La moral de reality show en tiempos de pandemia
Por Agustín Laje.- La pandemia trajo consigo, en muchas latitudes, la política del encierro: encierro que aísla, con el objeto de evitar el contacto humano a partir del cual la peste se multiplica a una velocidad inusitada.
La política del encierro, cuando se aplica sobre una población idiota, es transformada por esta última en reality show. Que no se me entienda mal: etimológicamente hablando, idiota proviene del idios griego, que refiere precisamente a aquella persona ensimismada, desprovista de acceso a los lugares comunes de los demás, privada, en definitiva, de la realidad. ¿Y qué es un reality show sino un conjunto de idiotas encerrados, es decir, de un conjunto de personas privadas del acceso común a la realidad?
Recuerdo que cuando algún participante del programa Gran Hermano salía por fin de la casa, después de varios meses de encierro, lo primero que el conductor hacía era ponerlo al tanto de la realidad; es decir, de todo lo que había pasado y estaba pasando mientras el sujeto en cuestión había estado sumergido en semejante proceso de, literalmente hablando, idiotización. Devolverlo a la realidad era una forma de quitarle lo idiota. ¿Pero cómo se le quita lo idiota no a un individuo, sino a una sociedad acostumbrada a vivir al margen de la realidad?
La política del encierro dio lugar al más imponente reality show de todos los tiempos: los habitantes del Gran Hermano no son ya unos pocos a los que muchos miran hacer sus idioteces, sino que ahora son muchos en ambos sentidos: muchos los vistos, muchos los espectadores.
Por fin el reality show se ha democratizado, y debemos en tal sentido agradecer a la pandemia: las elitistas selecciones en las que un jurado especializado, y muy riguroso por cierto, consagraba de entre decenas de miles de inscriptos apenas una veintena de idiotas que procuraban ser famosos encerrándose en una casa, ya no existen más. Ya nadie nos selecciona: nosotros nos seleccionamos.
La puerta de nuestra casa durante la pandemia debe estar cerrada, pero la puerta de la casa de Gran Hermano está permanentemente abierta, para quien quiera ingresar a ella y mostrarle al mundo qué bien que hace sus ejercicios gimnásticos desde el hogar; para lanzar algún “challenge” a través del cual conmover a los espectadores con fotos de la infancia, o sorprendernos pateando un rollo de papel higiénico, o bien lamiendo el borde de un inodoro, como hizo recientemente un imbécil de por ahí para recibir más “me gusta”. Pero sobre todo, el reality show nos permite, tal vez por primera y única vez en nuestras vidas, sentirnos autoridades morales: “quédate en tu casa, estúpido”.
Se siente bien. En un mundo donde la libertad fue desligada de la responsabilidad, sacar a relucir nuestro eventual cumplimiento de esta última proporciona sentimientos morales que muchas personas jamás han experimentado antes (porque jamás experimentaron el significado de la responsabilidad, en primer lugar). “Quédate en tu casa, te dije”. Se siente estupendo descubrir un imperativo categórico que, no obstante, es vivido lúdicamente, como reality show.
Y es que, en rigor, lo que se siente bien no es el acatamiento de una ley moral en sí misma, el “deber por el deber” kantiano, sino el input espectacular que la teatralización que ese cumplimiento ofrece: el deber de quedarse en el hogar es transformado en estrategia de reality show. No nos complace cumplir con el deber, sino mostrar que cumplimos con el deber. Porque en la casa de Gran Hermano, aquello que las cámaras no captan, sencillamente no existe. No hay realidad inmediata en el reality show; como en la “sociedad del espectáculo” de Guy Debord, toda realidad es mediada, y, por eso mismo, parece no existir moral sin espectáculo en el reality de la pandemia. Pero si algo aniquila el espectáculo, eso es precisamente lo moral.
Estas ideas me preocupan. La idiotez me preocupa. Porque, como ya dije, idiota es aquel que vive al margen de la realidad. Y la política de encierro sobre una sociedad idiota se transforma en recreo lúdico. No digo que no haya que divertirse; más bien, digo que la forma y el alcance de la diversión, en este caso, es sintomático de que la gente no tiene los pies en el suelo respecto de lo que está pasando. Escucho gente hablar de los cisnes que por fin pueden nadar en los canales de Venecia; escucho gente hablar de qué bien le está yendo a la flora y la fauna ahora que, hace una semana, los humanos nos encerramos: ¡hurra por los delfines!; escucho a gente hablar de que el “verdadero virus es el capitalismo”, cuando precisamente la fulminante crisis económica que vendrá será a causa del detenimiento abrupto de la inversión capitalista, de la producción capitalista, y del intercambio capitalista. Todos estos son ejemplos de cuán distanciada está la gente de la realidad.
Idiotez es estar sumergido en tu reality show, sin tener la más pálida idea de lo que está pasando. Hay gente que realmente cree que 15 días de encierro espectacular devolverán las cosas tal como estaban. La verdad es que los gobiernos no tienen la menor idea de qué hacer en esta circunstancia inédita. Desde el punto de vista epidemiológico, es una buena idea el aislamiento. Ahora bien, es una medida que, extendida en el tiempo, se vuelve tan o más mortal que la propia enfermedad. No pasa, por tanto, de ser un recurso de cortísimo plazo. Así, mientras los adictos al reality show dan sus lecciones morales espectaculares, al tiempo que hacen “jueguitos” con papel higiénico o muestran su ingenio para el ejercicio físico casero, no pierden oportunidad de prescribir: “quédate en tu casa, estúpido”. Como si todas las personas estuvieran una situación en la que la prioridad más urgente consiste en encontrar aquel “filtro” que mejor defina o re-defina la belleza del rostro.
Hay gente que si no trabaja, sencillamente no come. Quince días encerrados, para una inmensa cantidad de personas, más que una política de salud es una política de hambre e inanición. ¿Y qué tal un mes, dos meses, tres meses de encierro? Política de muerte. Así de simple. Por eso, el encierro total no puede ser más que una política de cortísimo plazo, porque su contrapartida se llama guerra civil.
Mientras tanto, el reality show continúa. La idiotización se extiende. La realidad, sin embargo, pegará muy duro en la sociedad del Gran Hermano.
Cuando comenzaron todas esas políticas de manipulación llamdos “realities Show” en la TV, sencillamente la “caja tonta” murió para mi. Vale que las “teleseries” norteamericanas eran una porquería, las españolas, más de lo mismo, los programas concurso y de variedades…Como bien decía el desaparecido Narciso Ibáñez Serrador, “sólo pretendemos entretener”…Pero es que ahora, lo que se pretende con estos programas nauseabundos, es MANIPULAR…Y así está la población, infantilizada, estupidizada, imbecilizada…Y más. Que pena llegar a esto…
la ingeniería social que durante décadas se le ha aplicado a España especialmente desde el régimen nefasto del 78 en adelante ha logrado sus frutos el siglo pasado una nación respetada temida valorada la octava potencia del mundo ahora se ha convertido en un putiferio lleno en un estercolero inmundo dónde se juntan lo peor de lo peor tanto en la política como en el gobierno como en la sociedad España tiene un cáncer y ya no se puede curar con un bisturí es necesario cortarlo de tajo con una espada Tizona como la del Cid está nación salvo que… Leer más »
Dios te oiga y nos mande al caudillo (no líder) carismático que guie a los españoles huérfanos a recuperar nuestra patria de la dominación de los marxistas culturales, los cubanos, venezolanos, iraníes y las hordas de inmigrantes tercermundistas, lo peor de cada casa
Haciendo un resumen del articulo que es muy bueno, estamos sumergidos en
la sociedad mas idiotizada-adoctrinada-lobotomizada de toda la historia humana, 60 años de Marxismo Cultural Narigon estan rindiendo sus frutos espectacularmente..
http://imgfz.com/i/5neLTP4.jpeg
Destruyen la economia, no porque no sepan, porque quieren destruirla.
El tipo de la foto no solo parece idiota: LO ES.
Me ha recordado lo que dice Paul Washer, que la mayoría de los jóvenes han pasado miles de horas mirando la tele o con los videojuegos, mientras que cero o casi en lectura de la Biblia. Por fuerza esto tiene que tener consecuencias desastrosas.
EXCELENTE ARTÍCULO, que expone magistralmente la labor de IDIOTIZACIÓN COLECTIVA en la que está empeñado el actual DESGOBIERNO, mientras ellos hacen lo que les da la gana:
EN OTRAS PALABRAS, LAS NORMAS SON PARA LOS DEMÁS, NO PARA ELLOS, QUE ESTÁN POR ENCIMA DEL BIEN Y DEL MAL…
LAS NORMAS, son para los pobres.