Cuestión de perspectiva
Hasta un ignorante como yo sabe que hay abortos que de inmorales no tienen nada (Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger).
En los saberes de la Iglesia, como en la mayoría de carreras y disciplinas, hay una gran variedad de especialidades, por lo general bien compartimentadas. Por eso es previsible que quien se especializa en un determinado compartimento, esté mejor documentado e instruido que el generalista. Pero el hecho de que cada uno enfoque la realidad desde su punto de observación, y que sea precisamente su singular observatorio el que le da las claves de interpretación de la globalidad, no significa ni mucho menos que ésas sean las claves que mejor ayuden a un profano a entender la realidad en cuestión. Pero es que cada uno maneja con mayor destreza y eficacia las herramientas en que se ha adiestrado.
Para el liturgista, el devenir de la liturgia desde el Concilio Vaticano II, y en él, la falta absoluta de disciplina, es la clave que explica la decadencia en que, a partir de entonces, se precipitó la Iglesia. Es un hecho. Para un canonista, será el arrumbamiento del Derecho Canónico y la dejación de sus funciones de vigilancia y disciplina por parte de los obispos, lo que dio al traste con una organización jurídica tan sabiamente construida y perfeccionada a lo largo de casi dos milenios.
Para un moralista será la entrada de la Iglesia en rebajas: la moral de situación, la opción fundamental… y hasta en liquidación cuasi total de la moral y la moralidad que tan meritoriamente había construido. Y para el historiador, la clave de los males de la Iglesia habrá que buscarla en el avance de las furiosas fuerzas que luchan contra ella y dentro de ella, que crecen imparables, y además en los análogos males del mundo: la normalización institucional del aborto y de la eutanasia, de la fornicación y del concubinato, de la homosexualidad y del lesbianismo. Ahí está el arzobispo emérito de Tánger, tan ignorante e inmoral como dice ser…
https://www.elconfidencial.com/espana/2020-06-28/santiago-agrelo-espana-vaciada-inmigrantes_2658667/
Antepongo a mi reflexión todo este prefacio, para explicar a mis lectores que las claves de interpretación que manejo para examinar la marcha del mundo y de la Iglesia, desde mi atalaya de defensor de la vida, las obtengo de dos decenios largos de dedicación a la lucha contra el aborto.
Con la enorme fortuna de estar en conexión con el principal núcleo de esta lucha, los Estados Unidos (y no sólo por parte de la Iglesia católica) a punto de cumplir ya el medio siglo. En conexión también con otros movimientos por la misma causa tanto en Europa como en Hispanoamérica. Un dato muy preocupante, es que cada vez son más convergentes las posiciones a este respecto, del mundo y del staff eclesiástico. En efecto, siendo éste un tema absolutamente capital -el aborto es un crimen abominable, lo calificaba el mismo Vaticano II-, resulta que la voz pública de la Iglesia procura no insistir demasiado en él, por considerar más vital, urgente y sobre todo actual, dedicarse con mayor insistencia a liderar la lucha en favor de la inmigración, el ecologismo, y contra la pobreza (sobre todo bajo el raro y pasteloso concepto de pobreza infantil) y demás corrientes doctrinales que convergen con las preocupaciones actuales del mundo.
A partir de la pandemia se ha desatado en todo el mundo el temor de que tras ella se esconda una maniobra tendente a la implantación de la eutanasia: una eutanasia violentísima (no hay duda de cuál ha sido la población que se ha llevado la pandemia con suma preferencia), pero sin que se note demasiado. A los que denuncian los movimientos conspiranoicos, este temor les parece completamente enfermizo. Los que por el contrario venimos viendo cómo ha evolucionado socialmente y paso a paso la implantación del aborto en las leyes, en las políticas y en las conciencias (los medios dan fe de ello), y cómo se han ido colgando de ese derecho de la mujer, nuevos derechos sexuales que se imponen a toda la sociedad, junto con el derecho al aborto, estábamos ya siguiéndole la pista al nuevo gran derecho que nos redimirá de todos los males y de todos los pecados contra la sociedad y sobre todo contra la naturaleza: el derecho a una muerte digna, un derecho cuyo disfrute moralmente obligatorio a los 70 años habrá que promover como se está promoviendo el derecho al aborto, con audaces políticas proactivas.
Pues bien, en los ámbitos Provida estamos manejando desde hace ya más de 20 años, la hipótesis de que la última razón de ser del aborto era la eutanasia, con el objeto de abordar definitivamente con ella la rectificación de la demografía: pero no tanto en su inicio, sino en su final, en la vejez.
¿Limitar los nacimientos? Eso es accesorio. Lo que busca la ingeniería social es limitar la vida en su último tramo. Ya se está construyendo la conciencia de que quien se empeña en seguir viviendo después de los 70 años es un egoísta que perjudica a toda la sociedad. Y, sobre todo, sobre todo, a la Pacha Mama, la Madre Tierra. Y eso está en marcha. Ya nos lo advierten los grandes bancos: para la sociedad es insoportable el peso económico de los mayores de 70 años. Inasumible. Y ha tenido que ser la tremendísima eutanasia masiva practicada en esta pandemia (con abundantes escritos oficiales que lo testifican) la que abriera los ojos a los que no había manera de que quisieran ver. ¡Y los protocolos! Hay que leer los protocolos sanitarios para entender lo que ha pasado. ¡Y algún mitrado bendiciéndolos con toda su autoridad eclesiástica!
Y esto va íntimamente ligado a la que llaman salud sexual y reproductiva, es decir a una tormentosa campaña para eliminar, por todos los medios posibles, la capacidad reproductiva del sexo, que empezó a aplicarse a partir de las conferencias de El Cairo (1994) y Pekín, donde la Iglesia todavía lideró la resistencia contra los pervertidos planes de los Clinton y el Nuevo Orden Mundial. Las estadísticas de infertilidad tanto de las mujeres como de los hombres, progresan pero que muy, muy adecuadamente en el avanzadísimo Occidente.
Es natural que, a la inmensa mayoría de la población, la conexión entre aborto, ideología de género y eutanasia les suene totalmente extravagante. Es esa inmensa mayoría, lobotomizada ya sin saberlo y sobre la que está asegurado el poder, la que se niega siquiera a oír hablar de estas especulaciones: son gente que está conectada, encadenada y enredada con la cordura oficial.
En los entornos pro vida fue sumamente laborioso ir tejiendo las ideas sobre las que sustentar esa batalla. Las dos ideas estratégicas más potentes fueron: primero, que se trataba de una batalla de muy largo alcance y que, por tanto, había también que plantear la lucha a largo plazo. Y la segunda idea potentísima fue que no nos encontrábamos ante una mera cuestión fenomenológica de tipo práctico (y, por ello, no sólo ante el aborto), sino ante la fase crucial de una ideología que venía implantándose desde muy atrás, y cuya estación final era la eutanasia. La visión profética de Pablo VI en la Humanae Vitae (1968) fue el valiente aldabonazo que intentó poner a la Iglesia en guardia. Su impresionante valor profético resplandece hoy con luz cegadora. Pero la mayor parte del clero y de los filantrópicos bienpensantes de entonces, la despreció y la denigró hasta donde alcanzó su soberbia necedad. Y aún ahora sus más conspicuos enemigos son promocionados para ocupar estratégicos puestos en las facultades teológicas y en el ejercicio pastoral. Y con más fuerza que antes…
Hay que decir que el gran foco de resistencia contra el aborto estaba en Estados Unidos y se visualizó en la imponente Marcha por la Vida que se celebra Washington D.C. todos los años, desde hace ya 43. Una marcha que, por cierto, es hasta el momento el fenómeno ecuménico mundial de mayor profundidad y autenticidad. Y, curiosamente, es a partir de ese fenómeno, que ha ido creciendo el argumentario científico y sociológico contra el aborto.
De ahí nacieron convicciones como las que siguen:
Hoy comprendemos una verdad eterna: Cada niño es un regalo precioso y sagrado de Dios. Juntos debemos apreciar y defender la santidad y dignidad de la vida humana.
Cuando vemos la imagen de un bebé en el útero, vislumbramos la majestad de la creación de Dios.
Cuando sostenemos a un recién nacido en nuestros brazos, sabemos el amor infinito que cada niño trae a una familia. Cuando vemos crecer a un niño, vemos el esplendor que irradia cada alma humana.
Celebramos y declaramos que las madres son héroes. Vale la pena proteger a cada persona y sabemos que cada alma humana es divina y cada vida humana nacida y no nacida se hace a la imagen sagrada de Dios todopoderoso. No podemos saber qué lograrán nuestros ciudadanos aún no nacidos, pero sabemos esto: cada vida trae amor a este mundo, cada niño trae alegría a una familia. Vale la pena proteger a cada persona.
Es inútil que andemos dándole vueltas pensando qué obispo o qué cardenal (aunque los hay valientes seguidores del Evangelio) ha pronunciado estas palabras. Como dicen los que ya tiraron la toalla, es el turno de los laicos. Y para las mayores batallas que nos esperan, incluso de los no católicos. La Humanae Vitae es ya historia de la que reniega la inmensa mayor parte del alto y bajo clero. Y entretanto nos ha pillado y nos ha corneado, quedándose bien a gusto, el toro de la eutanasia: a la que abrió paso el aborto provocado y subvencionado.
Ya no se escuchan voces que anuncien o denuncien cosa alguna que pueda provocar persecución, o lo que es peor, ostracismo, ridiculización y desprecio… ¡Tengamos la fiesta en paz!, dicen desde la cúspide. Si acaso, resuenan tenues cánticos en las bóvedas vacías de una iglesia ya sin rebaño y que habla bajito para no molestar.
¡Basta de silencios! -decía Santa Catalina de Siena- ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido! Y es que, si estos callan, ¡hasta las piedras gritarán! (Lucas 19,40).
Porque los pastores no, los pastores no hemos gritado -cual perros mudos y centinelas silenciosos- por los miles de ancianos eutanasiados a cuenta del covid. Un funeral de Estado, y aire. El muerto al hoyo y el vivo al bollo… que con un Crucificado ya hay bastante.
Un artículo perfecto para reflexionar…”no podemos saber lo que lograrán nuestros ciudadanos aún no nacidos”…Pero algún feliz día lo sabremos. Y en cambio no sabremos nunca la felicidad que hubieran traído los que no se han dejado nacer.Así no podremos tener nunca la fiesta en paz Si ya ni siquiera nos dejarán morir en paz..Todo esto es gravísimo. Pidamos a Dios que ns ayude a combatir tanta maldadsi
EL ABORTO ES EL DELITO MAS GRAVE SOBRE LA TIERRA SE MATA A LOS MAS INOCENTES.CUANDO EN LA TV VEO EL MALTRATO A UN ÑIÑO NO DIGO ASESINATO, ME ENTRA UNA GRAN INDIGNACIÓN.
Y SI JESÚS DIJO EL QUE ESCANDALICE A UN NIÑO MERECE QUE LE ATEN UNA PIEDRA DE MOLINO AL CUELLO Y LO TIREN AL MAR,HABRÁ QUE IMAGINARSE EL CASTIGO PARA UN ASESINATO COMO ES EL ABORTO
Totalmente de acuerdo con usted.
Se puede decir más alto, pero no más claro…
YO DEJÉ DE VOTAR AL PP, BÁSICAMENTE POR HABER PERMITIDO MÁS DE CIEN MIL ABORTOS ANUALES, CADA AÑO, DURANTE LOS SIETE AÑOS Y MEIDO DE MANDATO DEL -dicen que masón- DE RAJOY.
También dicen de él otras cosas, pero me voy a callar, por si acaso… (De cualquier forma, si escarban un poco por Internet podrán verlas, viajes al Caribe, con amigotes, y recalco “amigos”, etc…).
SOBRESALIENTE ARTÍCULO, que suscribo plenamente.
Una Iglesia que no es fiel a la DOCTRINA TRADICIONAL DE LA IGLESIA, e incluso al sentido común, cada día me merece menos respeto…
YA HE DEJADO DE PONER LA X EN LA DECLARACIÓN DE LA RENTA, PUES NO QUIERO QUE OMELLA, EL “misericordioso”, Y OTROS IGUAL O PEOR QUE ÉL, vivan como Príncipes rusos en el exilio a costa de unos fieles a los que se nos está tomando el pelo, para ser “políticamente correctos”…