Carta del hijo de una víctima: “No pudimos despedirte, no pudimos verte en tu lecho de muerte”
Diego Zambrano.- El pasado 20 de mayo dábamos por fin sepultura a los restos de mi amado padre, de 77 años. Sus restos habían quedado en depósito hasta entonces en el tanatorio, cerrado por el estado de alarma. Nuestro papá ha fallecido, sin tener patologías previas salvo una artritis reumatoide, el sábado 18 de abril, desafortunadamente el día del cumpleaños de mi madre.
El día anterior le habían concedido el alta hospitalaria, tras once días de ingreso, cinco días sin fiebre y saturación de oxígeno al 99 por ciento. Aun dió positivo el miércoles 15 en la prueba PCR, y la desilusión de su ánimo era patente en es momento, porque no le daban el alta. “Papá, no te preocupes, quieren asegurarse que estás mejor y finalizar el tratamiento”, le decíamos los hermanos en nuestra videoconferencia diaria. “Papá, serás el mejor regalo para mamá para su cumple”…
La felicidad del viernes se transformó en shock para todos el sábado. Esa noche se había acostado pronto, desorientado. Y mi pobre madre le descubrió frio, en la misma postura en la que lo había arropado de madrugada. A pesar de tener la misma enfermedad les habían recomendado un cierto aislamiento y ella dormía en la habitación contigua.
Mi madre había acudido al hospital junto a mi padre el 7 de abril, pero allí solo ingresaron a mi padre, ya que su fiebre alta y estado clínico en general así lo aconsejan. Mi madre no tenía síntomas merecedores de ello. Se quedó en casa, sola como tantos mayores en estos tiempos, con tos, febrícula continua, debilidad y, sobre todo, esperanza.
A pesar de haber compartido la enfermedad en el confinamiento, mi madre presentaba síntomas leves y no fue sometida a la prueba del Covid-19 hasta después de la muerte de mi padre. En un acto de humanidad que todos los hermanos agradecemos (los cuatro vivimos fuera de Córdoba, y no se puede visitar a enfermos de coronavirus) fue ingresada en una clínica hasta su recuperación total, dos semanas más tarde. El equipo médico que trató a mi padre quedó, como no podía ser de otra forma, consternado.
El cumpleaños de mi madre será un acontecimiento que ella ya nunca celebrará mientras viva. El amor que tenía a su esposo y el vacío que le deja la ausencia del padre de sus cuatro hijos y de su compañero de profesión (ambos maestros) y de vida, se lo va a impedir.
¡Cómo te echo de menos, papá! No estábamos preparados, tú tampoco. Creo que no te diste cuenta. No pudimos despedirte, no pudimos verte en tu lecho de muerte. Te incineraron al día siguiente y no pudimos ir.
No pudimos decirte que eras maravillosamente imperfecto. No pudimos decirte que habías hecho tu trabajo como padre, como esposo, como vecino de escalera, como hermano, como maestro. No pudimos decirte que mamá tiene tanto coraje como tristeza por tu marcha. Estás viendo la luz, lo sé, lo sabemos. Danos un poquito de ti para seguir el camino correcto. Solo puedo decirte que me gustaría ser como tú. Te quiero, papá.
* Diego Zambrano Mayer vive en Ciudad Real.