente que supone la mecánica celeste, en la que se desenvuelve y hace posible no solo la vida, sino tantos y tantos factores coincidentes y favorecedores para ella y desde milenios.
Estamos flotando en el espacio, en la Vía Láctea, una más de los millones de galaxias que forman el universo, y que está –esta Vía Láctea- integrada por más de 200.000.000.000 de estrellas que es aproximadamente el número de neuronas que se aventura forman nuestro cerebro. Háganse idea. Mareante.
Como factor importante de la Problemática del planeta Tierra, destaca la evolución de la población, que desde 1927 –por poner un dato y un momento de arranque- en el que sumaba 2.000.000.000 de habitantes, en 90 años, hemos pasado a ser 7.500.000.000 en 2018 (un 275% más, añadido, que nos lleva a ser un 375% de aquellos dos mil millones) cantidad que por ahora se incrementa cada año en 70.000.000 de nuevos habitantes netos, que son más que la población de Francia. Cada año, insisto.
Esta progresión ha sido y sigue siendo aún superexponencial, y recursos, como el agua, son los mismos, si bien la dulce –un 3% del total- depende de la climatología y esto es muy importante, porque puede variar. No hablemos de otros recursos vitales.
Esto nos lleva a otro factor de la problemática, la alimentación, la pobreza y el hambre, cuestión de producción y distribución en justicia, responsabilidad y armonía que hay que vigilar y fomentar hasta los límites del sistema, manteniendo el equilibrio y sin forzar la presión o huella ecológica, tarea realmente difícil.
La biodiversidad vegetal y animal es la que nos alimenta junto con el agua (que también es coalimento como repite el maestro Vian). Debemos preservarla interesadamente. Toda la vida se produce en la biosfera, sobre un soporte geológico planetario, tanto la acuática como la atmosférica, y que cuantifico para hacerlas gráficas y recordables.
Ambas biosferas –la acuática y la aérea- juntas, la primera con una profundidad de 4 kilómetros medios y una superficie del 71% de la del planeta y la segunda un espesor de 3 km y la superficie total (100% del planeta) tienen cabida en un cubo de 1.560 km de lado o arista (que supone algo más de la distancia lineal de Paris a Budapest, para que se hagan una idea) en un planeta de 6.300 km de radio, 12.700 de diámetro y 40.000 de perímetro ecuatorial, y como hago con el agua utilizo siempre kilómetros (lineales, cuadrados y cúbicos) sin mezclar otras medidas ponderales para que se puedan asumir, comparar y recordar.
Cada año llueve sobre el planeta (mar y tierra) un total de 468.700 –casi medio millón- de km3, lo que supone 20 veces el contenido de agua del enorme lago Baikal que son 23.000 km3, y que es la mayor reserva de agua dulce.
La atmósfera total y el agua que cubre ese 71% –la biosfera total- con los movimientos de la Tierra (que son unos cuantos aparte de la rotación y la traslación), movimientos de la luna y otros complejos factores como las diferencias de temperaturas, atmosféricas y acuáticas, etc. determinan el clima. Algo tan imprevisible y tan vinculado a la fragilidad del sistema, por lo que llamamos la atención de su gestión y de la posible y muy probable responsabilidad antropogénica en los cambios de temperatura por emisiones de gases con efecto greenhouse.
Llama la atención la enorme importancia que en ello representan los 40.000.000 (cuarenta millones) de vuelos anuales -110.000 diarios- que se fomentan y a menor precio cada día, contaminando a la peor altura con avigas y queroseno y las emisiones de la marina mercante, tanto como los prescindibles cruceros masificados –quemando bunker y gasoil en cantidad de 250 toneladas diarias, los 365 días del año, porque no pueden parar- igualmente fomentados y obviados totalmente en el Paris 2015, sin duda por la enorme repercusión económica que podría suponer.
No tiene otra explicación. Cada uno repito, consume 250 toneladas de combustible diarios, cada día del año, no pueden parar. ¿Se arregla eso con patinetes? ¿Estamos tontos?
Ante todo esto y en respuesta al reciente ¡Come on! informe al Club de Roma de sus copresidentes y otros colaboradores, un refrito, publicado el pasado 2018, que insta a una acción inmediata ante la duda que les suscitan las buenas intenciones de la ONU, sus nauseabundos brindis al sol y los objetivos 2030, que como otros (los del Milenio), hemos visto fracasar, contra el hambre, la mortalidad infantil, la educación, la salubridad, etc., junto a otras acciones sugeridas que tienen todo el aspecto de justificativas de costes y de huida hacia adelante, proponemos insistir seriamente en la participación directa, real y efectiva, de los ciudadanos, del pueblo soberano en cada municipio del planeta, que es sensato y prudente y la única estrategia que puede tener éxito. La Europa, el mundo que venga tras esta pandemia debe ser el de los municipios, que son porciones de biosfera controlables por los vecinos, que las conocen y les interesa, y hacer realidad el principio de susbsidiariedad, relegando la burocracia centralista, costosa y tributaria del “tarde, mal y nunca”, que nos asola.
Prescrita esta participación presencial y permanente por el Programa 21, lo hace en forma de continua acción municipal sobre la porción de biosfera confiada a la custodia de unas personas que la habitan (Agenda 21 Local), que la conocen como nadie y que al final son los que pagan los platos rotos, y las consecuencias del cambio climático. Son los que sufren el hambre y los desastres en forma de huracanes, sequías, inundaciones etc. y tienen, esos sí que lo tienen, el derecho a decidir su futuro y el de los suyos.
No es cuestión de pareceres de políticos, sino una decisión vital del pueblo en su soberanía tan traída y llevada. El pueblo soberano del que emanan la soberanía y los dineros que administran unos descabellados políticos de baja calidad.
Esta acción funciona (y eso lo sabemos en DEYNA, porque lo experimentamos y nos valió una medalla de oro en Hannover, amén de la sanción y elogio del secretario general de Río,92 Maurice Strong) y se frustró a su tiempo por interferir en esta participación el ICLEI, menospreciando la humilde aportación del conocimiento rural, como si se tratase de cuestiones científicas de excelencia fuera de su alcance, en un ejercicio de estúpida soberbia y añadiendo arbitrariamente, como requisito sine qua non y de partida, el requisito de unas auditorías técnicas inventadas, caras y al fin cuestión de política, de poder y ocasión de hacer caja, desconfiando de las buenas gentes que de otra cosa no sabrán, pero que de su municipio y su medio saben más que nadie.
Recordemos el proverbio castellano de que ”Más sabe el tonto en su casa que el listo en la ajena”. No nos cabe duda, porque nos referimos al saber empírico de lo local y cotidiano.
Esa era la filosofía y sigue siéndolo y creemos honradamente que hay que volver a los municipios y a que los ciudadanos libres, el pueblo soberano, los habitantes de cada porción de biosfera que es un municipio, sepan lo que se juegan, lo asuman y puedan optar si desean cambiar cierta forma de vida por la supervivencia, si les merece la pena que se viaje en avión sin tasa o no, y a cambio no sufrir paro, pero sí sequía y hambre, o una inundación que les arrase…
Lo creemos hasta el punto de que, si no se traslada esta opción a los pueblos, los que opten por ellos suplantándoles y tan solo se acojan a encuestas y slogans, asumen una responsabilidad que no les corresponde y son culpables de lo que suceda, aunque nos conste por anticipado la habitual impunidad en estos hechos.
Esta es la única manera de alcanzar una masa crítica para la metanoia, el profundo cambio de mentalidad que se requiere ante la situación de las magnitudes, de las proporciones y de las progresiones observables y todo ello en el marco del cumplimiento riguroso de los derechos humanos sin burlarlos con argucias.
Urge pues la convocatoria de un arrebato planetario serio y decisivo a la participación directa de verdad, que ponga coto a esta deriva, como lo fue la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río y que muy bien podría venir de la mano del Club de Roma, porque ya no es tanto cuestión de límites al crecimiento, sino de límites para la simple vida y supervivencia de la humanidad.
Seguro que no hay culpables, insisto, cuando no nos quede, o mejor no les quede, sino rezar.
ALGUIEN DIJO:
“DIOS PERDONA SIEMPRE, LOS HOMBRES A VECES, PERO LA NATURALEZA NUNCA”.
Sólo el que ve la Naturaleza como Obra de Dios es capaz de comprender su significado, respetarla y por lo tanto darle las gracias ante la contemplación de tal maravilla..
Nadie como los sublimes místicos españoles ha cantado la Creación con esas excelsas palabras que la reconocen como algo sagrado reconciliándonos con la tierra con su sabiduría.
Muy interesante. Será necesario un nuevo sistema político, en el que cada persona pueda decidir sobre cada asunto, de forma directa y continua. Las herramientas están. Que se consiga con esta pandemia dependerá de su alcance. Si no, habrá que esperar a la siguiente. Mientras, la Madre Naturaleza se encarga de mantener el equilibrio con sus propios medios.
Un saludo.