Un enemigo poderoso intenta destruir a los Estados Unidos desde dentro
Por Guillermo Rodríguez González.- Aunque existan hoy poderosas potencia de segundo orden con activas agendas de política internacional –y ejes entre el crimen organizado, narcotráfico, terrorismo e ideología marxista– que justifican teorizar sobre la complejidad de un mundo en el que el poder disperso es muy diferente al que conocimos durante la guerra fría, existen únicamente dos estados nacionales con economías capaces de soportar la proyección global de superpotencias, los Estados Unidos de América y la República Popular China.
Eso implica dos hechos innegables:
Todas las agendas de potencias de segundo orden y de los ejes de agitación y terror internacionales están limitadas al marco de influencia que les deja el enfrentamiento de las superpotencias.
Ante una superpotencia fundada en principios republicanos de propiedad privada, Estado de Derecho, democracia política y economía de mercado, hay otra fundada en ell más feroz y criminal totalitarismo de la historia.
China no ha renunciado al totalitarismo. Su adopción de una economía –controlada por una élite privilegiada leal al totalitarismo– con suficiente apertura a las soluciones capitalistas se limita a lo indispensable para evitar el estancamiento, atraso, debilidad económica y tecnológica que aceleraron el colapso soviético. Lo que implementa e intenta expandir mediante su influencia económica y política la China de Xi es el más acabado modelo totalitario que el mundo ha conocido. Lo único que pueden proyectar los Estados Unidos –por encima del realismo político– son sus propios valores, los de la democracia republicana y el capitalismo liberal. Esos, y no otros, son los dos polos de poder con los que de una u otra forma se alinearan las fuerzas en juego en una política internacional mucho más compleja que la del pasado inmediato.
El enemigo interno
Las turbas que incendian, linchan, saquean y destruyen –en muchos casos impunemente– hoy a lo largo de los Estados Unidos bajo la excusa hipócrita de un “antirracismo” que es parte del sostenido esfuerzo racista solapado del mal llamado progresismo americano no son otra cosa que una voluntaria y autosostenida quinta columna al servicio de una compleja, dúctil y contradictoria serie de agendas internacionales profundamente antiestadounidenses –a fuerza antioccidentales y filo totalitarias– cuya base de poder –y fuente de impunidad– es la hegemonía cultural que alcanzó la intelectualidad neomarxista en Occidente tras el colapso del imperio soviético. Es mucho lo que lograron en una generación. Han transformado las mejores universidades de los Estados Unidos en centros de adoctrinamiento sobre los que imponen la censura y persecución del pensamiento libre. Algo similar han logrado en el grueso de la gran prensa, la industria del entretenimiento y avanzan aceleradamente sobre la industria tecnológica para imponer su policía política del pensamiento en las redes sociales.
Por momentos son risibles. Gritan histéricamente ante la mera presencia de cualquiera que no se someta servilmente a sus dogmas. Su agenda se ocupa más de las marcas comerciales del “sirup” que de reales problemas asociados a la raza en los Estados Unidos de hoy. Gritan que “las vidas negras cuentan” con la más absoluta indiferencia a más del 90 % de las muertes violentas, producto de la delincuencia en las comunidades negras de los Estados Unidos. Y exigen eliminar las fuerzas policiales. Se inventan zonas libres socialistas cuya “autogestión” colapsan en un par de meses. Son mayormente niños consentidos, inmaduros y pusilánimes incapaces de soportar la mínima adversidad. Con todo ello, y pese a su violencia criminal desatada, es difícil tomarlos en serio. Pero son parte de un problema serio, porque son la base –todavía minoritaria pero ya importante en número en la sociedad estadounidense– de tontos útiles idiotizados en un permanente estado de resentimiento producto de la incapacidad aprendida.
La verdadera cara del enemigo
Tras los tontos útiles de las calles están los tontos útiles de las cátedras, y tras ellos los de la prensa, la industria del entretenimiento y la tecnología de información y comunicaciones. Junto con ellos, las redes internacionales en las que confluyen desde gobiernos antioccidentales al crimen organizado y el terrorismo, con burocracias internacionales y empresas que medran de la captura de rentas mediante las nuevas agendas regulatorias colonizadas por el marxismo. Todos creen que dominarán el futuro y que los demás son sus tontos útiles. Todos, excepto los que conocen bien el juego de manipular tontos útiles para destruir sociedades desde dentro, llevándolas al caos para regir sobre la ruinas.
No es una gran conspiración de la que alguien pueda manejar los hilos. Las marionetas actúan por sí mismas. Sin otros hilos que los de la consigna sobre mentes voluntariamente adoctrinadas. Quienes lo entienden saben que pueden preparar y aprovechar las fuerzas del caos, impulsarlas y apoyarlas, sin nunca gobernarlas realmente. No les interesa gobernar la destrucción material y moral como proceso, solo quieren imponer las condiciones que garanticen la espiral del caos hasta que la destrucción material, moral e institucional sea de tal alcance que les permita alcanzar el poder e imponer el nuevo orden. El totalitarismo al que realmente aspiran. Es algo que en las condiciones apropiadas se puede imponer en una sola generación sobre cualquier sociedad. Hay fuerzas en la sociedad estadounidenses enfrentando a su enemigo interno como lo que es. Que entiendan o no el alcance y la astucia de lo que enfrentan es el punto. Porque lo que hoy amenaza desde dentro a los Estados Unidos compromete el futuro de la libertad en mundo.