Pedro y Pablo sin brújula, sin rumbo, sin mapa, sin idea de nada… así conducen a España hacia el abismo
Un día, Pablo y Pedro, Pedro y Pablo, tanto monta, monta tanto; deciden por enésima vez saltarse la cuarentena, a la que todos los españoles están obligados desde que decretaron el “estado de alarma”. Pues, como bien se sabe, en el Reino de Igual-da que, ellos han instaurado desde que nos malgobiernan, hay españoles que son “más iguales que otros”.
Total que, ni cortos ni perezosos, deciden montarse en el avión del ejército del aire español, conocido como “el Falcon”, al que el Doctor Cum Fraude le ha acabado cogiendo gusto, y ponen rumbo a Lisboa. Al parecer, según fuentes bien informadas, su intención era emular la narración que Giovanni Boccaccio hace en “El Decamerón” que, para los que no lo sepan, se desarrolla en un momento en el que la ciudad de Florencia sufrió una terrible peste bubónica, en 1348, lo cual empuja a que un grupo de siete jóvenes mujeres y tres hombres que, huyen de la plaga se refugien en una villa en las afueras de Nápoles. Para pasar el tiempo, cada miembro del grupo cuenta una historia por cada una de las diez noches que ellos pasan en la villa,…
Una vez llegados a Lisboa se dirigen al puerto, y embarcan nada menos que en el yate Azor (aquel que usaba el General Franco, y al que también le acabó cogiendo gusto algún que otro presidente socialista).
Embarcan en el yate, izan las velas, levan anclas y se hace a la mar.
Transcurridas unas millas, cuando menos lo esperan, se desata una enorme tormenta de vientos huracanados, intensa lluvia y remolinos, tan furiosa y oscura, tan terrible y feroz, que el yate es levantado y vuela por los aires, siendo llevado mar adentro.
De repente, Pedro y Pablo se dan cuenta de que han perdido el control del barco y que el yate se está alejando inquietantemente de la costa; como ambos ha sido tan osados de emprender una aventura, sin apenas conocimientos de navegación (actitud arrogante muy propia de gente, como ellos, víctimas de las leyes educativas progresistas), ni siquiera saben cómo manejar el instrumental que posee, desconocen por completo hacia dónde puede acabar llevándolos la terrible tempestad y menos todavía, qué demonios puede acabar sucediendo.
Temen por su vida, y se sujetan ambos, aterrados, al palo mayor del mástil.
Cuando la tormenta empieza a calmarse, a pesar de que el cielo no se despeja, se dan cuenta de que, después de mirar para todos los lados, lo único que ven es agua. La costa ha desaparecido. Reconocen que están perdidos porque la tormenta los ha dejado a la deriva.
El barco está sano, la vela está entera, el motor del barco funciona, pero, ni Pedro ni Pablo tienen la más remota idea de a dónde los ha llevado la tormenta. No se extrañarán si les digo que, llevados, como suele pasarles, por su exceso de confianza, no se les ocurrió salir del puerto de Lisboa con algún artilugio “GPS”, o con alguna radio con la que comunicarse en caso de tener algún contratiempo; y para recochineo sus móviles se han quedado sin señal de telefonía…
Entonces, quizá impulsados por la falsa fe que a veces nos mueve en momentos desesperados, Pedro y Pablo (ellos que siempre han jurado y perjurado que no creen en Dios) se hincan de rodillas y empiezan a rezar. No rezan porque sean creyentes, sino por desesperación. Ambos acaban haciendo memoria y recordando algunas oraciones que aprendieron cuando hicieron la catequesis y se prepararon para recibir la primera comunión… y se encomiendan al Altísimo… y al cabo de un rato, una vez acabados sus rezos, los dos al unísono acaban gritando: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Estoy perdido! ¡Dios mío, ayúdame, no sé dónde estoy!”.
Y de repente, el cielo se abre y un rayo de sol desciende sobre el yate Azor, y se escucha una voz que dice: “¿Qué sucede?”. Pedro y Pablo no salen de su asombro, están frente a un milagro, no se lo pueden creer, pero aquello les está pasando precisamente a ellos. Sea o no cierto, e incluso, aunque pueda ser interpretado como una alucinación, lo que están viendo es un milagro.
Entonces, ambos al mismo tiempo, afligidos y llorosos contestan: “Estamos perdidos. La tormenta nos ha llevado mar adentro. Y… ahora no sabemos dónde estamos”.
Entonces la voz les dice: “Estáis a 20 grados de longitud norte y 40 grados de latitud oeste”. “¡Gracias, Dios mío!”, contestan Pedro y Pablo acongojados.
El cielo se cierra. Los dos inexpertos marineros miran para todos lados y…. exclaman de nuevo: “¡Seguimos estando perdidos! ¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos!”.
Y se vuelve a abrir el cielo: “¿Qué ocurre ahora?”. “Acabamos de darnos cuenta de que, para no estar perdidos, no nos sirve de nada saber dónde estamos. Lo que necesitamos saber es a dónde ir”. Entonces la voz responde: “A Lisboa”. “No, no, no, pero es que yo no sabemos dónde está el lugar al que tenemos que dirigirnos”….
Y… la voz les indica: “Lisboa está a 38°43′ latitud norte y 9°8′ longitud oeste”.
“No, no. Dios mío, seguimos estando perdidos”, continúan lamentándose Pedro y Pablo.
La voz celestial que, ya empieza a estar un poco harta, cargándose de paciencia, pregunta de nuevo: “¿Qué pasa?”.
“Para dejar de estar perdido, lo que necesitamos es saber es el camino que va desde donde estamos hasta Lisboa”, responde Pablo que, es el que aún conserva cierta lucidez.
“¡Uf!”, resopla la voz. Entonces sucede un milagro más en este cuento. Cae sobre el yate Azor un pergamino enrollado con una cinta color morado. Pablo Iglesias lo extiende y comprueba que contiene en su interior un mapa. Arriba y la izquierda hay una lucecita roja que se enciende y se apaga, y dice: “Ustedes están aquí”. Abajo a la derecha hay un punto marrón que dice: “Lisboa”. Y entre ambos lugares se puede ver un camino marcado de verde fosforescente… Pedro y Pablo agradecen el milagro, levantan el ancla, extienden la vela, colocan el mapa delante del timón, encienden el motor para arrancar, miran para todos lados, consultan el mapa y nuevamente se ponen a gritar: “¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos! ¡Estamos perdidos!”.
Y, el cielo se vuelve a abrir… y Dios les envía una brújula.
Pedro y Pablo se acaban callando y dejan de repetir ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!, pues su arrogancia no les permite reconocer que aún están a ciegas, ya que son tan analfabetos que no saben orientar un plano, haciendo uso de una brújula. Aunque uno sepa dónde está y pretenda saber dónde va, aun cuando sepa cuál es el camino que va desde donde está hasta donde va, si no conoce la dirección y no sabe el “hacia dónde”, sigue estando perdido irremediablemente. Saber cuál es tu meta no te libra de estar perdido. Hace falta saber el rumbo para no estarlo.
Así que, Pedro y Pablo deciden ponerse a navegar, sin rumbo… y por casualidad acaban llegando, nada menos que a Cuba. Al paraíso socialista al que ambos tanto admiran.
Allí son recibidos con todos los honores imaginables. Y en su estancia en la isla acaban descubriendo que el Ministerio de Salud Pública de Cuba ha decidido utilizar un producto homeopático para “mejorar las defensas” de “colectivos” y zonas en riesgo por la expansión del nuevo coronavirus,…
El producto en cuestión es PrevengHo-Vir, de fabricación cubana, ha explicado en rueda de prensa el director de Epidemiología del Ministerio, Francisco Durán, quien ha asegurado que ya se recurrió a este mismo sistema durante anteriores brotes de cólera.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido de que no hay ningún medicamento específico recomendado para combatir el coronavirus, al margen de los que se puedan tomar para combatir algún síntoma concreto, como por ejemplo la fiebre. Tampoco se ha creado aún ninguna vacuna eficaz para prevenir el contagio.
A pesar de todo, dado que la principal preocupación de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es la de tapar sus vergüenzas, como sea, y su principal objetivo cuando se saltaron la cuarentena y salieron de excursión, era prepararse los discursos con los que comparecer en los enésimos mítines con los que entretienen a los españoles un día sí, y el otro también, con el apoyo entusiasta de sus “televisiones amigas”; ambos decidieron sin dilación, ordenar que el avión Falcon del ejército del aire fuera lo más rápidamente posible a rescatarlos y traerlos de vuelta a casa.
Se espera que dentro de unas horas, ambos “náufragos” comparezcan y cuenten al pueblo español las buenas nuevas que nos traen de su excursión al otro lado del océano.
Decididos están, firmemente, de imitar a las autoridades cubanas en su lucha contra el coronavirus, y a aplicar en España las enseñanzas recibidas en el “paraíso socialista”.
Así que: ¡Que Dios nos coja confesados!
Francisco Durán, director del Instituto Cubano de Epidiemología, es seguro que es la reencarnación de Trofim Denísovich Lysenko, ingeniero agrónomo soviético, que en los años treinta del siglo pasado dirigió una campaña de “ciencia agrícola”, conocida como lysenkoismo, que explícitamente estaba en contra de la agricultura genética y duró hasta mediados de los años 1960 en la Unión Soviética, y acabó teniendo una gran influencia en los países del Pacto de Varsovia y China y otros países comunistas, con resultados catastróficos… Firmemente apoyado por Stalin, llegaron a ser tales su capacidad de influencia y su poder que, Lysenko que logró la expulsión, el encarcelamiento e incluso la muerte de todo aquel científico que le hiciera frente.
En 1964 el físico Andréi Sájarov se expresó contra Lysenko en la Asamblea General de la Academia de las Ciencias de la Unión Soviética en los siguientes términos: «Es responsable del vergonzoso atraso de la Biología y de la Genética soviéticas en particular, por la difusión de visiones pseudocientíficas, por el aventurismo, por la degradación del aprendizaje y por la difamación, despido, arresto y aún la muerte de muchos científicos genuinos»