La enésima trampa a la oposición de Pedro Sánchez
Sobre el papel, el presidente del Gobierno hizo ayer un llamamiento a la unidad política que habría sido digno de elogio si no hubiese convertido su convocatoria al empresariado en su enésima plataforma de propaganda. No se trata de cuestionar cualquier apelación a la unidad o a la cohesión, ni de despreciar su requerimiento a los partidos para «arrimar el hombro». Se trata de determinar si su inclinación perpetua a la mentira lo hace creíble. Y no es así.
Sánchez decidió iniciar el curso con una fotografía junto a empresarios para tender su enésima trampa a la oposición, ahora que se ve acuciado por los peores datos de rebrote del virus y por las cifras más negativas de PIB y de empleo de Europa. Y no será porque no se lo advirtieron en marzo el PP o los empresarios, a los que ha ninguneado. Utilizar al mundo financiero para enviar mensajes a Pablo Casado cuando no lo ha recibido en La Moncloa en seis meses, o cuando no lo ha telefoneado en tres, no deja de ser una estrategia forzada. Ayer Sánchez solo ofreció un mitin.
Cuando le interesa, «España debe entenderse con España» porque el virus no tiene ideología, y cuando no le interesa, criminaliza a la derecha, promueve cordones sanitarios y aprueba normas para fracturar a la sociedad. El problema de Sánchez ya no es el buenismo intrínseco a su inabarcable capacidad de generar demagogia con el feminismo, el cambio climático o los derechos civiles, sino que no es creíble.
Sánchez plantea iniciativas a las que nadie puede oponerse, como la unidad, la lealtad entre instituciones, la generosidad…, pero en realidad se trata de un chantaje moral: quien no claudique a sus exigencias es un enemigo de España y un antipatriota culpable de las dificultades para salir de la pandemia. Si su llamamiento al PP hubiese sido sincero, lo habría cultivado con la misma lealtad que ahora demanda. Pero Sánchez siempre ha optado por el sectarismo y el desprecio al rival, y para su desgracia estas trampas ya se detectan a distancia. Los empresarios se fueron ayer con un discurso repleto de vacuidades, con una declaración de intenciones genérica pero inútil, y sin compromisos expresos para la reconstrucción.
Culpar al PP ante los empresarios de que no haya «instituciones fuertes» porque se resiste a negociar la renovación del TC o del Poder Judicial no solo es deslegitimar a sus actuales integrantes, sino también olvidar que si alguien llegó a bloquear durante tres años estos relevos fueron el PSOE y sus vetos obsesivos. Lo idóneo es la renovación, algo por cierto que al empresariado le toca de refilón, pero el PSOE no es nadie para dar lecciones de puntualidad en el cumplimiento de sus obligaciones democráticas. Por eso, el «nuevo clima político» que exige Sánchez no puede basarse solo en la sumisión de la oposición sin renunciar a nada.