¿Revivir a Keynes? (y III): Crisis de 2008, pandemia y fin de ciclo
José A. Benitez Salas.- “El oro es el dinero de los reyes; la plata es el dinero de los caballeros; el trueque es el dinero de los campesinos; pero la deuda es el dinero de los esclavos “. – Norm Franz – Dinero y riqueza en el nuevo milenio, (2002).
La caída de Lehman Brothers en 2008 marcaba el agotamiento del modelo que se encamina a un fin de ciclo ante la incapacidad del sistema de absorber más deuda. Los pronósticos de Mises se cumplían.
Según el enfoque del libertario austríaco estadounidense Murray Rothbard “para enfrentar una crisis económica el gobierno no debe evitar que los precios y los salarios caigan o se interpongan en el camino de las bancarrotas. El camino hacia la recuperación implica tasas de interés más altas y deflación de precios. Esto conduce a un proceso doloroso pero efectivo e históricamente probado al que se oponen totalmente los economistas convencionales actuales”.
En su lugar, para evitar el colapso del sistema en 2008, los gobiernos inyectaron a la banca el capital necesario para su supervivencia, por supuesto a cargo del contribuyente. Más deuda pública, más keynesianismo.
Como los mercados de capitales habían dejado de funcionar esta nueva deuda le fue endosada, en acción coordinada, a la Reserva Federal y resto de Bancos Centrales. Es el Quantitative Easing (QE). “Nos adentramos en terreno inexplorado” admitió Ben Bernanke, un individuo que no solo malinterpretó fundamentalmente la Gran Depresión en su tesis doctoral, sino que también tuvo la soberbia de escribir el libro titulado The Courage to Act sobre el uso del dinero ajeno para volver a inflar la peor burbuja financiera de la historia de los Estados Unidos.
Como si los bancos centrales pudiesen administrar y estabilizar el sistema monetario por sí solos. La verdad es exactamente la contraria. Los bancos centrales solo pueden crear constantemente dinero “de la nada” para evitar que los bancos quiebren, no para estabilizar el sistema y esto conduce a la disminución persistente del poder adquisitivo del dinero, lo que desestabiliza aún más el sistema.
Al tener los gobiernos, a través de sus Bancos Centrales el monopolio de la moneda pueden imprimir dinero prácticamente sin coste y comprar activos reales (bienes de consumo o de producción) o utilizarlo para el pago de la deuda. La riqueza real del público no bancario se reducirá: poseen menos bienes y más dinero de menor poder adquisitivo.
En un mercado libre, en similitud con otros bienes, el precio del dinero está determinado por la oferta y la demanda. En consecuencia, si hay menos dinero, su valor de cambio aumentará. Por el contrario, el valor de cambio caerá cuando haya más dinero.
En el marco de un mercado libre, no puede haber ni ‘muy poco’ ni ‘demasiado’ dinero. Mientras se permita al mercado ajustarse por sí mismo, conforme a su oferta y demanda, no puede existir escasez de dinero.
Dado que el sistema monetario actual es fundamentalmente inestable, los bancos centrales se ven obligados a imprimir dinero de la nada para evitar su colapso.
Es dinero «gratis» no ganado, que no representa ningún aumento en la producción o la productividad. No tiene respaldo ni posibilidad de reembolso. Y no solo no hay nuevos bienes y servicios en la economía, sino que hay muchos menos debido a la pandemia.
Mientras que en el mercado libre la gente no aceptará una mercancía como dinero si su poder adquisitivo está sujeto a una disminución persistente, en el entorno actual, las autoridades centrales imponen coactivamente un dinero que sufre una disminución continua de su poder adquisitivo.
En palabras del reputado economista Daniel Lacalle, seguir creando dinero “es como ir a 320 Km/h por una carretera, mirar por el espejo retrovisor y decir: aún no nos hemos matado, ¡¡¡acelera!!!”.
En septiembre de 2019 el Repomercado americano dió la primera señal de alarma si es que no lo fue la crisis de 2008. Por primera vez una subasta de “Repos” (Deuda Pública con Pacto de Recompra) quedaba desierta disparando el tipo de interés lo que obligó a la Fed a incrementar inmediatamente los estímulos, es decir, más QE, más deuda, más Keynes.
Con el confinamiento obligado por la pandemia la actividad económica se ha visto reducida a mínimos y con ella los flujos monetarios que permitían una cierta rotación de la deuda.
Las necesidades de liquidez son ahora tan apremiantes que la Fed y demás Bancos Centrales ya no solo compran deuda pública sino que compran, además, deuda de grandes corporaciones privadas mientras algún cualificado inversor como George Soros o la misma revista “The Economist” apuntan que solo se podrá salir de la situación emitiendo deuda perpetua. Mientras los medios de comunicación y el ciudadano de a pie siguen obsesionados con el virus, los gobiernos y sus Bancos Centrales se empeñan en ocultar esta incómoda realidad
Ahora que los tradicionales, prudentes y conservadores depósitos a plazo no rinden ningún interés, que todas las fuentes de ahorro están gravadas confiscatoriamente, Keynes ha conseguido la eutanasia del ahorrador.
Y cuando alguien con mínimo sentido habla de frugalidad, ahorro y moderación del gasto, Keynes responde que “es difícil cuestionar esa forma perniciosa de gestión de la economía que ahora se denomina frugalidad porque es un dogma y como tal, convierte los debates en imposibles”.
El ciclo iniciado con la creación de la Reserva Federal y el dinero fiduciario se ha agotado. Se hace imperativo el reseteo de la economía con la implantación de un nuevo sistema monetario. Pero la borrachera de deuda habrá que pagarla.
Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, Adam Smith, Stuart Mill, David Ricardo, Ludwig Von Mises, Friedrich Von Hayek, todos ellos murieron hace muchos años. Les enterró John Maynard Keynes, que está más vivo que nunca.
Que buen artículo. Gracias